Denme otro motivo para seguir viviendo

Crónica de un feminicidio

El 2021 fue el año con más feminicidios en la historia de México: 1006, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP); en tanto, hasta 2800, los asesinatos de mujeres fueron registrados como homicidios dolosos. Once mujeres son asesinadas en México por día. Julia Martínez es un ama de casa, dueña de una pollería, localizada en la colonia Otilio Montaño en el municipio de Cuernavaca, Morelos. El pasado 23 de marzo su hija, Ana Leticia Martínez de 15 años fue asesinada en un ataque armado en contra de su persona. La razón: el cobro de piso que se ha estado librando en la colonia Otilio Montaño y sus alrededores. Ana Leticia o ‘’Nita’’, como dulcemente le decía su abuela, falleció tan solo 2 horas después del ataque armado, por un impacto de bala en el estómago. Aún no llegaba al hospital, cuando murió.

Tuve el placer de reunirme con la señora Julia en dos ocasiones diferentes, la primera fue en su pollería, la cual abrió con normalidad una semana después de lo ocurrido. Cruzó la calle y entró por el pequeño marco que sostiene la cortina de metal oxidado que mantiene cerrado el negocio. La saludo y le doy un abrazo, como lo haría con una vieja amiga que no he visto en mucho tiempo, no porque la conozca, sino porque he vivido en carne propia el dolor de una pérdida de este tamaño. Ella me mira con esos ojos tristes que conozco muy bien, los he visto en muchos lados, en muchas personas en esta ciudad, en personas que han perdido a sus familiares en situaciones parecidas a las de Julia.

-Hola, soy Ricardo Villada, sobrino de Juanita, soy el hijo de Lolita y Javier. – le digo.

-Hola hijo, si me había dicho tu tía que querías platicar conmigo para un trabajo de la escuela, ahorita no tengo mucho tiempo, así que namas te contestaré lo que pueda, porque ya ves que si uno no trabaja no come. Ahorita tengo varios pedidos que cubrir, ya ves que no pude estar despachando unos días por lo de Nita.

Toma un gran cuchillo carnicero con su mano derecha, mientras que con la izquierda sostiene el pollo más amarillo que jamás haya visto en mi vida, lo pone encima de una pequeña plancha de madera y corta de un tajo la cabeza del pollo, se lleva la parte trasera de su muñeca aún con el cuchillo en la mano y se seca las lágrimas. Yo sé que no está bien, pero tampoco encuentro las palabras necesarias para reconfortarla, así que opté por verla en una ocasión distinta.

-Sí, no se preocupe. Si me lo permite, podríamos reunirnos en otro horario y en otro día menos pesado, para que usted también pueda ponerse al corriente con sus pedidos, ¿le queda bien el sábado siguiente?

-Sí, los sábados abro a las 10, no te importaría si nos vemos en mi casa a las 7 de la mañana, así estoy más tranquila yo también y dejo todo hecho el viernes en la tarde para que namas llegue a abrir.

-Nos vemos el sábado entonces, cuídese mucho.

Al salir me percato de algo raro en el suelo, algo brilla de por detrás del mostrador, son cuatro veladoras simulando una cruz, supongo que ahí fue donde cayó al momento de recibir el disparo, tendré que formular nuevas preguntas para no incomodar a doña Julia, lo que menos quiero es hacerla sentir incómoda. Ya bastante tiene con el acecho de los medios locales y nuestros vecinos curiosos, que como las hienas van a la carroña solo por morbo y no por realmente querer ayudar a la persona.

Es sábado por la mañana, mi alarma suena justamente a las 6:15 de la madrugada, me baño, tomo una taza de té, preparo mis anotaciones y las preguntas que tengo formuladas para hacerle a Julia, salgo de mi casa a las 6:48, Su casa no está muy retirada de la mía, a lo mucho serán unas tres cuadras pasando las escaleras de color azul y el árbol quemado. Llego a la gran casa de tabicón gris con el número 92, tiene un moño blanco en la puerta y un timbre en forma de rana. Toco el timbre y me abre una señora de unos 70 años, su cabeza gris me cuenta que ha pasado por mucho y que tiene mil historias que contar.

-Buenos días, soy Ricardo el hijo de Javier, vivo enfrente de la cuchilla que está en la colonia de abajo, no sé si le comentó la señora Julia que iba venir hoy a hacerle unas preguntas. – le digo.

-Si mijo, yo soy Refugio, pásate, allá dentro esta Julia, te está esperando, en un ratito va a estar el desayuno para que te quedes a comer también si quieres.

Su amabilidad me hizo recordar a mi abuelita sin duda alguna, ese sentir acomedido que solo ellas saben demostrar. Sus ojos están tristes por lo que han pasado y sus ojeras están cargadas, como si no hubiera podido dormir en días. Entro a la sala y veo a doña Julia sentada en un pequeño sofá café, con una taza de café en la mano. La sala está tapizada con fotos de Ana, cuando cumplió 3 años, cuando hizo su primera comunión y también en días normales de cuando era niña. Sólo las observaba, inmóvil, como tratando de descifrar algo que no entendía, buscando una respuesta para todo lo que estaba pasando. Solo había preparado 3 preguntas para la mañana del sábado, quería verme lo menos ansioso posible por saber lo que había pasado con su hija.

-¿Tiene alguna idea del porqué pasó lo que pasó con su hija?

-La verdad es que desde noviembre del año pasado llegaron unos señores al negocio y me dijeron que debía de pagar cierta cantidad mensualmente si quería seguir trabajando en el local de la Otilio y si quería seguir teniendo el local de enfrente de la secundaria abierto. Pagué lo más puntual que pude los meses que siguieron, pero la venta estuvo muy mala durante enero, el pollo subió y casi no vendía producto, así que no tenía como pagar la deuda. Vinieron en febrero por el dinero, pero no lo tenía completo, así que supongo que se ensañaron con mi hija. La pobrecita ni siquiera terminó la escuela porque dijo que quería ayudarme con el negocio.

-¿Que le dijo la policía acerca del suceso?

-Ellos que me van a decir, para ellos es otra muchacha que se les muere y ya, para mí era mi vida. Para ellos otra más que daban por muerta, a ellos no les importa en qué situación se vive aquí en la colonia, o en el país, a ellos lo único que les importa es cobrar su sueldo y lo que les sacan a otros también.

-¿Qué le diría usted a aquellas madres, padres, o familiares de aquellas mujeres que han muerto en situaciones parecidas a la suya?

-Les diría que los entiendo, mi mamá perdió un hijo hace 12 años y siempre le decía que ya dejara de llorar, que se iba a enfermar, pero no es hasta ahora que la entiendo y entiendo por qué nunca ha dejado de llorar. Ya no tengo motivos para pararme en las mañanas, solo pido a la virgen y a los santitos que me den otra razón para seguir viviendo porque, al paso que voy, no quiero seguir viva mucho tiempo.

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