Déjà vu

Lees las últimas líneas con horror. “¡No! ¡No! ¡No!”. Cierras el libro y lo lanzas sobre la mesa con violencia, como si sacudieras un escorpión que caminaba sobre tu brazo. Intentas drenar las emociones que sientes con una larga exhalación que se convierte en un grito ahogado. Que supure la pus dentro de tu pecho. El palpitar de tu corazón se intensifica. Necesitas aire, no puedes respirar, es como si una serpiente se enredara a tu cuello. Abres la boca e inhalas con desesperación.

Asustado, te levantas de la silla con rapidez. Caminas desequilibradamente hacia el baño, usando las paredes como muletas. Caes de rodillas frente al inodoro. Una cascada ácida brota de tu boca. Crees sentirte mejor, así que te levantas y abres las llaves del lavabo. Mojas tu cara buscando alivio. “Cálmate Ignacio, ¡cálmate!”, te gritas al espejo.

Regresas al comedor y lo ves allí, sobre la mesa: el libro. Recuerdas cómo fue que llegó a tus manos. Caminabas por las calles del centro, perdiendo el tiempo antes de regresar a ese miserable trabajo. Nunca te gustó ser maestro. “Jaulas llenas de animales mediocres”, así llamabas a las aulas. Buscando alguna distracción, desviaste tu rumbo para pasearte por calles desconocidas. Ahí fue donde la encontraste. Esa vieja librería.

Olía a humedad y fracaso. “Puro pinche libro viejo y vulgar”. Nada que valiera la pena para tus gustos elitistas. Nadie te dio la bienvenida, así que decidiste entrar a explorar. Caminaste por los pasillos polvorientos con desagrado, rozando con la punta de tu dedo índice los lomos de los libros. Frenaste en seco al sentir el pinchazo. “Déjà vu” impreso en bajo relieve sobre un lomo forrado en piel. Sacaste el libro de la estantería. Era pesado, a pesar de ser tan angosto. Cautivado, decidiste robarlo y salir de ahí antes de que llegara el encargado.

Ya en casa, comenzaste a leerlo con la urgencia de quien quiere sacar un aguijón que perfora y envenena su piel. El libro hablaba de ti. Capítulos enteros relatando los pasajes más oscuros y bajos de tu vida. Tus secretos más inmundos y tus pensamientos más crueles plasmados en tinta negra. ¿Cómo podía alguien saber tanto sobre ti?

Cada hoja de papel era un oscuro espejo, una ventana por la cual observaste la manera tan sádica e inmoral en la que disfrutabas la vida. Te diste asco. Con cada palabra recorrida por tus ojos crecía una aplastante ansiedad. No paraste de leer hasta llegar a la última página impresa. Esa última oración que desató el pánico.

Regresas al presente. Levantas el libro de la mesa y buscas el nombre del autor de tan perversa obra. No lo encuentras por ningún lado. Tembloroso e impaciente, agitas las hojas que encierran tu historia tratando de hallar alguna respuesta. Algo te distrae. Ves una enorme sombra pasar frente a ti. Gritas asustado, tirando el libro al piso.

Escuchas mi voz: “Ya es hora, mi viejo y detestable amigo”. Te estremeces de una manera que jamás pensaste hacerlo. Terror. Por primera vez en tu vida sientes terror. Me buscas y estoy frente a ti, pero no puedes verme. Acerco mi mano y la meto dentro de tu pecho. Aplasto tu corazón con mi mano mientras, desesperadamente, te escarbas el tórax tratando de hallar la fuente de tan opresivo dolor. Ver el sufrimiento en tu rostro es delicioso. Te desplomas. Tu cuerpo es aplastado por la gravedad. Vuelves a repasar en tu mente la última oración escrita en ese libro: “Esa noche, Ignacio murió.” Cierras los ojos para no volver a abrirlos nunca.

1 comentario

  1. Felicidades Enrique!!! Leerte en esta mañana nublada con viento frío dio el escenario perfecto a tu relato.

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