En una de las cartas, Rilke aconseja al joven Kappus que le escribe preguntándose si debe ser poeta. El afamado escritor le sugiere que se haga esta pregunta: “¿Debo escribir?” Si la respuesta surge desde lo más profundo como un “sí” inevitable, como una fuerza avasalladora, como un torrente que no puede detenerse nunca, entonces debe dedicarse a ello, pues significa que escribir es esencial para su existencia. Dicho de otro modo, le contesta ¿puedes vivir sin escribir? Si la respuesta es sí, no eres poeta. La escritura es para Rilke un proceso vital, una urgencia ontológica, prácticamente un “moriré si no escribo”.
Un poeta no solo escribe versos, sino que vive de manera intensa y reflexiva, observando y sintiendo profundamente la vida. Y cada vez que se me acerca un joven para mostrarme su escritura recientísima, descubro también que ese joven es además un gran observador del mundo. Lo que me entrega está signado por la profundidad de sus sentimientos, que quizá nacieron primero por la fascinación que vivimos todos cuando jóvenes, es decir, el amor. Pero es más que suficiente y, sobre todo, una experiencia honesta y muy bella. Justamente, otra conclusión a la que llego es que particularmente esos jóvenes poetas maduran mucho su escritura cuando brincan de hablar solo del amor, a abordar sobre otros temas, como el dolor, la soledad, la muerte, la duda. Ahí, considero, hay madurez en su poesía.
En este sentido, escribir es una forma de existencia y una respuesta vital a las preguntas más profundas del ser, pero estos jóvenes poetas lo van a descubrir por sí mismos en un hermoso y lento viaje hacia la luz, como decía el poeta de Morelos, Javier Sicilia. Y por eso es maravilloso ver nacer un poeta. Es igual a la experiencia del astrónomo que ve nacer una supernova (si es que nace, quizá, como la poesía, siempre estuvo ahí). Porque nos recuerda que hay observadores naturales que viven más cercanos al centro de sí mismos. Que callados, se vuelcan ante la belleza del mundo para intentar asirla y, poco a poco, se van descubriendo como obreros del arte.
Apuesto el brazo izquierdo (soy zurdo) y el corazón, que esto justo está ocurriendo con Ernesto Lavín. Cuando me entregó sus textos, inmediatamente vi esa necesidad de la escritura. Esa conmemoración de su juventud. Y a partir de la revisión y relectura de los poemas, vi empezar a cuajarse la poesía que lo va a definir toda la vida. Como dice Rilke, está la urgencia de expresar lo que siente: “Estoy en huelga de sentir tanto, / porque me sacude la vida / sólo por un rato.” Está también la maravilla ante el mundo que al mismo tiempo duele: “el mar y yo nos parecemos / estamos rodeados de todos / pero abandonados”. Y, primariamente, está el gran movimiento telúrico del alma, aquello que nos doblega por primera vez, con sus miles de látigos y rosas: aparece el amor inmarcesible como experiencia vital:
Estarás a salvo conmigo,
en mis brazos y en mi pecho.
Tu nombre será como rubí
dicho en mi boca.
Tus manos crearán arte,
tus pies pisarán seguros,
dejarán huellas perpetuas.
Estarás a salvo conmigo,
cuando te abrace fuerte,
cuando bebas de mí.
Y esta experiencia poética es universal. Verla en Lavín es verla en todos los seres humanos del mundo. Pero pocos se atreven a dejarla escrita. Recuerdo una frase de Arthur Rimbaud, que viene poco a tono con mi visión: “El poeta se hace vidente mediante un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos.” Para el enfant terrible, el poeta debía beber de todos los vinos y de todos los venenos; debía recorrer las experiencias del mundo y del cielo con la actitud de un científico que va recopilando lo mejor y lo peor del recorrido de la vida. Debía, por lo tanto, sumergirse en las profundidades de los placeres, de los dolores; abrirse a todo el espectro de lo humanamente experimentable para volverse poeta. No me siento en la autoridad de contradecir a un artista de la magnitud de Rimbaud, pero creo que hay mil maneras de descubrirse poeta. Y aunque el recorrido es muy similar, el desvelo del alma no se dará por las mismas características en todos los escritores. Habrá quien caiga en los abismos del dolor. Habrá quien se acerque a la escritura por las mieles de los placeres. En todo caso, ambos serán lo mismo, jóvenes esclavos de la belleza.
Por eso, ofrezco a Ernesto Lavín un breve consejo que quizá no aporte mucho, pero que me ha servido para los momentos en los que dudo si estoy construyendo una obra sólida y valiosa: ¿por qué escribo en primer lugar? ¿Para qué? Si es, como dice Gabriel García Márquez, para recibir el cariño de las personas que me rodean, es válido, pero no es genuino porque la gente te amará si eres o no escritor. Quizá la respuesta más baja, según mi experiencia, pero igual de válida es “para obtener reconocimientos”. De joven, yo mismo los perseguía. Solo para frustrarme constantemente. Pero creo que lo más certero para mi alma siempre será volver a la escritura sin ninguna razón aparente. Como cuando vuelves a tu madre: no vas a que te reconozca o te quiera o te sirva o te ame (todo eso lo considero ruin y utilitario). Vas a ella porque tú necesitas amarla a ella. Porque es así, porque está ahí y quieres volver. Sin extraerle nada, muy al contrario, para servirla y ofrendarle tu tiempo, tu existencia, el breve lapso que estén juntos.
Esa es mi relación con la poesía. No busco nada de ella. Y lo que ofrezco son mis humildes escritos. No tengo otra cosa. Cuando solté todo lo demás, descubrí la gran riqueza que me esperaba en el acto de escribir. Y hoy, quiero que esa riqueza sea descubierta por ti mismo, Ernesto, a tu paso, a tu ritmo (sístole y diástole de tu propio corazón) y con las experiencias que el mundo depare para ti.
¡Felicidades, joven poeta! Este es el primer libro de muchos.
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Licenciado en Humanidades por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Cuenta con una maestría en literatura clásica por el CIDHEM, una maestría en Educación por COLMOR y un Doctorado en literatura mexicana por la UNAM. Ha publicado diversos artículos de investigación en revistas arbitradas del país e internacionales, siendo la más reciente su participación en el libro Estudios Científicos sobre el Área de las Humanidades en los Espacios Científicos Ruso e Iberoamericano: colección de artículos científicos de la Universidad Federal del Sur (Rostov del Don, Rusia, 2020). Ha publicado libros de texto para las materias de español y comunicación en la Editorial Trillas, así como los siguientes libros de poemas: Los placeres y las ruinas (2002) Cuerpo interrumpido (2004), León Alado (2006), Retrato de niño ahogado en sangre y luz (2009), Nuevo tratado de Uranometría (2015), El lago exilio (2017) y ha participado en varias antologías poéticas del país. Ha ganado los Juegos Florales Lago de Moreno 2016 y el Primer concurso Nacional de Cuento lgbtttiq+ del Instituto de Cultura de Zacatecas en 2016, así como una mención honorífica en el Certamen Internacional Sor Juana Inés de la Cruz (2018) con el libro de poemas El sonido de la luz cuando se aleja (2019), el primer lugar en el certamen nacional de creación en San Juan, Querétaro con El libro de los ascensos (2021) y el primer lugar en la convocatoria de publicación del Fondo Editorial del Estado de Morelos con el libro de ensayos Breve mapa de los incendios, la poesía mística de Elsa Cross. Actualmente es profesor investigador de literatura y español.