Si no me gustara lo que hago, ya habría muerto; sólo muero por las tardes.
A la carta: un buen trabajo, un aumento de sueldo.
Hoy comeremos
mañana las sobras
el viernes exprimiremos la despensa, un poco de arroz, atún, harina rancia, mayonesa, en el refrigerador aún quedan dos huevos: dos días, después ya veremos.
Marisa me decía que su esposo está enojado porque sale con amigos. Es una coqueta lo sé pero hoy, ella lo describe distinto: así la conoció, fue el elegido.
Mine corre con sus hijas, las lleva y las trae: el ballet, el inglés, la computación… En la prepa será el mandarín.
Dónde quedó la música sin la flauta de pan, las canciones, los bailes.
El viernes me invitaron a bailar. Te traes zapatos bajos, me dijo la vecina.
Hace no mucho, tan solo seis años que parecen un siglo, llegué a Cuernavaca. Ya no vivo ahí, solo voy los fines de semana. En ese entonces cada mes había un concierto con músicos newyorkinos, negros, tocando jazz.
Los primeros años, mi estancia en ese sitio, era como estar de vacaciones, después fue mejor. ¿Cómo hace alguien para que eso suceda?, no es comprensible que en la vida haya momentos tan plenos… Y de pronto caes al acantilado como el hombre pájaro o te desplomas sin oxígeno antes de llegar a la cima.
Qué haría Marisa sin su esposo… Dice que no puede vivir sin Mauro, así que tendrá que volver a elegir: ella o él.
Cada tarde cuando salgo del trabajo ya sé cuál será mi rutina: llegar a casa, darle alimento a mis mascotas, traer el computador para hablar con mi hijo que está en los E. U. trepada en una silla alta en la barra de la cocina.
Comemos juntos de manera virtual.
Después salir a la terraza, revisar los correos de los padres, contestar (solo treinta minutos), luego el sol se mete y yo me meto a la habitación. Hace frío, me pongo el pants, prendo las noticias en el televisor, algunas veces es la música en Youtube y bailo un rato en la cocina, pero siempre la rutina para ser rutina debe de terminar igual, en la cama, con el libro, el cuaderno o el computador sobre las piernas, mientras de fondo escucho la voz del comentarista en el televisor.
Dormir.
Despertarse.
Correr al trabajo.
Disfrutar la mañana, hablar con gente, planear dos clases con Héctor y con Mau: biología y experimentos. Ir poco al baño (el trabajo con los niños y las niñas no lo permite, es intenso, divertido, extenuante). Cuando salgo del salón y voy a la cafetería encuentro a Marisa y platicamos brevemente, quince a lo mucho. Si no tuviera una asistente estaría pegada a la mesa de presentaciones.
Son cuarenta hasta llegar a casa a menos que se les ocurra arreglar la calle, si es así, puede ser poco más de una hora el tiempo que tarde en llegar a hacer lo mismo. Preparar comida, darle alimento a mi perro, prender el computador y hablar con mi hijo.
Hoy no salgo al jardín, me voy directo al cuarto, hace más frío que ayer.
El sábado será diferente… Abro el face y aparece un recuadro en color que dice que todos vivimos esperando a que acabe la chamba para que llegue el sábado, esperando las vacaciones para viajar, esperando el amor para ser felices, y así.
Hoy haré algo distinto, eso dice otro recuadro con un paisaje detrás…
Son las siete, apago todo, intentaré soñar.
Sábado
A la carta: una cerveza, los amigos.
Sería un sábado con K en Tepoztlan.
No taller de poesía.
No dinero.
No casetas.
No gasolina.
Desayuno con Elsa, jardín, sol. (Abandonó al marido).
Regreso a casa para hablar con mi asesora financiera:
planes, jubilación futura, modalidad cuarenta.
Es sábado y tengo que pensar en el futuro.
No hay cerveza.
Incierto
Perro es lo que nos contiene, lo que nos da claridad en el día, aquello que permite percibir nuestra carne y su carne y saber que hay que alimentarnos y alimentarle.
Gato es lo que permite creerse que se está vivo, que se tienen las horas y los días y los objetos donde el felino se posa cada vez.
Fotos son las que permiten reconocernos iguales a los otros, las que nos materializan un instante pero solo en la imaginación, porque en realidad no existimos sin ellas, porque sin ellas desapareceríamos.
Despierto y corro por la habitación. Las botas, el vestido, poner el café, delinearse los ojos, el labial y a la cocina.
Salir corriendo, montar en el bús, observar las calles mojadas, la gente, cruzar el tráfico y llegar tarde, siempre tarde.
Las tardes son más apacibles, está mi gato echado en mis piernas, mi perra deambula queriendo jugar. No le hago caso.
El sábado es el mejor día, a veces, otras es de lo más triste y aburrido, entonces procuro una botella de vino y cigarros, jardín, un poco de sol y lectura.
Ayer vino el vecino, preguntó si podía prestarle la podadora.
Mañana me pasaré el tiempo arreglando la casa, no he barrido en semanas.
Salgo al súper, ya tengo auto, estaba inundado.
Llevo dos ponchaduras de llanta, la lluvia destroza el camino, salgo con niebla, no veo nada.
Computador. Qué se puede hacer en la actualidad sin el computador, sin mirar lo que pasa en el mundo, y los libros, y el televisor con sus series… Lo mismo.
El perro viene y se echa a mi lado, la gata no aparece, se ha largado. Cuando le de hambre regresará.
El martes viene mi hija, comeremos juntas, hablaremos, pelearemos, dormiremos. La llevo a la parada del camión. Ya la extraño de nuevo.
Comenzar cada lunes es un alivio, qué haríamos sin una rutina laboral. Cómo hace la gente jubilada… Salen de paseo a balnearios, al museo, van de viaje a poblados cercanos. Si hay dinero viajan en avión.
Tal vez perder poco a poco la memoria es necesario, y los sentidos, y que se atrofie el cuerpo… Eso permite estar echado mucho tiempo, acompañarse de gatos, mirar el televisor, no pensar en sexo.
Mejor no enfermarse, librar la atrofia de los músculos, la falta de aire. Ya no fumes.
A veces es mejor no mirarse directo, mejor es mirar a otros, alimentar a otros, hablar con otros, fotografiar a otros: un perro o un gato.
De noche
Cena: galletas saladas con queso untable.
Sueño: vago por calles oscuras, casas desoladas, todo derruido y al fondo la luz: una feria. Los juegos mecánicos echados a andar sin ningún ser viviente que exhale sonrisas o gritos, solo fantasmas.
Amanece en un cuarto de hotel. Se escucha el oleaje, tengo una sensación de descanso y calor refrescante por el ventilador de techo colocado en el girar más suave.
Voces detrás de la puerta, será la mucama.
Una voz dulce pregunta si puede pasar a arreglar el cuarto.
Vago por la playa descalzo. Ningún ser humano. Nunca vi a la mucama.
Quizá sigo soñando.
Ayer
Ayer le pregunté a Valentina, qué se sentía ser ignorada.
Hoy siento lo mismo.
Annie
También me lo pregunto, ¿por qué puedo soñar con lo que nunca he visto?
Ayer vi un documental del Everest.
Ayer escuché decir que es una proeza montar esa montaña.
Ayer pensé en lo afortunados que son algunos.
Y me emocioné, y casi lloro, solo me contuve porque había gente a mi alrededor.
Escuché hace poco que murió el hombre pájaro, chocó en algún acantilado de los que transitaba.
Es mentira que la vida es emocionante como lo vemos en las redes sociales.
Es mentira que cada instante es pleno, y las sonrisas, la gente y los lugares desaparecen cuando pasas a apagar el aparato.
Solo conozco dos o tres personas de verdad, de esas que existen sin adornos, que caminan sin detenerse y todos alrededor nos damos cuenta.
Ayer los vi de nuevo, a los escaladores, en su ruta al pico, casi sin oxígeno…. me sorprendió ver al hombre joven caminar despacio, sin aliento, y esperaba el momento en qué se desplomara ahí mismo, en esa escena, con el pico de la montaña detrás, a unos cuantos metros.
No llegó a la cima. Le faltaron sólo 16.
Siempre he creído que esas personas son mejores que otras. No un escritor, un científico o un premio nobel, sino esos que bailan como Pina, que hacen deporte extremo, o los músicos… ellos, creo, pueden ser los más felices.
Lo que hace un escritor es efímero, a los cinco, ha desaparecido, no hay acción, se ha ido…, sólo en la hoja.
Por qué alguien busca la felicidad, quién nos metió esa idea en la cabeza. ¿Es algo que solo los burgueses piensan?
La idea era sobrevivir, explorar, pero lo alcanzamos todo.
La humanidad en retroceso. Meter reversa.
¿Habrá a quién no le entusiasme vivir como los pioneros?.
Ayer vi a Annie en el televisor, con una camisola simple, sin maquillaje ni pelo lustroso o azúl. Una mujer madura. Y supe distinguirla: somos todos lo mismo.
Fin de año
Sábado, taller de poesía, mente en blanco, memoría afligida, nada que sea congruente, muchas emociones, sensaciones claras, ninguna claridad en el discurso, me he atrofiado.
Será la edad…, dice Irlanda que es la soledad.
¿A qué se refiere?, dice que lo nota en mis poemas, no en mi cuerpo, será bueno o malo eso. ¿Es una foto con amigas en la falda de un hermoso cerro lo que cuenta?, y ¡qué cuenta!, lo que dice Irlanda es parecido a las fotos subidas en el Facebook.
En cinco días salgo al paraíso, el calor, la humedad, el cielo azul y las aves de múltiples colores y cantos. Eso dice Irlanda… que es mi romanticismo con la naturaleza lo que me delata.
Es difícil hablar con otros de uno mismo. Más difícil aún es escribir sin asomar el rostro entre líneas, sin evitar suposiciones, ficciones o verdades, y qué importa, que no sólo existe eso que se ve, siempre la multiplicidad, pero la diversidad no se nota, porque el cuerpo lo delata todo igual, por eso el maquillaje y las botas, el vestido, la bufanda, y el cabello azul o rojo, ¿qué somos?
El domingo he leído mis correos de hace diez años, no sé cómo decir lo que he sentido, todo siempre ha sido tan distinto y tan igual, ¿qué es eso que no cambia?, ¿qué es eso que ha cambiado?
Es mentira que es solo el cuerpo, la rutina, el trabajo, los amigos, la partida de los hijos, la menopausia, el migrar de un sitio a otro… las coordenadas a veces son claras pero son en realidad una invención: líneas imaginarias.
Mi eje terrestre: la columna vertebral se va encorvando pero siempre ha estado para sostenerme, a veces duele, es el hilo conductor de mi estar en el planeta. Así la soledad que dice Irlanda siempre ha cruzado mi columna, mis músculos, mis nervios y sensaciones, ¿y a quién no? No soy la única. Pero esta vez, soy sólo yo.
Contadora de historias de lo cotidiano a lo inverosímil. Observadora obsesiva de la vida, sus fantasmas, su belleza decadente siempre en pugna y su resplandor. Egresada de la Escuela de Escritores Ricardo Garibay. Participante del taller de poesía “El Ciruelo” de Kenia Cano. Cuentos publicados: El cuerpo jubilado, en Nagari revista, letras bajo el volcán. Un Sábado, en Así vas a morir, la máquina de la muerte, por Lengua de diablo. El Pesebre, en la antología Navidades Paralelas, por Lengua de diablo. Alimañas, en Bajo la tela de la araña, cuento juvenil, editorial Momo. Barullo, en Registro Sonoro y otros cuentos de terror por la Fauna y Lengua de diablo. Participante en la antología de cuentos Mundos inventados, y en la antología narrativa Los lunáticos no opusieron resistencia publicadas por la Escuela de Escritores Ricardo Garibay.