Corren por la casa

Escucho sus voces por la noche. Cuando limpio mi habitación a la mañana siguiente, los encuentro. Son dos; se esparcen como el polvo. Intento capturarlos, pero corren por la casa, se esconden entre los muebles y rasguñan las cosas. Alcanzo a uno. Muerde con sus dientes chiquitos mi mano. Lo meto en un frasco que golpea como si quisiera escapar hasta que se cansa. Siento alivio, solo debo ir por el segundo, cuando lo observo debajo de una silla, vomita un bulto acuoso que se retuerce de derecha a izquierda. Este se rompe y le salen patas. «¿Cómo es posible?», me digo. Vomita más veces y otros como él surgen. Los cuento. Caminan con torpeza hasta que encuentran un pedazo de papel, lo rasgan, juegan con el y se pelean entre ellos. Oigo chillidos. Descubro cubierto de lágrimas al que está en el recipiente. Pienso unos segundos, volteo el envase y lo dejo que vaya con los demás. Ahora quisiera saber qué voy a hacer con tantos.

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