El día que muera la vieja bruja
Mi abuela me miraba con esa sonrisa que se les da a los vagabundos y a los perros que se rompieron una pata, me miraba como diciendo “qué pendejo eres, nietecito”. Yo también sonreía, pero sonreía diferente, como diciendo “ya te cargó la chingada, abue”. Entonces ella se sentó comoCuéntame más…