…Una madre no siempre es una madre
es palabra roja en la nieve
vaso de agua a mitad de la noche
entraña donde acurrucarse
Un padre no siempre es un padre
también es oscuridad que nos llama
desde su lengua de barro;
la incertidumbre que chilla
cuando el infierno se abre…
Denisse Buendía Castañeda
Las manecillas decrépitas del reloj se despiden de la media noche. Los no vivos también escuchan los alaridos y las deprecaciones lóbregas de mi madre histérica. El portarretratos, acostumbrado a mirar su reflejo en el espejo del tocador, agoniza hecho pedazos. La foto de recién casados de mis progenitores se tiñe de presagio, memoria inmunda. Como yo, la siniestra soledad se refugia en aquel rincón de su habitación. Luego, escucho un golpe. Dos. Tres. El último. El más brutal. Una sombra mutilada se desvanece en este infierno que llamamos mundo. El pájaro lúgubre ya me observa desde la ventana. Cierro los ojos, que tiritan de nerviosismo atroz, mientras mis oídos suplican cobijo. Se los doy. Ya no escucho el graznido del cuervo, a mi madre, ni al minotauro; solo el silencio que chilla incesante en mi voz interior, la que no enmudece. Afuera. Lo sé. Hallazgos aciagos ya me acechan.
Desde aquel noviembre de los aterradores sucesos, de ese presente que resucita, el graznido del ave maldita se convierte en los <<Nunca más>> de mi existencia. Y algunas veces, dentro de este laberinto que de niña me hacen creer es un hogar, mi hogar, también escucho los pensamientos de mi voz interior de los días no vivos que me atormentan.
Naranja dulce limón partido dame un abrazo que yo te pido. 8 de noviembre, madre. Madre, no laves. No guises. No llores. No planches. No descuides a mi hermana. No la lastimes. Cumple cuatro años, madre. No lo olvides. No le grites. No la insultes. Despierta, Paula, despierta, mira quee ya amanecioó, ya los paajarillos cantan, la luna ya se metió. No arrojes con ira el pastel, madre. Te está viendo.Tu demencia, madre. Tus medicamentos. Te maldigo, madre. Padre, no la humilles. No la agredas. No la minimices. Es tu esposa, padre. No discutas. No violentes. Abrázame. Abrázala. Abrázanos. Nunca lo haces, padre. No más bebidas embriagantes. No te ausentes, padre. Las manecillas decrépitas del reloj, Ana. No se despiden de la media noche, Ana. Padre, no regreses. No le pegues. No supliques, madre. El escalón, padre. No resbales. No dejes restos de masa encefálica en la sala, padre. No sangres. No seas el tercer golpe. El más brutal, padre. ¡Paulaa! No te aterrorices. No corras al refugio. Tranquila, Paula. No te dejo sola. No, Paula. No ingieras las medicinas de mamá. No son caramelos, Paula. No te duermas. No te duermas. Es mentira, Paula. No amanece. No hay espuma en tu boquita azulada, Paula. No eres recuerdo que mutila. Tu ausencia no quema, Paula. Mata. Sí. Mata. Madre, no la incineres. No lo entierres. No enloquezcas. No hay dos muertos en casa, madre. Somos cuatro. Tengo 10 años, madre. No se vayan. No me dejen. Continúa, Ana. Soporta. Las manecillas decrépitas del reloj nunca se despiden de la media noche. Canta. Olvida. Niega tu realidad, Ana. Amo ató matarilerileritó, amo ató matarilerileró…
Algunas veces la vida es muerte, Ana. La infancia duele.
Que llueva, que llueva, la virgen de la cueva…que sí…que no…Paula se intoxicó, que sí…que no…el cráneo él se fracturó y el infierno visitó…que sí…que no…mi madre no soportó y ella ya se suicidó…San Serafín del monte, San Serafín, ¿qué haré?, yo me llamo Ana y ya sola me quedé.
Adulta eres, Ana. Escribes para resistir las paradojas de este mundo. Resiliente eres, Ana. Resiliente soy.
Sigue vacío. Mi hogar-laberinto.
Entre este sombrío paisaje y la incesante lluvia, las recuerdo, lo recuerdo. El tono de la nostalgia me invade. Me hace añorar el tiempo en el que mi madre sosiega mi llanto con su arrullo peregrino, mientras la última luz del día se extingue y la vulnerabilidad de la noche se manifiesta. Probablemente, un curioso grillo de la oscuridad nos hace compañía. Mamá, entonces es feliz. Su paz abriga mi somnolencia en aquellos primeros años después de mi nacimiento. Papá, encubre su monstruosidad. Aún no evidencia su soberbia, locura y misantropía. Acusaciones que reconoce como ciertas, no irrisorias; aunque algunas veces finge ser el otro, el menos monstruoso, el más humano, mentira necesaria para el innombrable, quien juega a ser los dos. Luego, se revela.
—Tú, también eres su alimento, su ¿víctima-cómplice?, no sientas culpabilidad —le expreso a mi madre aquella fatídica noche de noviembre, al notar que observa la hora como queriendo decapitarla entre su rechinar de dientes.
—¡Huye, Ana, huye! ¡Él, no tardará! ¡Hija… no tardará! —me dice aterrorizada, antes de que sus dedos se decidan a arrancar las últimas cejas que habitan sobre la cuenca de su ojo izquierdo.
—¿Cómo será tu redentor, madre? —le pregunto con conmiseración; pero descubro que ya soy invisible a su histeria aniquilante y corro a su habitación.
Las manecillas decrépitas del reloj se despiden de la media noche.
Sucede. El infortunio-homicida es testigo del último terror infundido por mi padre en el anémico corazón de mamá, aquella mujer que, con su mirada perpleja, extirpa el decadente suspiro final de su esposo Asterión, el innombrable Asterión, después de dejar restos de masa encefálica en la sala como evidencia de su muerte accidental, por traumatismo.
—¿Lo crees, madre? Disfrazado de fatalidad, ¡así llega tu redentor! —enuncio a Ariadna, al descubrir el charco de sangre junto al cadáver de mi progenitor que yace en el suelo.
Sí. Sigue vacío. Mi hogar-laberinto.
Siento mi cuerpo flácido. Quizá ya envejeció. Algunos días me descarna la soledad. Mi tristeza se vuelve jaula e insiste en quedarse ahí, ¡la abro! Sin embargo, el sigilo del tiempo no perdona. Ya la jaula se cerró. ¿Duermo? Intranquila, busco a Paula y a quienes anhelé fueran otros, los que no fueron. No los encuentro. El pájaro lúgubre se mudó.
Las manecillas decrépitas del reloj también hoy se despiden de la media noche. Ataúd de mis días no vivos de mi orfandad es, fue y será mi corazón.
Nace en Zacatepec de Hidalgo, Morelos en 1982. Lectora apasionada, tallerista, amante del mar, café, de los días de lluvia. Es radical, rebelde, obstinada y obsesiva. Le gusta el bolero, el son cubano, que la llamen Fanny. Irma, jamás. Lo que le da la gana, siempre eso hace.
Su primer encuentro con la literatura es a los cinco años, cuando lee junto con su padre el cuento “El gato negro” de Edgar Allan Poe, desde ese momento nace en ella el interés por el fascinante mundo de las letras.
Concluye la licenciatura de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, donde se titula con Mención Honorífica. Ha tomado diversos talleres literarios, entre ellos, el de Género epistolar con Alma Karla Sandoval, quien con sus Cartas a una joven feminista le cambia su perspectiva de vida y a quien siempre le agradecerá la sororidad y solaridad con las que cobija a las otras.
Felicidades Fanny, tus letras son mpresionantes!!
Gracias, querida Martha. Abrazo 🙂