(cuento incluido en El protagonista muere al final, Lengua de Diablo, 2023)
¡Pero yo debo llegar a T. mañana mismo!
Juan José Arreola
Querido señor.
Me veo forzado a enviarle esta carta ante el deficiente trabajo que ha hecho usted en el arreglo de mi jetpack. Primeramente, el mío es un modelo HPJet-2070xc, de los que vienen con propulsor a chorro, nanocelda nuclear y chips de magnesio. Es, a todas luces, un acto total de ignorancia haberle puesto como reemplazo un chip de carbono. ¡De carbono! Al primer encendido del aparato, ¿sabe usted a dónde he ido yo a parar? Probablemente a la luna, no sé a cuál de todas, pero más allá de Phobos, eso se lo aseguro. Y déjeme preguntarle algo: ¿ha considerado acaso que el cliente (yo) fuera a usar el propulsor en alguna de las colonias de Terra2? No sé si lo sepa, me sorprendería mucho que no, dado que ha sido noticia universal desde hace tres periodos, pero el espacio en esas colonias está plagado de nanopartículas de Kiebler 7.0, ¿leyó bien? ¡7.0! Al primer microrrelámpago aceleratorio de carbono y las cuerdas del universo se fundirían al instante con las del universo paralelo más próximo. ¿Que si acaso entiendo cuestiones de universos paralelos? Señor, querido señor, yo escribí el manual y las pautas para la divergencia cuántica y los máximos niveles aceleratorios para hipercélulas en espacios gravitacionales en celdillas de universos paralelos.
¿Sabe usted la triste experiencia que tuve en mi último intento de salto temporal?
Todo se debió a la mala condición de mi jetpack. La gran máquina detectó anomalías, sí, anomalías en las juntas de triple acero marciano que usted (quién más) colocó chambonamente empotradas con un láser de defectuosa calidad, que no hizo más que quemar las nanopartículas y el ajuste térmico resultó defectuoso. Si me viera volar entendería usted. Soy un pobre espectáculo. Enciendo con ganas la mochila propulsora, y cuando la corriente microeléctrica recorre el sensor incrustado en mi muñeca, el chip injertado en mi espalda y es detectada la señal de encendido, salgo disparado como pato con poca vocación para volar. Hago poca justicia al extinto animal referido, pero, si bien lo pienso, puede usted ver estos días hologramas publicitarios de mejor calidad atravesando los cielos. Soy, a lo mucho, una gallina voladora con la nueva calidad de mi jetpack.
Ayer casi muero.
Imagínese el susto: al ruidoso estallido de los microrrelámpagos aceleratorios, el propulsor se encendió dolorosamente. Seguro que el golpe auditivo se escuchó a tres mundos de aquí y ni los perros robots de la luna terrestre se escaparon de sufrir el ruido. El escándalo fue tanto que yo mismo me sacudí en temblores dignos de parásitos venusinos (sí, esas bellas y diminutas sirenas plateadas que se cuelan por cualquier orificio hasta encontrar un lugar cálido y suave donde anidar su esqueleto de cuchillas), y grité, grité como un pequeño niño asustado mientras la espiral de mi elevación daba un espectáculo a la gente en el suelo. Fui a parar a un parque antes de que se fundieran los nanochips de direccionamiento. Y heme aquí, señor, sin señal para enviarle un mensaje por la red sensorial y mucho menos para presentarme ante usted en calidad de holomail.
He recalibrado los circuitos del tiempo y la mochila me indica una fecha fuera del cálculo digital. En el horizonte sólo veo montañas llenas de humo y sospecho (maldita sea la hora en que usted le echó mano a los hipersensores de la mochila) que no sólo el disparo de luz me ha hecho viajar en el tiempo, sino que he atravesado la ridícula cantidad de diecisiete universos paralelos. Maldita teoría de cuerdas. Aquí, a mi lado, hay también un hombre que intenta ayudarme a componer el jetpack. El pobre sujeto, medio simio, medio humano, sigue golpeando suavemente con una roca el aparato. Ahora, querido señor mío, debo confesarle que confío más en él para mi pronto regreso a Terra2 que en usted, a quien pronto llevaré de vuelta el aparato, a la espera de una compostura gratuita y renovada. Yo le prometo que si, al final, un estallido nuclear me lleva de regreso a casa, le escribiré una hermosa digicarta de gratitud, presentándolo en ella como hombre cumplido y modelo de reparadores de jetpacks.
Soy sinceramente su servidor.
Egresado del Diplomado en Creación Literaria de la Escuela de Escritores “Ricardo Garibay” del estado de Morelos. Fundador y director de la editorial independiente Lengua de Diablo, de Abismo, Festival de Literatura Fantástica y de Naves y Monstruos, Encuentro de Extraña Imaginación. Ha obtenido el Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola en 2012, mención de Honor en el Premio Bellas Artes de Cuento Hispanoamericano Nellie Campobello en 2018, ganador del Premio Bellas Artes de cuento infantil y juvenil “Juan de la Cabada” en 2019 y del Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción en 2020.
Magnífico Efraim.