Carretera a media noche

Pleased to meet you,

hope you guess my name…

Hace semanas que viajamos sin detenernos en el viejo Valiant verde de papá. Él va al volante y junto, mamá lo acompaña, silenciosa. Atrás estamos Bill, el pequeño Sam y yo. Hace horas salimos del último poblado. Ahora sólo nos rodea el bosque y nuestra única guía es la raya blanca en medio del camino de asfalto. Ya es tarde y se empieza a sentir frío. La radio está prendida y bajo un constante siseo se escucha una vieja melodía, que no alcanzo a distinguir. Papá no apaga la radio nunca, dice que es su compañera más fiel cuando está manejando. La cabeza de Bill salta de un hombro a otro. Lo muevo un poco para hacer que se recargue y deje de balancearse. Sam está envuelto en sus cobijas, amarrado a la silla de seguridad.

El camino está oscuro. Sólo puedo ver el área que parecen perforar los faros delanteros. A los lados, se adivinan la hilera interminable de pinos y uno que otro poste de energía eléctrica. El silencio lo cubre todo. Papá a veces canturrea alguna canción que reconoce en la radio, el resto del tiempo va callado, con un palillo de dientes que muerde desde hace horas.

Me acerco al sillón delantero, tratando de ver el rostro de mamá. No alcanzo a verlo, pero sé que ahí está. Sólo papá y yo seguimos despiertos. Se oye un gran golpe en el cofre del auto, es un ruido seco, como si algo hubiera caído sobre nosotros. Papá no frena. Veo la expresión de asombro en su cara por el espejo retrovisor. Baja un poco la velocidad, pero no se detiene. Me acerco lo más que puedo entre los asientos delanteros y alcanzo a distinguir lo que cayó: “es un cuerpo”, digo tratando de permanecer calmado. Papá, me mira y da un frenón intempestivo, de manera que el cuerpo resbala y cae del auto. Entonces, así, sin frenar, cambia la velocidad y arranca tan rápido como puede, dando un giro rápido al volante. Respiramos con cierto alivio.

Papá se limpia el sudor de la frente con la manga de la chamarra. Afortunadamente sólo él y yo fuimos testigos de lo sucedido. Estamos sumidos dentro de una niebla baja y espesa. La luz frente al auto es ahora mucho más corta. Papá baja un poco la velocidad. Es imposible ver nada. El vaho ha empañado las ventanas del auto. Yo trato de limpiar un poco el vidrio de mi lado con la manga de mi camisa. Papá decide parar. Baja del auto y cierra la portezuela. Un cosquilleo sube por mi columna, pero no puedo decir nada. Papá se para junto al auto y revisa el cofre. Veo cómo pasa los dedos por la lámina y al levantarlos están embarrados de sangre. Sólo quiero que nos vayamos todos de ahí. “¿Qué espera papá?”.

Mi corazón salta dentro del pecho. Volteo a mirar por la ventana trasera del auto y en ese momento oigo gritos. Giro rápidamente la cabeza. Algo está atacando a papá, no distingo qué es. Escucho que aun grita. No sé qué hacer. Si bajo, me atacará a mí también. Veo al pequeño Sam, que está ya un poco azuloso. Bill, a mi lado, ya huele muy mal. Agito el hombro de mamá. Su cabeza cae flácidamente hacia un lado. Veo en sus ojos la muerte. No puedo parar de temblar. Lo que atacó a papá está fuera del auto. No quiero abrir las puertas, ni siquiera una ventana. Un miedo incontrolable me invade. No puedo hacer nada. Sólo escucho los gritos y el forcejeo de mi padre afuera. Veo caer su cabeza sobre el cofre del coche, provocando un estruendo. Luego se hace el silencio.

1 comentario

  1. Felicidades Luis. Tienes una pluma maestra para hacer sentir al lector el miedo y pánico que sentía el protagonista.

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