Brujas Luciferinas

“Me verás volar
Por la ciudad de la furia
Donde nadie sabe de mí
Y yo soy parte de todos…”

G.C.

Hubo tiempos de jolgorio, hoy solo hastío. Un vacío inenarrable. ¿Hasta cuándo seguirían fantasmas blancos recorriendo el sitio? Cada mañana lo desnudaban, lo toqueteaban monstruos de manos frías. Y él, solo un cuerpo zarandeado a su placer.
Eran noches y días infernales. Ninguna sensación, ningún hedor; algo que le permitiera saberse vivo. Solo un organismo lánguido posado en un lienzo blanco acolchado como prueba irrefutable de su presencia muda. Piel translúcida, ningún tostado en sus piernas. Sus párpados pocas veces se abrían permitiendo distinguir siluetas humanas. Existencia nula: solo escuchar y esperar. Cuánto tiempo más, pensaba.

31 de diciembre
A la medianoche brujas luciferinas bailaron delante de él con movimientos lascivos. Lo fueron despojando lentamente de ese paño ridículo que lo oprimía. Intoxicadas de su olor y envueltas en sudoración, lo besuquearon acariciando cada parte de su cuerpo blancuzco. Durmieron en su lecho revolcándose de placer; dejándole ver que lo amaban. Él solo tenía que sentir deseo para que su sueño se cumpliera. Ellas estaban allí para lograr el milagro. Para orillar la muerte. Para circundarla juntos durante el año nuevo y que él pudiera renacer, sí, para que a la mañana siguiente pudiera renacer.

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