Botellas al mar

Nunca supe cómo llegó hasta ahí, el hecho es que la botella apareció a mis pies. Estaba tibia por el sol y era bombacha, transparente y limpia, cerrada con un corcho. Sin grabados o algo que indicara su origen. Contenía residuos de arena y una hoja de papel. La me incliné, la recogí, me incorporé de nuevo y la observé. En efecto, dentro tenía una hoja de papel.

No sé qué tan común es el cuento de alguien que necesita ser rescatado. ¿Sería el caso? Un náufrago perdido en algún lugar, sobreviviendo en cualquier isla desierta, envía botellas con mensajes de auxilio que lanza al mar. El agua las lleva, flotando, hasta desaparecer de su vista. Luego él confía en que alguien, algún día, las encontrará. Al menos una, quizá. La espuma de las olas que se deshacían antes de tocar la costa lavaba la arena adherida a los dedos de mis pies. Observé el interior de la botella: la hoja perfectamente enrollada, blanca, los granos de arena clara, idéntica a la que yo sentía en mis plantas ¿Quién lanza mensajes al mar? Más importante: ¿quién espera que los mensajes que lanza al mar sean recibidos? Pensé en su isla desierta, en el sol quemante, el viento caliente y salado. Un náufrago midiendo el tiempo en función de la posición de su sombra. Un náufrago confiando en que el mensaje llegará al destino correcto. El corazón me brincó en el pecho. Luego se me compactó. Retiré el corcho y extraje la hoja de papel. Volteé la botella y dejé caer sobre mi mano las partículas de arena. Las sentí en mi palma y observé con cuidado. Eran idénticas a las que el agua lavaba de mis pies. Las dejé caer y se unieron al infinito que sostenía mi vida. Si yo caminaba sobre ellas se hundirían ante mi paso para legitimar mi existencia en ese momento. Luego el mar limpiaría cualquier rastro de que alguna vez estuve ahí. Pensé en el náufrago y sentí una tristeza interminable, profunda; en las huellas de sus pasos sobre la arena, en sus pies húmedos y salados. Sus pies solos, igual que los míos. Sus manos solas, enrollando la hoja que yo sostenía. Desdoblé y leí: Estoy aquí. Solo eso. La letra firme sobre el papel. Pensé en el náufrago, en la arena, en su cuerpo solo en una isla desierta. Miré a mi alrededor: nadie estaba conmigo. Mi isla estaba desierta también. Volteé hacia atrás: el agua había borrado mis pasos. Si en ese momento yo desapareciera, ¿alguien podría dar fe de que alguna vez existí? Si yo dejaba de existir, ¿quién podría decir que había un mensaje en una botella lanzada al mar por un náufrago? El agua del mar entró por mi piel y me llenó el cuerpo. Mi corazón se ahogaba. Quería encontrarlo, hallar al náufrago, decirle que su mensaje había llegado a mis manos, que mis pies pisaban el mismo suelo que los suyos, que mi isla estaba desierta. Quise caminar sobre sus huellas antes de que el mar las disipara. Estoy aquí. Hubiera querido tener a mano un bolígrafo para responder: Yo también. Solté botella y papel. Corrí con fuerza y me lancé al mar. Sin rumbo, sin destino, sin certezas. Con la única consciencia de que otro como yo me esperaba en algún lugar.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *