Astas

Estás desvelada, agotada y harta de todo, pero no quieres apagar la computadora e irte a la cama. La noche está oscura y silenciosa. Sentada en el comedor frente a tu laptop, miras videos y oyes podcasts de terror, tu género favorito. Sobre la mesa, al lado de la computadora portátil hay un libro abierto, trastes vacíos y una gran jarra de café, ya con poco contenido.

Saltas de un video a otro. Muchos los conoces bien, otros no te interesan lo suficiente. De repente, escuchas unos ruidos afuera. Aunque tu departamento está en cuarto piso, los ruidos vienen desde la calle, quizá la entrada principal del edificio. Se escuchan gritos y una sirena que no para en su largo chillido. Te extraña el bullicio y te levantas de la mesa para asomarte por la ventana. Hay gente abajo. Algo sucedió, pero no entiendes qué es.

Cuando regresas a la mesa, un video está corriendo en la pantalla: es un bosque frío y denso. Un extraño animal, con cuerpo humano, pero una gran cabeza con orejas que se mueven y un par de gigantescas astas –cual un ciervo-, persigue a un grupo de jóvenes. La música del video es inquietante. Se oyen ruidos muy fuertes y gritos. La cámara da saltos.

Miras esas imágenes cuando se va la luz en el departamento. Oyes el ruido característico que hace el refrigerador y otros aparatos cuando la corriente falta. La única luz que entra en el comedor, es la que se cuela por la ventana de la sala. Una sensación extraña te recorre. Las manos te sudan un poco. Vas hacia la ventana y miras a la calle. Ya no hay nadie, ni personas ni patrullas. Te percatas de que las calles están mojadas y sientes que el frío ha intensificado. Cierras la ventana que estaba entreabierta.

Vas para la cocina, te acercas al mueble que está junto a la estufa y abres el cajón. Buscas una caja de cerillos. No los encuentras, pero te pinchas con algo la mano y tienes que sacarla rápidamente. Un intenso dolor te recorre desde la mano. Te has dañado con un cuchillo. Te brota una lagrima. Tu mano sangra y lo único que se te ocurre es chupar esa sangre. Envuelves tu mano en una toalla de papel y continuas la búsqueda. En otro cajón encuentras los cerillos. Tomas la vela que tienes sobre el refrigerador, ensartada en una vieja botella de vino. Prendes el pabilo y vas de regreso a la sala.

Te encuentras con la total oscuridad, pero al fondo, iluminado por la luz de la calle, encuentras al hombre con cabeza de venado, parado en tu mismísima sala. Tu primera reacción es correr, pero no puedes mover las piernas. Ese extraño ser se da la vuelta y puedes ver su rostro. No es un venado ni nada que se pueda nombrar. Es oscuro, deforme y maligno. Sus ojos son pequeños y con luz propia. Tiemblas. ¿Te mira? Lo ves respirando con fuerza. Hay hilillos de moco que resbalan por sus fosas nasales. Mueve las orejas nerviosamente. Sus extremidades inferiores terminan en oscuras pezuñas. Es de gran tamaño y está cubierto de pelo corto. Lo miras fijamente, con miedo, pero también con fascinación.

Lo miras y sin oponer resistencia caminas hacia él. Te atrae hacia sí, de algún modo. No entiendes que pasa. Solo percibes cada vez más su aliento fétido, su humedad, su calor y entonces, sientes como clava las enormes astas en tus ojos. Todo gira alrededor de ti y caes de bruces al suelo.

2 comentarios

  1. Felicidades!!! Ya soy tu fans, me gustan mucho tus cuentos de terror 😻

  2. ¡Qué bárbaro, Luis! Cada vez más terrorífico. ¡Felicidades!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *