La irrealidad de lo mirado da realidad a la mirada.
Octavio Paz
—No comprendo. Suena muy raro tener ojos.
Otra gota tartamudeó ascendiendo al titán anubarrado del cielo de Júpiter que estremecía sus fauces. Disperso, observé la geografía estancada del aglomerado de tortugas-mamut pastando las nubes afiebradamente.
—Tal vez es la proyección de uno mismo. Un producto, un pequeño hijo que deviene de esos tres: ente, luz, ser, ¡siempre tres! —retuve aquel viejo verso en mi garganta nostálgica— Un niño juguetón, un cosquilleo enclaustrado que sometemos a nuestros ropajes, un aletear al que le otorgamos nuestra máscara. No, olvídalo. No es eso.
Me interrumpí. Horas de cavilaciones frente a la alienígena, pasando por cada disciplina e incluso llegando a la poesía no lograba convencerme, mucho menos convencerla. El agua trepaba las figuras de aire enrarecido amagando una cortina alrededor nuestro. Aún descubro que Júpiter es maravilloso, un melancólico milagro negado a sus ciegos habitantes. Al no tener ojos su relación con lo real es otra, tan inaccesible como la mía ante ella.
—No creo ser el adecuado para explicarlo, estoy deformando todo… quizás el mirar no es más que pura deformación… o formación —arrepentido, aminoré mi volumen.
—¿En tu planeta existen adecuados para explicarlo? —preguntó de prisa, con emoción atropellada, revelando cómo esa pregunta la sofocaba desde hace tiempo cimbrando sus ventosas visibles.
—No creo que haya algún observador consciente de todo lo que al mirar maquina. Un humano sabedor del arma que implican sus ojos, del nacimiento atropellado que hay en todo ver. Me pregunto si será soportable comprender eso.
Con la ansiedad segmentando mi pensar decidí volver a una idea anterior. Ella, aún con ese oceánico rostro inaccesible por su pulcritud, parecía intranquila.
—Al mirar creamos, al ser mirados somos creados. La mirada del otro, como la nuestra en tanto otro, determina comportamientos. Y más acá la trama en la córnea está dibujada por incontables engranajes físicos, químicos, culturales e ideológicos. El mirar es el dios detrás de Dios, un dios violento imponiendo un trazo, originado por supervivencia, perpetrado por cultura, simplificado e ignorado por hegemonía.
Un silencio mustio prorrumpió mi inútil papel de rapsoda. Callamos largos minutos en los que sólo se extendía un rumiar incesante de nubes.
—¡Oh, claro! —su infantil grito de emoción resonó en mi cabeza catacúmbica — ¡Es un hongo!
—¿¡Cómo!?
Una nerviosa pero incontenible sonrisa cheshire conectó mis húmedos ojos. La excitación bullía mis poros gritando si ella lo había entendido mejor que yo, mejor que ningún humano allá en la Tierra, ¿cómo era posible?
—¡Increíble! Vamos, dime, ¿un hongo?
—Tú me lo has adelantado. Es un hongo esparciendo esporas, comunicando, consumiendo, creciendo de lo muerto, de lo vivo, de todo, ¿no es eso algo tan milenario como el mirar? —arrastró sus últimas sílabas cuando estupores sembraban desesperados hormigueos en toda su frente.
—Claro, un ojo tiene lugar en el reino fungi.
—Lugar en ti, lugar en mí.
Su despoblado rostro perla empezó a latir, enormes llagas irrumpieron su absoluto candor. Cual pétalo marchito su faz se desvaneció, sustituida por un entramado de tentáculos que incansables se golpeaban entre ellos compitendo por entrar a la antigua carátula. La encaramada precipitación no cesaba.
Asustado busqué sitiarme, mas un tremular candente en la obra del universo interrumpió la danza. Súbitamente, parido el nuevo rostro, los tentáculos yertos cayeron anunciando tres grandes abismos, otra bella trinidad laberíntica, asomando dos duraznos sangrantes. Eran ojos.
—Si algo mira mi cadáver, será algo vivo. Solamente algo como un mirar o un hongo sabe hacer renacer los cuerpos más decaídos y podridos. El ojo-hongo sabrá que eres tú, que soy yo, que somos mirar, eternidad —dijo al unísono con sus cuatro manos inaugurando la brisa ya sin lluvia. La bóveda se había alimentado.
Mientras me miraba, runrunée un verso otrora sólo humano: ¿Qué son miradas que son labios?
—Tu mirar es como una caricia.
—Son las esporas.
Dante Gael Gómez García (Tijuana, Baja California, 2005).
Un insufrible lector de poesía que actualmente es entusiasta estudiante de la licenciatura en Filosofía en la UAEM. Se dedica a la difusión literaria desde el Círculo de lectura del Café La Fauna del cual es moderador desde hace más de un año. Recientemente inició como mediador del Foro de poesía de la Pulquería Los Arrieros. Fue coconductor del programa Los placeres de la lengua en Radio UAEM. Hoy es conductor de Ecos para el diluvio cotidiano en Radio Tepoztlán. Inicia su actividad en la escritura en el taller de narrativa, Colectivo Alcatara, que dirige el escritor Arturo Núñez Alday.
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