Antes del etcétera

Eres, para todos, un hombre serio; para mí, uno de palabras. Escoges con cuidado cada una de ellas: ese es tu mayor talento. Como si tuvieras temor a ser malinterpretado, tomas una palabra y meditabundamente la dejas reposar en el aire hasta encontrar la siguiente; así, hasta construir todos los niveles del edificio de tu discurso.

El día que nos conocimos, llegaste y te definiste: soy Martín: Economista, lector, romántico, etcétera. Toda la noche alimenté tus famélicos oídos con anécdotas que no te cansaste de escuchar; te molesta que hablé tanto, pregunté; me gusta escucharte, respondiste. Esa noche nos fuimos juntos, no volvimos a separarnos: pláticas, decisiones, mudanzas, promesas, etcétera; tuvieron lugar en poco tiempo.

A medida que más te conocía más amoldaba mi forma de hablarte, cambiando el contar por el preguntar: buscando descifrar el respaldo de tu voz. ¿Qué es lo que más te gusta de mí?, pregunté, a lo que con una calma inexpresiva contestaste: tu nombre, los sueños locos que me cuentas por la mañana, tus “te amo” antes de colgarme el teléfono, el rostro que pones cuando estás pensando, el cómo me rodeas con tus brazos al dormir, etcétera.

Nunca olvidé tu respuesta, fue la primera vez que te escuché hablar tanto sobre mí; sin embargo, había un detalle que me era más conocido que los demás y que sembró inquietud en mi cabeza: el etcétera. ¿Por qué utilizarlo? Millares de posibilidades son omitidas al emplear esa inflexible palabra, como si hubiera muchas cosas más que te gustaran y no pudieran avanzar por esa muralla inamovible que solo da atención a las palabras que la anteceden. Tu nombre… eso fue lo primero que mencionaste, ¿será más importante que las otras opciones? Lo primero tiende a ser lo que uno más recuerda, lo más liviano; lo último, anterior a la barrera, es lo más pesado: aquello que carga con un mundo a sus espaldas. ¿Qué tanto habrá en ese limbo? Quizá con el tiempo algunas palabras logren cruzar la barrera; o quizá, simplemente, el mundo junto con sus palabras y barreras desaparecerá. 

Mi angustia creció. En repetidas ocasiones, me soñé rodeada de comas, y cada vez, más lejos del etcétera. Recuerdo habértelo contado, también recuerdo ver tu rostro juzgándome, diciendo: deja de contarme eso, no tiene sentido. Los sueños pararon, o quizá simplemente yo dejé de ser partícipe; de todas formas, fue la última vez que supiste de ellos.

Repito sempiternamente en mi cabeza: tú y yo; un carácter en medio de dos pares de letras. Sin “y”; todo es “tuyo”: ya no hay yo. Ya no hay yo, ya no hay yo, ya no hoy, hoy ya no…

Sabes, Martín, existe el pensamiento de que todo debe estar en equilibrio, un 50-50, ni más ni menos; pero cuando no hay yo, todo es un 100-0, ¿lo has pensado? ¿tú también te has sentido así? Silencio… esta vez no construiste ningún edificio con tus palabras; parece que en esto estamos de acuerdo, tú y yo: ahora existimos. En este momento sé que todo ha terminado: la frontera del acuerdo nos separa y nos borra. De ti solo queda un economista; y yo, ya no existo entre comas, ni mucho menos formo parte de las palabras contingentes detrás de un etcétera.

Antes del etcétera, había romance; antes del etcétera, había promesas; antes del etcétera, mis brazos te rodeaban al dormir. Después de este etcétera, no quedarán más que decisiones y mudanzas.

1 comentario

  1. Excelente escrito por parte del buen amigo Alex, más de esto para deleitarnos la lectura y pirograbar en la retina de la imaginación las imágenes provocadas por el escrito

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *