Los tenis rojos que colgaban en la pared de la sala de la casa de Ibrahim, eran un recordatorio de dolor. Habían pertenecido a su hermano, Emanuel, que se había ido unos años atrás y ahora ahí estaban, con algo de polvo, solo se movían cuando alguna corriente de aire se deslizaba por la casa o cuando ocurría algún temblor.
Su padre y su madre los veían con vergüenza cada momento del día, estaban colocados en un punto inevitable. Durante las comidas, en las horas de ver televisión, mientras se sentaban en alguno de los sillones, ahí estaban.
Ibrahim adoraba a su hermano, habían sido grandes amigos a pesar de que era varios años mayor. Él lo acompañó en varios momentos clave de su vida: aprender a andar en bicicleta, jugar fútbol, defenderse cuando era necesario y, en especial, a cuidar de sus padres. Lo extrañaba mucho y le dolía que no se pudiera tocar tema alguno que tuviera que ver con su partida. Todo se reducía a los tenis que seguían colgados en el mismo lugar.
Emanuel no había desaparecido de un momento a otro, su ausencia fue gradual, comenzó a irse una tarde mientras llovía, Ibrahim lo encontró en la puerta de la casa, su expresión era rara, se veía diferente, algo había que acaparaba su atención y aunque se encontraba empapado no se movía de lugar, hablaba en voz baja. Ibrahim creyó que su hermano había bebido o consumido algo y se rio, lo tomó del brazo y lo ayudó a entrar a escondidas de sus padres a la casa, se sentía orgulloso de ser el cómplice de una acción de rebeldía. Después de aquella tarde todo comenzó a pasar muy rápido. Ausencias en el trabajo, comentarios sin sentido que desesperaban a sus padres, miedos sin motivo, silencios eternos, cada día que pasaba, Emanuel se iba transformando en otra persona y cada vez que Ibrahim trataba de preguntarle qué ocurría, le explicaba que no pasaba nada, que en realidad todo estaba bien, era difícil cuestionarlo, el cariño hacia su hermano mayor era tal que prefería quedarse callado.
Entonces vino la primera ausencia, Emanuel no llegó a casa en tres días, su madre no estaba triste, juraba que su hijo había decidió tomar el “mal camino” y que ahora andaría por ahí delinquiendo o consumiendo drogas bajo algún puente. Su padre solo guardaba silencio, pero se podía ver el enojo en sus ojos. No consideraron hacer algo para buscarlo y a Ibrahim le advirtieron de no hacerlo, para ellos su hermano había dejado de ser parte de la familia.
Apareció en la cuarta noche, entró a la casa y los encontró cenando. olía mal, su ropa estaba sucia, él estaba sucio, parecía como si estuviera intentando sonreír pero no lo lograba. En la mano traía un par de tenis rojos en estado impecable que le ofreció a su padre como una ofrenda que nadie entendió. Pasó la noche en el sillón mientras sus padres discutían en voz baja, consideraban inadmisible tener a un drogadicto en casa, seguro robaba para satisfacer sus vicios y sería una pésima influencia en Ibrahim. Al otro día Emanuel ya no estaba, los tenis rojos colgaban de la pared en la que hasta ahora seguían.
Desde entonces Ibrahim lo buscaba a escondidas de sus padres, lo veía de lejos, sucio, cargando bolsas llenas de quién sabe qué, hablando solo, riendo solo, durmiendo en donde pudiera. De cuando en cuando le llevaba comida e intentaba hablar con él, pero ya no estaba se había transportado a una realidad paralela, a un mundo dentro de sí mismo, a pesar de eso era su hermano y lo seguía amando y haría lo posible para que lo poco que quedaba de él en este mundo se sintiera bienvenido.
Ulises José García Rodríguez, nacido en Cuernavaca Morelos el 3 de diciembre de 1974. Estudié servicios editoriales con el grupo editorial Versal de 1999 a 2000. Manejé un proyecto editorial llamado TREBUCHET EDITORIAL del 2000 al 2005, he trabajado como asistente en distintos proyectos de edición impresa y digital así como en el transporte de libros en papel a versión Epub. Egresado del Diplomado en creación literaria de la escuela de escritores Ricardo Garibay.