La máquina de sueños

Con las ligeras gotas de lluvia que acarician el cristal de los edificios, la red neuronal se entrelaza con la ciudad de Cloud City.  Ella reconoce el cielo que su gente desea. Nosotros pintamos de rojo el firmamento, lee en sus reportes, que han soñado los peatones en canciones de cajas de voces e imágenes tejidas por píxeles. Los peatones textean las palabras que dicta el ojo que apela el sentimiento por ser descubierto por la red neuronal:

Necesitamos llegar más rápido al trabajo. Quiero llegar temprano con mi mujer. Debemos #llegartemprano a casa. Nosotros no necesitamos #llegartemprano a nuestro destino. Ya hay muchos caminos. Etcétera. Etcétera. Y más Etcéteras.

(¿Desea leer más sugerencias?) (Sí/No)

Y hay un temblor que pasa desapercibido. Parece gritar ¡No más!

La base de datos reconoce las aspiraciones de los ciudadanos. Es una actividad con un 100% de participantes en el tráfico de información. El 75% está a favor. Un 10% niega la posibilidad de un nuevo camino. El 15% restante no estaba al tanto del tema. La solicitud ha sido escuchada. Se entrelazan el deseo y la arquitectura.

Y hay una jeringa que penetra en la piel de un paciente.

La ciudad extrae el flujo sanguíneo de datos. Se encapsula la prueba al sistema REM. Se filtra y moldea el acceso a las imágenes que proyecta la red neuronal.

Las personas silencian sus pasos hasta ser sombras mal formadas por luces de Neón. Los brillos holográficos titilan. La publicad abunda sobre las cabezas y postes de luz. Las voces se mezclan en tonos y lenguajes. El sol se esconde bajo el dominio de los rascacielos que corta el viento con sus cimentos de metal y espejos. La ciudad sueña.

Y hay un estruendoso ruido que hace eco por las calles. Es como el tronido de los huesos.

La ciudad se proyecta a sí misma en una conductora. Ella sostiene el volante con un ronroneo eléctrico que cascabela por la espina dorsal. La carrocería del auto marcha por encima de las vías de corriente eléctrica, que sobrecargan el motor, disparando las manecillas del kilometraje. Una voz le zumba al oído. Para llegar a la calle B17, debes cruzar por la avenida A14, pasando la glorieta del C19. Pero la ciudad se mantiene en línea recta. Presiona a fondo el acelerador. El camino esta por agotarse. Pero no choca. Del sueño tecnológico, se construye un túnel por delante, y que pasa bajo los edificios. Los ojos construyen el sendero que todos deseamos. El rugido del motor se proyecta por todo el túnel, pero no sale a la superficie. Ella, junto con su auto, desaparece. La ciudad despierta y se entrelaza con su gente.

Los medios de comunicación alaban el nuevo cambio. Resaltan la eficiencia y la comodidad de conducir. La nota periodística deja en buenos ojos a las empresas automotrices. La Máquina de sueños ha hecho bien su trabajo. Aunque todavía debe moldear más rascacielos, parques, tuberías, Etcétera, Etcéteras. Etcétera. Pero nadie sabe dónde está.

(¿Desea añadir nuevos monumentos a la ciudadela) (Sí/Sí)

La nueva ola de información inunda la base de datos, ahogando al sistema REM. La red neuronal bebe de su propia agua. La ciudad se hunde en las profundidades del netcode.  El arquitecto resurge del abismo onírico. O mejor dicho, el paciente recupera la consciencia.

Bajo el pálido amarillo que se extiende por las esquinas de la sala de operaciones, los párpados del paciente se aferran a la curiosidad latente. Los huesos yacen impregnados en la camilla, marcando una silueta que resalta por el sudor. La lengua le comienza a jugar; sale y entra, ensalivando el desierto de los labios. Sabe que, si sueña con comida, si pronuncia la palabra alimento, no saciara el hambre. El suero lo nutre, pero no le da la sazón de un platillo.

El paciente se agita. Los cinturones en la camilla lo retinen. Hay demasiado tranquilidad. No lo sabe, sólo lo intuye. Si llega a tener la fuerza necesaria para liberarse de sus ataduras, si nadie lo está vigilando, caería apenas tocar el suelo; sus piernas olvidaron lo que es caminar. El paciente, en un sonido seco, expulsa polvo y arena en un grito. Cierra los ojos. Escucha las ondas magnéticas que escarban la corteza cerebral. Es un pus sanguíneo que no puede abrir. El paciente abre los ojos y observa la jeringa que se le acerca lentamente al cuello.

—Vuelve con nosotros —le susurra una voz que proporciona impulsos electromagnéticos a diferentes áreas del cuerpo.

Y con una ligera lágrima que brota de sus ojos, el rostro del paciente es adormecido.

Cloud City recuperó su máquina de sueños. Su arquitecto fantasma.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *