Al despertar
Cuando despertó todavía olía algo raro, las personas se nublaban lo veían pero parecía como si las miradas lo atravesaran. Todo había cambiado, pero todo seguía siendo igual. Se sentó a la mesa frente al nigromante y vio el intersticio de las llamas devorando los ojos trémulos.
Las miradas de los atrapasueños sembraban un vacío en el ambiente. Todos hablaban, pero el no podía oír ninguna palabra; sentado, mirando hablaban de él como si fuera un mueble en la sala, las conversaciones lo describían, pero eran rojas. En las paredes había ojos bien abiertos como la orilla de un vaso que corta rojo sangre.
Las personas hacían círculos para verlo, caminaban, respiraban de cerca en su nuca,… a una creía reconocerla. Estaba llorando mientras comía sobre su cuerpo. Los cielos revoloteaban afuera y caían como una doncella de metal cerrándose, hirviendo sobre sus sienes. Podía oír también el canto de las flores y el susurro de las aves como flechas aguijoneando su piel.
El filo del metal se deslizaba entre su epidermis y el tejido rojo. ¿Por qué nadie hacía nada ante semejante espectáculo? Mientras sabía que estaba moviendo los labios. pero nadie parecía poder entenderlo. ¿Por qué estaba en esa plancha de metal? ¿Por qué los hombres de negro elegantes hablaban como en otro idioma flotando?, pero sobre todo; ¿por qué no podía sentir el dolor, pero sí su palidez!
Trzzz trzzz se oía un motor tan cerca de su oído. Algo estaba sacando de su cabeza. El infierno estaba enfrente. Podía ver y sentir las llamas alrededor. Una mirada penetrante que le decía, tú eres el elegido. Al abrir los labios le estaban metiendo un pedazo de su propia mente; que ya estaba masticando. ¿¡Pero seguía sin sentir ningún dolor!?, ¿cómo era posible no sentir ningún dolor? Caían los huesos. La piel, las lágrimas y los sollozos apagaban el espacio con un silencio sepulcral, pero a la vez festivo. Alguien le estaba cosiendo la piel.
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El jardín que susurraba
En Cuernavaca la neblina siempre llega antes que yo. Se cuela entre los árboles, se esconde en los senderos de mi jardín, se enreda en las ramas de las bugambilias y se acomoda en los rincones del derbake. A veces creo que el aire está vivo, que respira y observa. Camino por la mañana con la carpeta llena de proyectos, pensando en mis estudiantes de ciencias y mercadotecnia, en los informes de empresas, en los números que jamás podrían contener la vida que late en todo eso. Y siento que la ciudad, el jardín, incluso yo, estamos esperando algo que aún no sé nombrar.
Mi casa es un jardín de ensueño. Las bugambilias se inclinan como si me saludaran, los jazmines abren los ojos por la noche y los helechos susurran secretos que parecen palabras. Cada maceta, cada piedra, cada hoja parece moverse ligeramente cuando nadie mira, como si estuviera viva. Y el derbake, mi viejo compañero de percusión, vibra solo cuando la neblina lo toca. A veces creo que no lo toco yo; es él quien me toca a mí.
Una tarde mientras corregía los informes de un proyecto de investigación, la neblina se concentró frente a la ventana. Formó un rostro que respiraba junto a mí, sus ojos eran hojas húmedas y su boca, la curva de una flor que se abría lentamente. No era miedo, sino reconocimiento: sabía que estaba frente a algo más grande que yo. Me acerqué y extendí la mano; la niebla se deslizó entre mis dedos como un río frío que quema al mismo tiempo.
Esa noche, soñé que el jardín crecía hasta cubrir toda la ciudad. Los estudiantes aparecían flotando entre los árboles, llevando ecuaciones y gráficos que se transformaban en pájaros luminosos. El derbake se multiplicaba en centenares de tambores que vibraban con cada corazón, y yo sentí que cada golpe de tambor resonaba en la neblina que cubría Cuernavaca y más allá, hasta tocar un cielo estrellado que parecía mirarme de regreso.
En el sueño, una voz surgió de la tierra misma:
—Pablo, no busques afuera. Todo lo que persigues ya habita en ti.
Desperté sudando y con el corazón latiendo al ritmo del tambor. Miré por la ventana: la bugambilia del patio había cambiado de color, de morado a un rojo profundo, casi fuego. Una hoja cayó sobre mi escritorio y sus venas brillaban como ríos de luz. No eran señales; era comprensión. Todo estaba vivo, y yo también lo estaba.
Desde entonces, mis días y mis noches se entrelazan con esa neblina que no solo cubre Cuernavaca, sino que atraviesa mi cuerpo. Enseñar a mis estudiantes ya no es solo transmitir conocimientos; es mirar sus ojos y ver reflejadas las posibilidades infinitas de la vida. Investigar en empresas ya no es acumular datos; es observar cómo los patrones que creemos sólidos se deshacen y nos muestran la conexión secreta entre cosas que pensábamos separadas. Y tocar el derbake se ha vuelto un ritual: cada golpe despierta algo dormido dentro del mundo y dentro de mí.
Una tarde comprendí por fin lo que todo este jardín, esta neblina, mis estudiantes y mis investigaciones me estaban enseñando. La epifanía no fue una palabra, ni un pensamiento: fue una sensación que recorrió mi columna vertebral y se expandió por todo mi cuerpo: mi propósito no está afuera, en los resultados o en la aprobación de otros, está en la atención, en la presencia, en la reverencia con la que dejo que la vida me atraviese.
Desde entonces, la neblina es mi compañera y el jardín mi maestro. Las bugambilias me hablan, los jazmines me susurran secretos y el derbake marca el latido de algo más grande que yo. Cada estudiante, cada proyecto, cada instante cotidiano se ha transformado en un espejo de lo que realmente importa: aprender a ser un canal del misterio, un instrumento del flujo que me precede y me sobrevivirá.
Y mientras el sol cae sobre los muros rosas de mi casa, las flores arden silenciosas y yo, tocando mi derbake, siento cómo todo, desde la neblina hasta los sueños que despiertan en mi pecho, me susurra la misma verdad: la vida no se explica, se escucha; no se controla, se acompaña; no se comprende desde afuera, se comprende desde adentro.

Profesor investigador de tiempo completo de la UAEM, ha escrito múltiples libros, capítulos, artículos de libros, pertenece al sistema nacional de investigadores nivel I , tiene perfil PRODEP. Ha escrito múltiples artículos científicos indexados en revistas internacionales. Ha dirigido tesis de licenciatura, maestria y doctorado y ha desarrollado estacionas de investigación internacionales.