No salgan del camino

Si yo fuera una persona supersticiosa,

tendría miedo.

Stephen King

Para Claudia Soto.

Les dijeron que no se detuvieran, que disfrutaran del sendero y únicamente acamparan en las áreas permitidas. Angus y Charly detuvieron la marcha sobre el camino que cruzaba el bosque. El viento invernal emitía un silbido agonizante y las nubes espesaban el cielo. Había un bulto de tierra cerca de la colina. Inusual. Poco a poco fueron acercándose, hasta llegar donde las rocas y el lodo comenzaban. Ambos atravesaron los matorrales y las ramas caídas de los árboles. Angus se agachó para tomar los restos de la tienda de campaña que sobresalían del barro. Era parecida al de Eric, pensaron. Se miraron angustiados. Examinaron el área. Los árboles estaban marcados con una especie de símbolos que jamás habían visto. Voltearon y vieron el sendero. Recordó que el guardabosques les dijo: “No salgan del camino”. Pensaron que, si tal vez avanzaban en una sola dirección, no ocurriría nada, podrían regresar por donde vinieron y entrar de nuevo en el sendero.

—¡Eric! —Gritó Charly.

Eric desapareció en ese bosque hace más de un mes junto a su novia Kim. La policía acudió, pero no encontraron a los jóvenes. Las batidas se hicieron por largas horas. Algunos oficiales, en conjunto con los guardabosques de la zona hallaron restos de ropa y tiendas de campaña. Era como si el bosque se los hubiera tragado. Angus y Charly tomaron la decisión de ir e investigar por su cuenta. La reserva estaba conformada por un extenso valle, rodeado por una cordillera de montañas. El bosque era denso, aun más en esa época del año.

La tarde caía. La luz poco a poco se transformaba en oscuridad. Angus y Charly avanzaron. El camino se hacía lóbrego, sus botas estaban impregnadas de lodo y de vez en cuando, resbalaban por las rocas que estaban impregnadas de musgo. Unos kilómetros bosque adentro, localizaron los pedazos de una mochila dentro de un montículo de tierra, igual al anterior. Ambos reconocieron el pequeño artefacto que colgaba del cierre. Se pasmaron por un instante. La saliva pasaba con dificultad por sus gargantas. No sabían si seguía con vida. No querían encontrar a su amigo esparcido en un bulto de barro como esos.

—Hay que volver, Angus —comentó Charly—. Seguiremos mañana.

—De acuerdo. Volvamos.

Emprendieron el regreso, las linternas iluminaban los arbustos y troncos, al igual que las rocas que salían a entorpecer el paso. Ambos comenzaron a sentir una inquietud, la de ser acechados desde las sombras. De vez en cuando Charly volteaba e iluminaba hacia los costados. Angus no perdía la vista del frente con la esperanza de vislumbrar el sendero. Los truenos comenzaron y la desesperación los abrazó en un segundo. Angus se detuvo en seco, chocando con Charly, quien resbaló por el imprevisto.

—Mierda, Angus. ¿Qué pasa? ¿Por qué te detienes? —cuestionó mientras se levantaba.

—El sendero estaba justo aquí.

—¿Estás seguro? ¿No era más adelante?

Un trueno iluminó el cielo y la lluvia cayó.

—Estoy seguro. La base del acantilado esta justo allí, eso significa que el sendero debe estar aquí.

—Yo creo que debe estar más adelante, hay que seguir por donde vinimos, en línea recta.

Un crujido los alertó. Los arbustos detrás de ellos se movieron. Las linternas alumbraron en esa dirección. Todo quedó en calma, solo se escuchaba el agua caer contra las hojas encima de sus cabezas. Ambos continuaron con la incertidumbre a flor de piel.

Volteaban a cada segundo. Charly creyó ver a una persona entre la oscuridad. Todo fue tan rápido. La sombra avanzaba al mismo tiempo que ellos, como si los estuviera siguiendo.

—Hay algo allí —señaló Charly hacia atrás con su linterna—. Allí está, Angus.

—¡Me lleva! —alegó Angus y, cuando quiso dar un paso, ya tenían a su perseguidor frente a ellos.

—¡Vámonos, ya! ¡Vámonos!

Corrieron desenfrenados, hacia adelante, en dirección contraria a aquello que los asechaba. Angus respiraba agitado. Pisó un charco de lodo y resbaló, el golpe lo aturdió. Se puso de pie. Charly se golpeó contra una rama que lo cegó por un momento. Se tambaleó y al reaccionar, volteó con la linterna para iluminar a lo que venía detrás de ellos. Lo vieron. El miedo paralizó sus piernas. Eran más de uno. Ambas siluetas lucían deformes con astas, como ciervos, pero erguidos para correr, como personas.

Charly gritó como si su voz pudiera detenerlos. Fuerte. La impotencia se desprendía de cada grito que daban. La lluvia impedía distinguir lo que tenían delante. La tormenta arreciaba, los relámpagos los confundían, no sabían en qué dirección continuar. Y cuando ya no pudieron, algo de entre el bosque embistió a Charly, llevándoselo. Angus, al percatarse, quiso detenerse, pero el lodo en sus botas hizo que perdiera el control y una de sus piernas se atascó en un par de rocas, al mismo tiempo que un trueno opacó su grito inminente de dolor. Lo último que vio fueron las astas sobre él. Luego, el dolor subió de prisa por su pierna en un calambre que le nubló la vista hasta que perdió el conocimiento.

El griterío despertó a Charly. Quiso llevar la mano a su cabeza, ya que le dolía. Se dio cuenta que estaba atado a un poste de unos seis metros de altura, con varios huesos colgando como adornos. Miró en todas direcciones buscando a su amigo, hasta que por fin lo vio. Un par de personas lo cargaban a su respectivo poste, donde lo ataron igual que a él.

Angus despertó. Gritaba de dolor por su pierna rota y clamaba por ayuda. Charly observó a aquellos hombres enmascarados que ya se habían quitado esa vestimenta que, al parecer, estaba hecha de plantas y cortezas. Eran altos y delgados como las ramas de los árboles. Sus espaldas eran deformadas por una especie de joroba, y sus manos eran más largas que las de un humano normal. Las máscaras infundían una sensación extraña en él, tenían un par de astas hechas de madera.

La lluvia cesó. Una presencia invadió el lugar, sobre todo cuando aquel grupo de hombres salió rodeando ambos postes donde se encontraban los amigos. El ambiente emanaba una sensación maligna. El aire silbaba como si disfrutara lo que acontecía. El fuego iluminó el lugar, y un ritual dio inicio alrededor de los postes. Una figura más delgada, tal vez una mujer, con una máscara con astas más grandes comenzó a pintar un círculo que cubrió únicamente a Charly y Angus. Dibujó dentro de la circunferencia diversos símbolos, parecidos a los marcados en los árboles. El más llamativo era el que estaba en el centro, muy semejante a una cabra.

Charly forcejeaba, pero todo era en vano. La desesperación lo había consumido. Una silueta cargaba un extraño libro, parecía antiguo. La atmósfera se tornó amarga. Charly lo sintió. El mal nacía de entre sus páginas.

La mujer se retiró la máscara. Su deforme rostro provocó horror en los amigos. Sus ojos eran casi amarillentos. De su boca babeaba un extraño liquido negro, manchando los pocos dientes que le quedaban. Alzó la mirada al cielo y tomó una porción de la tierra que aún era húmeda. Cerro los ojos y colocó una de sus manos sobre la página elegida. 

Un aire pestilente impregnó el rostro de Charly y Angus. La mujer recitó esas palabras en un lenguaje extraño. Los seres delgados se contorsionaban detrás suyo. Sus cuerpos rotaban de manera inusual. El viento aumentó su fuerza y el fuego esparció sus brazas en todas partes. La llama se movía de igual manera, como si tuviera vida propia. Y cuando los cantos y palabrerío terminaron, el mal se materializó de aquella fogata. Una criatura emergió, mientras los allí reunidos brindaban reverencia.

Era igual a un ciervo, uno enorme. Charly y Angus no podían creer lo que veían. Gritaron de horror e impotencia. El crujir de huesos invadió el ambiente mientras Angus era devorado. Charly en tanto, siguió luchando por liberarse de sus ataduras.

Nadie supo que pasó con Charly y Angus.

—¡Charly! —Gritó Esteban, su hermano menor, dejando el sendero.

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