—¿Josefa Eusebia, señora?
—No, es Josefina Eusebia, se apresuró a aclarar su nombre y poner los ojos en
blanco detrás de sus lentes oscuros.
Ese era el menos importante de los detalles.
Un nombre es sólo un nombre, nada especial, salvo por el hecho de que se requiere
de vez en vez escribirlo, estamparlo, y firmarlo. El nombre tal vez nos arma en una
gestación de letras, de palabras.
En las formas que llenaba frente a ella le inquirían sus generales: nombre, apellido
paterno, apellido materno, género, edad, estado civil, empleos, ingresos,
referencias.
Por suerte no se le preguntaba sobre sus pensamientos en ese momento, si por
ejemplo los zapatos la estaban torturando, tampoco si no veía la hora de arrojar el
brasier lejos de su cuerpo. Pensó en quitárselo a discreción y guardarlo, no había
tiempo, ya sería después.
Para todo hay nombres y términos. Qué tedioso, pero, bueno, ella no hacía en ese
sentido las reglas. Ahora como siempre, a esperar.
Quería estarse quieta, no lo logró. El estoicismo debe elegir sólo a cierta clase de
humanos. Ella estaba lejos del radar. A decir verdad mucho era sólo casualidad y la
cordura del momento.
Su suegros llegaron un poco tarde al lado de su cuñada desfilando con sus hijas e
hijos, ahora adultos. El saludo estuvo lleno de cariños e invocaciones al dios que
alguna vez hizo algo por cada uno de los presentes.
Su esposo entró. Cómo lo amaba, esta ocasión mejor vestido, peinado y rasurado
que nunca. Él era el centro de todos los eventos. Llevaba al cuello la medalla de oro
y los anillos por todos conocidos, más un extra : el reciente de bodas.
Eusebina cuidó cada detalle con esmero, el traje, la corbata, hasta la ropa interior.
Ibrahim no usaba perfume pero tenía un olor propio, un magnetismo que hacía que
ella le guardara las manos en las bolsas de los pantalones o la camisa para besarlo.
De momento el beso debía esperar. Ella abrió las puertas para indicar a los
presentes que ya podían pasar. El último en arribar fue el sacerdote, el mismo que
una vez más le cambiaría ahí el nombre: Eusebina, la viuda

Nací en Guachochi, Chihuahua, México, soy docente en familia de docentes criada en la sierra del estado de Chihuahua en la Tarahumara. Crecí con las historias de mi abuela, bisabuela, abuelos, tías y demás familiares así como el misticismo que narran la naturaleza y los enigmas presentes en el mestizaje y esos secretos de la estirpe que se han hecho presentes en mis letras tanto en la investigación, docencia, poesía, relato, columna, actuación, música y todas las artes donde me apoyo para contar e interpretar este pedacito de mundo donde nacieron los Ganoko que eran gigantes y los nativos kokoyome, seres de talla enigmáticamente pequeña.
Escribo donde puedo, lo que puedo y agradezco los espacios a donde mis palabras llegan, cobran significado e interpretación. Son los diamantes y la plata del espejo de Urania.