—¡Mierda!
El coágulo brotó de la nariz. Más rápido que una esnifada con un billete de quinientos pesos. ¡PLAP! Así fue cómo sonó al manchar de rojo el blanco polar de los lavabos. El hombre solo pensó en repetir: ¡Mierda! ¡Mierda! Todo en el sanitario es impecable y reluciente. No existe una sola mota de polvo en el lugar. Al igual que el blanco inmaculado del vestido de la novia, que, además, presume ser virgen. El hombre en su viaje se siente por unos segundos como un esquimal. Dentro de su fortaleza. La mancha de sangre en el hielo. Cortó un poco más de coca. Que se confunde con la porcelana de los mosaicos. Blanco sobre blanco. El hombre piensa en dónde se dejó sus gafas oscuras. Ya que todo es tan lastimoso a la vista. Usa con destreza la Mastercard; las líneas tan derechitas y abastecidas. Esnifa con desesperada intensidad. ¡Mierda qué buena está! El punto rojo se distinguiría a millones de kilómetros de distancia. Es tan clara como el primer paso que dio Armstrong en la Luna. Es más: Dios ahora mismo podría divisarla, si no estuviera perdiendo el tiempo jugando al ajedrez humano con sus hijos. Pensó el hombre. Después de colocarse se moja la cara y el cabello para peinarse frente al espejo de cristal. Observa el punto de sangre y con el dedo lo limpia. Para después, chuparlo. La voz de Veruca Salt, sí, el hombre escucha ahora la música que llega del interior del bar… se mezcla con unos gemidos provenientes de alguna parte del sanitario.
Son casi imperceptibles. Son rigurosamente sexuales.
El tirón de coca que se ha abierto paso por sus conductos nasales le ha despertado el sentido del oído. También le ha levantado el miembro, hinchado en una erección.
Los gemidos cesan, le sigue un largo “aaaahhhh”; como si alguien descansara y se relajara. El hombre que no pasa de los cuarenta y dos, y que un paro cardíaco no le dejará ver la luz de un nuevo día, continúa mirándose en el espejo. Son las 11:47, pero él no lo sabe ni le importa. Tiene los ojos inyectados en sangre. Como un Christopher Lee encarnando a Drácula. Sin duda, el mejor de todos los tiempos. Las pupilas le tiemblan. Su corazón redobla como tambor. La mirada parece cegarse ante el color del cuarto de baño, y sonríe. Y un hilillo de sangre asoma por su nariz y se detiene antes de llegar al labio superior. Verifica si su erección aún sigue allí. La puerta de uno de los inodoros se abre. Desde el espejo puede mirarle claramente. También puede verse él. No, no es Christopher Lee interpretando a Drácula, y eso lo pone triste, muy triste. Aunque, por unos instantes, lo único que distingue es un hilillo de sangre flotando en el aire sin un cocainómano detrás.
“White Rabbit” suena en su cabeza, solo para él. El Hombre del Hilillo de Sangre voltea, y lo que ve sentado en el retrete, con la cabeza echada hacia atrás, es a un tipo común y muy corriente. Más común que el promedio de los asiduos clientes del bar. Un tipo normal. Un tipo sin chiste, carente de personalidad. Tiene una corbata rosa con el nudo flojo, la frente perlada de sudor y el corte de pelo típico de un oficinista. Los pantalones hasta las rodillas. Por lo bajo, un molusco de color gris y viscoso se mueve al ritmo de las contracciones espasmódicas que el hombre da. Un hilillo de saliva cae estúpidamente de su boca. El molusco, que curiosamente tiene pendientes de oro, no deja de chuparle la verga. Mientras succiona, emite unos gruñidos parecidos a las invocaciones de los relatos de Lovecraft. Le está haciendo una mamada de juegos olímpicos. El Hombre del Hilillo de Sangre está fascinado. Sonríe y parpadea. Y la erección se mantiene allí. Parpadea de nuevo; y el molusco deja de existir, y en su lugar lo que se incorpora es una curvilínea rubia que se acomoda su entallado vestido rojo. Tan falso de marca como la credencial de identificación que guarda en su bolso Prada. También falso. Sus pendientes de oro se balancean y siguen el ritmo de sus senos, que son de tamaño mediano y, curiosamente, no son falsos. Viene de frente, con paso seguro hacia El Hombre del Hilillo de Sangre. Tiene un porte de actriz porno. Y un perfume que huele a sexo. Su cabello está alborotado, se coloca al lado de El Hombre del Hilillo de Sangre; se mira en el espejo unos segundos, sin hacer nada. Solo se admira. De repente voltea y sonríe. Tiene un hilillo de semen en la boca. La verga de El Hombre del Hilillo de Sangre se quiere salir del pantalón. Su corazón resopla como si jugara un partido de rugby. La Mujer del Hilillo de Semen continúa sonriendo; de reojo observa la cocaína que está en el lavabo, un hombre entra y sin observar la escena va directo a orinar a un rincón.
—¿Puedo?- Dice La Mujer del Hilillo de Semen sin decir palabras. ¿Cómo negarse a una situación como esa?
Esnifa, como una aspiradora en zapatos de tacón y termina con ella en 3…2…1…segundos. Su mano izquierda aprieta el pene del Hombre del Hilillo de Sangre por encima del pantalón. Se incorpora y, sin avisar siquiera besa en la boca al Hombre del Hilillo de Sangre. La Mujer del Hilillo de Semen y él se fusionan en uno solo. Un violento beso con sabor a coca incluido. El hombre que termina de orinar pasa por un lado de ellos. Ni siquiera se lava las manos. Ni siquiera voltea a verlos. No existen. Abre la puerta y sale, y de afuera entran los acordes de “Wonderwall” de Oasis. El hombre de la corbata rosa continúa sentado en el retrete con los pantalones abajo. Está inconsciente. Tiene los ojos en blanco y la picha muerta como su cerebro. Se separan y la mujer toma su bolso y sale del baño; azotando la puerta con una soberbia y un desdén digno de una puta ejecutiva.
—¡Mierda!— Se escucha desde adentro. Al darse cuenta El Hombre del Hilillo de Sangre… que tiene un hilillo de semen colgando de su boca. Se toca el corazón. Se dobla, pierde el piso. Se apoya en el lavabo y finalmente cae fulminado.
El bar se llama “El Puerto de Amsterdam”. Y está ubicado en Centrito Valle, zona exclusiva de la ciudad. Es conocido por su ambiente de rock alternativo y su construcción en forma de navío con una escalinata en la entrada, hecha de troncos de madera traídos de los más bellos bosques noruegos. Todo eso para dar la impresión a los clientes que se encuentran en un puerto holandés del siglo XVIII. En las paredes hay fotos de piratas famosos como: Francis Drake, Jack Rackham y Barba Roja. También hay un hermoso dibujo del Holandés Errante, tan sombrío como su leyenda misma. La iluminación es tenue y hay LEDS en rojo y ámbar, que cambian según la intensidad de la música; esta, aún sonando a volumen alto deja a los visitantes hablar sin necesidad de gritar o desgarrarse la garganta. Así de nítidos son los amplificadores. Ahora mismo se escucha una versión remix de “Sinnerman” con Nina Simone, que haría que la propia Nina se revolcara en su tumba si la escuchara. Una pareja de chicas, una morena y una pelirroja de intercambio estudiantil ya planean darse una escapada al sanitario de damas y echar un polvo rápido. A un lado de su mesa, dentro de una cápsula de vidrio, se encuentra postrada una guitarra en color negro tocada y firmada por Gustavo Cerati en su penúltimo concierto como solista en el bar. Tiene una placa de metal que reza: “Gracias Totales”.
La barra se encuentra al fondo. De la entrada a ella hay una distancia de alrededor de treinta metros; tiene también tres estancias y una pequeña terraza para los que gustan fumar al aire libre. Dos pequeñas barras emergentes, pero la barra principal es la que se encuentra al fondo del lugar. Encima de ella se ven dos vistosos anuncios de neón: uno de Miller, a la izquierda y el mundialmente conocido de Camel, a la derecha. El barman prepara cócteles y destapa cervezas sin prestar demasiada atención al cliente que tiene enfrente de él. Se nota que es un tipo con demasiado camino recorrido en el negocio de la vida nocturna. No así el joven ayudante que no ha de pasar de los veintidós años y trabaja los fines de semana para pagar sus estudios. Se mantiene al margen, aunque sin poder quitar su expresión de incredulidad idiota. El hombre sentado en la barra tiene a su alrededor dos distintas clases de cervezas (una clara y una oscura), así como un vaso de whisky. A un lado de cada cerveza se encuentra un cenicero: uno con un cigarro a punto de consumirse, el otro con un habano. A ambos costados de la barra, media docena de clientes miran con extrañeza, ríen y hacen burlas al solitario individuo que gesticula y habla consigo mismo. Ocupando el centro justo de la barra. Comportándose como si fuera el único parroquiano en el bar en una aburrida tarde de martes a las 6:00 de la tarde.
—¡Todas las mujeres son iguales! ¡Son unas putas! ¡Unas zorras provenientes de la gran zorra Eva!— Grita el hombre que está sentado en la barra; su nombre es Lázaro, tiene entre treinta y ocho y cuarenta años, es robusto (su estómago ya comienza a abultarse) se está quedando calvo y por eso amarra su cabello con una liga en una coleta, viste formalmente aunque no es ningún oficinista… y no tiene amigos. O al menos no parece necesitarlos– ¡Son una invención del infierno!— Y al concluir esto golpea con su puño la barra y da un trago a su cerveza clara.
La curvilínea rubia del entallado vestido rojo pasa por detrás de Lázaro, al escuchar sus palabras se detiene y exclama en actitud retadora: “¿Qué dijiste cerdo?”
—¿Eh?
—Lo que pensaba. No eres más que un repugnante bocón. De seguro tu pito es del tamaño de mi meñique—Y la rubia le muestra el dedo meñique de su mano derecha.
Lázaro está petrificado. Algo en su cerebro parece remover una telaraña y decirle: ”¡eh, imbécil! ¡Es una mujer…y de verdad! ¡Y te está hablando!” Y la rubia desaparece, meneando el culo, intentando no tocar los monstruos imaginarios que se interponen a su paso. Lázaro comienza a mover rápido la cabeza, izquierda-derecha, derecha-izquierda, como si reacomodara sus ideas. De pronto toma una actitud más tranquila, mientras sujeta el vaso de whisky, y recita con una voz muy sofisticada:
“Una mujer desnuda y en lo oscuro es una vocación para las manos, para los labios es casi un destino y para el corazón un despilfarro una mujer desnuda es un y siempre es una fiesta descifrarlo”.
Y bebe y sostiene su habano en la mano. En pose de hombre de mundo. Triunfante. Lázaro vuelve ahora a beber su cerveza light (regresando al Lázaro anterior, que blasfema contra las mujeres), y habla con su voz real:
—¿Baudelaire?
—Benedetti. ¡Ignorante!— Un tercer Lázaro, uno con voz y personalidad más altanera es el que responde. Es el Lázaro que bebe cerveza oscura—¿Verdad?— Gira la cabeza y le dice a nadie, esperando que la personalidad poeta confirme sus palabras.
—Por supuesto, Benedetti– Reafirma el Lázaro culto. El del whisky y el habano. Y la parranda transcurre de esta manera, por dos horas y cuarenta minutos más. A la par, que sigilosamente, un cuerpo es sacado por la salida de emergencia del baño de hombres.
A las 6:55 a.m. el redoble de Peter Criss y los riffs de Ace Frehley y Paul Stanley fueron violentamente truncados contra la pared. Nunca nadie, ni el más exigente crítico de la Rolling Stone ha tratado así antes al “Love Gun” de KISS. Era el cuarto reloj despertador certificado por la KISS ARMY que Lázaro destroza en seis meses. Su habitación es un reverendo desmadre. Hay cajas de pizza y latas de refresco por todo el suelo; un bote de basura se ve a un lado de la cama y vomita empaques de chocolates con almendras, mazapanes y otras golosinas. De su interior, una fila india de hormigas entran y salen, dispuestas a darse un festín. Hasta las hormigas entienden eso de “A que no puedes comer solo una”. En las paredes, pegados con cintillas, tiene pósteres de Gene Simmons mostrando su icónica lengua y su bajo en forma de hacha. También tiene algunos recortes de revistas porno estratégicamente pegados (muchos rostros de Sasha Grey y algunos más retro, por ejemplo: Traci Lords y Savvanah), Lázaro cuida desde hace seis años a su pequeña sobrina Lú, que padece síndrome de down y un problema en el habla, que le impide pronunciar palabras y frases completas.
—Íiiiooooooo, íiiooooo— Una manita rechoncha intenta mover la enorme masa que está dormida solo en trusas, lo cual es imposible—Íiiioooo, íiiiooooo…—los deditos de la niña pellizcan la mejilla de su tío. Lo cual hace efecto.
—¿Eh? ¿Eh?— Lázaro se da vuelta, al mismo tiempo que se da golpecitos en ambas mejillas para terminar de despertar.
Cuando por fin abre bien los ojos busca un reloj de pared para ver la hora: 9:00 a.m.
—Yunaaaarrrrr, mbreeeeee— Esa era la manera de Lú para indicar que ya era tiempo de desayunar.
—Sí. En un momento estoy listo y preparo unos ricos hot cakes. ¿Quieres hot cakes con mantequilla, linda?
—Íiiii, illaaaaaa— La carita de Lú se iluminó y con ambas manos se tocó el estómago.
—Ve a lavarte entonces y pon la mesa. Enseguida estoy contigo.
Lázaro besa la frente de su especial sobrina y la ve alejarse. Busca con la mirada sus pantalones por toda la habitación; pero lo que captó su atención, a una distancia de cinco metros fue el monitor de su computadora de escritorio. Impecablemente ordenado e iluminado con un fondo azul celeste muy bonito. En el centro, en un rectángulo pudo notar que había un mensaje el cual decía: USTED TIENE UN NUEVO CORREO ELÉCTRONICO. Y Lázaro sabía muy bien quién había mandado ese correo, y su información. Y eso lo hizo muy feliz y le arrancó la sonrisa de un nuevo día. A él y a sus demás personalidades.
El terreno era polvoroso, seco, desértico.
Pasaban de las doce del mediodía. La cita había sido acordada a las 12:20. La temperatura rondaría los 34 grados. Lázaro adentro de su camioneta sudaba como cerdo, el aire acondicionado no funcionaba. Llevaba ya la cuarta cerveza en lata de seis que había comprado por el camino. La terminó y la aplastó con una mano y volvió a mirar por todos lados. La lanzó por la ventana, sacó la cabeza y echó una segunda mirada.
Nada. Nadie.
Ni un alma a más de quinientos metros a la redonda. “Estos tipos deben de ser profesionales”, pensó. La cerca lucía el clásico letrero de PROHIBIDO EL PASO. La entrada tenía el candado volado; se notaba desde la camioneta. 12.14 del mediodía.
Lázaro abrió su puerta lentamente, pisó el suelo de terracería. Sus botas de piel de cascabel eran recién compradas y puestas. Su pantalón de mezclilla era relavado y su camisa a cuadros ya mostraba el paso del tiempo. ¿Un sombrero? Eso era para gente corriente. Pero este momento vaya que ameritaba comprarse unas bonitas y finas botas.
Caminó a paso lento. Las axilas comenzaban a sudarle. Cuando empujó la reja de la entrada, y esta se abrió sin emitir un solo rechinido, su corazón comenzó a sonar como un doble bombo. Como Peter Criss tocando “Love Gun” precisamente, así que tarareó la melodía en su mente para tranquilizarse. Al frente: una puerta de metal reforzado que en otros tiempos pudo haber sido de color café y ahora estaba empolvada hasta los refuerzos. No tenía perilla, ni nada que pudiera abrirla de afuera hacia adentro; solo dos rectángulos que servían como ventanillas: uno pequeño en la parte del centro y uno más grande en la parte de abajo. Como esas entradas para que pueda entrar y salir un gato. Un gato demasiado gordo y grande.
12.20
Lázaro se detuvo a dos pasos de la ventanilla de menor tamaño.
Repasó en su mente el e-mail: “Sin palabras, al abrirse la ventanilla, se entrega el dinero”. ¡CRAP! La ventanilla se abrió y Lázaro dio otro paso atrás por el susto. Una mano salió enfundada en un guante de piel oscuro. Extendió la palma hacia arriba, en señal de que esperaba recibir algo. Lázaro sacó su cartera y extrajo un sobre herméticamente cerrado. Un sobre muy abultado con “n” cantidad de billetes de quinientos pesos recién retirados de su cuenta de banco. Los depositó en la mano y esta al tomarlos desapareció en un fugaz movimiento cerrando de golpe la ventanilla. ¡CRAP!
“…tienes que contar mentalmente hasta 35”. Estaba escrito en el correo. “Cuando leas esto dos veces tienes que borrarlo y eliminarlo de tu papelera de reciclaje, ¿has entendido bien, gordo? …33, 34, ¡35!
La puerta de entrada de la parte inferior se abrió y de adentro fue expulsada una caja forrada en terciopelo azul y un moño en color crema. Mediría poco menos de un metro de largo. ¿Cuánto pesaría? Eso apenas Lázaro iba a comprobarlo. La cargó con ambas manos y calculó que no más de cincuenta kilos. También pudo observar que tenía algunos agujeritos en ambos lados y al frente. Sintió una brisa refrescar su frente. Igual era su imaginación. Bajo el sol que quemaba con sus poderosos rayos; y la temperatura que aumentaba más y más…mientras avanzaba de regreso a su camioneta, con la camisa empapada en sudor y una sonrisa de idiota en sus labios. Lázaro estaba seguro qué algo o alguien se había movido en el interior de su reluciente caja de regalo. Subió a su camioneta y se alejó de allí. Lázaro saboreaba gustoso su cajita feliz. A su alrededor, niños gritaban y corrían por los pasillos del restaurante, presumiendo sus pequeños juguetes a los padres. Dio otra mordida a su hamburguesa, en forma y tamaño de pastilla para la tos, y vio, de reojo su otra Cajita Feliz, (o, mejor dicho: la que lo ponía en verdad muy feliz). Estaba a un lado de él. Cerca de la ventana. Y de nuevo tuvo la impresión de que se había movido. Sí, en efecto, se había movido.
Llegó a su casa a eso de las 4.40.
Estacionó la camioneta en la cochera. Y entonces, cuando la puerta eléctrica se cerró y por un instante se sintió atrapado en la oscuridad que se formó; por fin pudo sacar toda la euforia que traía dentro. Uno de sus Lázaros internos quiso salir y gritar: “¡Eureka que lo has logrado hijo de puta!” Pero no lo dejó. Lo calló en un segundo. Abrió una puerta que estaba en el costado izquierdo y que no tenía candado. Cuando escuchó la vocecita: “Íiiiooooo, e túuuu”. No, no era en su cabeza. Era la voz de Lú.
—Sí, soy yo nena. Ya estoy en casa. Voy a estar en el estudio.
Y entró en él.
Inmediatamente después de sonar el click del interruptor, otro universo totalmente distinto apareció ante sus ojos. Cientos de ojos, una inmensidad de cuencas con relleno de cristal y de vidrio lo observaban. Silenciosamente. Respetuosamente. Desde todos los ángulos, desde todas las paredes. Eran sus hijos: hechos de madera barata, de caoba fina, de cerámica, algunos de plástico, la gran mayoría de siglos pasados, de países lejanos, de culturas exóticas, de distintos tamaños, colores y nombres. Su colección de muñecos y muñecas llegaba a la cantidad de 116.
—Buenas tardes, hijitos míos— saludó Lázaro, dejando su regalo sobre una larga mesa llena de instrumental de trabajo.
“¡Buenas tardes!”. Respondieron todos. Todos menos uno. Era un muñeco de unos 90 cms. de altura, con un pequeño sombrero de copa, vestido de frac y con lustrosos zapatos de charol. Tenía un ligero bigotito bien recortado y una sonrisa sarcástica y burlona. No tenía su brazo izquierdo y saltaba a la vista que era un mago. En la mesa, se encontraba su brazo y en su mano sujetaba la varita mágica.
—¿Cómo ha estado el señor Twinkle esta tarde?– Lázaro tomó en sus brazos al mago y lo levantó a la altura de su rostro, dándole cariñosas palmaditas en la espalda. “¿Tú cómo crees que estoy, imbécil? ¡Hasta el culo por esperarte! ¿Cuándo vas a colocarme mi brazo?” Respondió el muñeco. Lázaro lo observaba con una mirada de idiota, con una sonrisa de retrasado, era el tipo de mirada y sonrisa que casi siempre significa: “¿NO NOTAS ALGO DIFERENTE POR AQUÍ?” Entonces el señor Twinkle volteó la cabeza y la vio.
—¿Qué es eso?
—Mi regalo de cumpleaños.
—¿Cumples años hoy?
–No, es mañana; solo que digamos… que hoy me tenían programado.
—¿Cómo? ¿Cómo qué programado?— Interrumpió el señor Twinkle– ¿Estás embarazado?
“¡Ja ja ja ja ja ja ja ja!”. Todos los muñecos rieron por lo alto.
—No, no, programado esto: ¡mi regalo!
El señor Twinkle miraba a Lázaro meditativo, pensativo. Daba miedo descifrar su mirada.
—Ok y, ¿qué quieres que hagamos? ¿Qué me vista del Conejo Blanco y te organicemos una fiesta de No cumpleaños?
“Feliz, feliz No cumpleaños. Feliz, feliz No cumpleaños”, cantaron por lo alto y bien sincronizados todos los muñecos.
—No, no. ¡No!
–¡Abre entonces la jodida caja!
Lázaro cortó con mucho, mucho cuidado la cinta con la que estaba envuelta, entonces al abrirla, él y el señor Twinkle se asomaron, despacito y con cuidado. Como dos niños pequeños que espían a su hermana mayor en la regadera.
—¡La hostia!— Exclamó el señor Twinkle. Haciendo gala de su imitación de gallego. Y no pudo abrir más los ojos porque si no hubiera parecido Muppet.
Dentro, un niño de aproximadamente nueve años, ocupaba el espacio exacto del ancho de la caja era obvio que no tenía mucho espacio para moverse. Su pelo era rubio y alborotado, probablemente era de otro país. Giró la mirada y Lázaro y el señor Twinkle pudieron notar algo que no resaltaba a la vista: sus labios estaban cosidos. Además de lo que sí se notaba a simple vista: sus brazos y sus piernas habían sido amputados.
—Te han jodido Lázaro.
—¿Por qué lo dice señor Twinkle?
—¿Qué no estás viendo que este muñeco está defectuoso?
—No, es que es así.
—¿Me lo juras?
—Sí.
—Ah, es un rompecabezas. Es armable.
—No, no…es un relajante humano—Y Lázaro acarició suavemente el cabello del niño–¿lo ve usted?
Lógicamente que al tener sus labios cosidos; no había manera de alimentar al muñeco-relajante-humano. Su caducidad duraba muy poco.
—¡Esto debe ser obra de los amarillos! ¡De los japoneses! ¡Están locos!
—Sshh, no se altere señor Twinkle, ya mero termino con su brazo.
—Más te vale, hijo de puta, ahorita haré unos pases mágicos y…oye, Lázaro, tú sabes que te aprecio, pero ¿te has dado cuenta qué tienes problemas? ¡Estás hablando con un jodido muñeco! ¡Grandísimo animal! ¡Consíguete una mujer!
¡Ja ja ja ja ja ja ja ja! Volvieron a reír los muñecos.
Cerca de las nueve de la noche, el sonido de unos piececitos era lo único que se escuchaba por el estudio de Lázaro. Todo era silencio. Los muñecos solo observaban sin emitir palabra alguna. Lú estaba ya acostumbrada a estar bajo esos ojos. El miedo se había ido. Pero ahora algo raro sentía en el ambiente.
—¿Íiiiooooo?— Llamó una vez sin obtener respuesta. Y volvió a llamar una y dos veces más.
Lázaro se hallaba sumido en los fuertes y cálidos brazos de Morfeo, usando sus gordos y sebosos brazos como almohadas. El señor Twinkle a un lado suyo, lo observaba como pensando: “vaya con el pelmazo este, ¡al menos no ronca!”. Una sonrisa se dibujó en su boca. Lú lo observó por un instante. Siempre le gustó ese muñeco. El señor Twinkle le guiñó un ojo, Lú le regresó una sonrisa.
—¿Íiiioooo? Piertaaaa…eeeenaaaa (ya era hora de la cena).
Lázaro no reaccionaba. Fue entonces cuando la niña vio la caja. Su primera reacción fue, obvio, ver dentro de ella. Pero ¿y si era algo que no debía de ver? ¿Y si su tío se molestaba con ella? Así que se lo pensó por un momento. Luego, al no ver otro adulto por ahí al cual pedirle permiso…volteó a ver al señor Twinkle. Para suerte suya, el señor Twinkle movió afirmativamente la cabeza. La niña le obsequió otra sonrisa. Fue su última en este mundo.
Se paró de puntillas y se asomó dentro de la caja. ¡Era un muñeco! ¿Qué más podía ser? Pero estaba defectuoso, no tenía brazos ni piernas. Le extendió un brazo para tocarlo, y fue cuando se dio cuenta que era… ¡era de piel! No solo su cabello era cabello real. Su piel también. Era un muñeco humano. Y el muñeco-humano volteó a verla. Y su mirada era triste, y sus ojos estaban rojos como si hubiera llorado por horas y horas y horas…además tenía la boca cosida. No podía hablar. Y no podía comer.
Tío Lázaro continuaba dormido. Quien sabe con qué o con quien. Y la pequeña Lú tuvo entonces una idea: alimentar al pequeño muñeco-humano. Regresó a casa corriendo. Fue directo a la cocina, abrió el refrigerador y encontró medio pay de queso, así que tomó dos platitos, cubiertos y haciendo malabares… pensó: ¿qué me falta? ¡CLARO! “illoooooo, illooooo”. Claro, ¿con qué se va a partir el pay de queso? Hace falta un largo y filoso cuchillo.
¿Quieren un consejo? Nunca le hagan caso a un muñeco mago, perverso y más si él piensa que fue hecho en Gales, cuando en verdad fue fabricado en Indonesia. La pequeña Lú ahora sabe que no es buena idea, que es pésima, pésima idea tratar de hacerle otra boca a un muñeco humano en “la boca del estómago”. Que esa parte se llame igual no significa que sirva para lo mismo. Como sea, el regalo del tío Lázaro se lo agradeció de inmenso corazón. ¿Qué pasó con Lú? Solo puedo decirles que ahora está en un lugar muy oscuro. Silencioso y lúgubre. Aguarda a que la ventanilla se abra y se haga la transacción.
Ella es ahora la Transacción.

(Monterrey, N.L.) Escritor, guionista y tallerista autodidacta con estudios en psicología. Impulsado por su pasión al cine comienza a tomar talleres en su ciudad, principalmente de guion cinematográfico, para después iniciarse en los talleres literarios. En el 2016 gana una convocatoria en España con su relato “El regalo mórbido”, y así comienza a ser publicado constantemente en México, Argentina y Colombia. En el 2019, su relato “Sacar un diez” es filmado en Tijuana como cortometraje y exhibido en Festivales de Cine en Bogotá. Junto con su editor y socio forman una A.C. y un magazine de terror, llamado “Giallo”. En 2023 publica su primera Antología de relatos con Alas de Cuervo editorial llamada “Nadie sangra por la bailarina” y la segunda edición se publica en 2025 en la Colección de Terror Pánika de CDMX. Actualmente se encarga de una columna semanal de literatura y cine en “Un café con Lina 44”, un magazine cultural de Brownsville, Texas.