Vespa Mandarinia

Establecimos un campamento en lo profundo del bosque. La puesta del sol iluminaba un cielo rojo como el fuego del infierno, y el intenso frío se fusionaba con la penumbra, mientras se escuchaba el constante chirrido de los grillos. Habíamos visitado ejidos o pueblos lejanos, pero nunca un lugar tan abrumador y desolado como este.

Hiroshi, un veterano apicultor de China, y Aiko, una joven de Asia que se especializó en entomología forense, fueron parte del equipo de la expedición. Nuestra misión era investigar el avistamiento de la avispa gigante asiática y la protección de las abejas. Nadie imaginaría lo que encontraríamos en ese lugar.    

Mientras avanzábamos gradualmente, el camino se volvía más oscuro y parecía interminable.  Con linterna en mano y ropa de senderismo, descendimos por el cauce seco y pedregoso. Una ladera peligrosa bajo circunstancias sombrías. Invadido por la zozobra del escabroso sendero, Hiroshi no podía evitar recordar las leyendas locales de muertos y desaparecidos.

—¿Oyeron ese lamento? —dijo Hiroshi, a quien el miedo lo invadía.

—Son tus nervios, relájate. Además, no me preocupan los muertos sino los vivos —respondió Aiko con una postura desafiante.             

Más allá en las colinas, penetramos en el agobiante silencio de los árboles y en las perpetuas rocas filosas. De pronto, sentimos el hedor de la muerte. Una maraña de cabezas cortadas y cuerpos amarillos apilados flotaba en una laguna contaminada; toda una colonia de abejas melíferas había sido asesinada. Aiko se puso la única mascarilla de protección que teníamos para los malos olores. Hiroshi y yo casi vomitábamos; pues el agua estaba verde y olía a perro muerto. Aiko cogió una abeja sin cabeza con sus pinzas y la depositó en un frasco de formol, mirando a detalle el frágil cuerpo. Recuerdo la preocupación que experimentamos esa noche, ya que, si estos animales desaparecieran, sería una catástrofe irremediable para el equilibrio del ecosistema. Además, estudios recientes revelaban que el veneno de estos himenópteros contenía una molécula de melitina antitumoral capaz de inducir la muerte celular de subtipos agresivos del cáncer de mama triple negativo.    

El cansancio se hizo presente. Pasaban de las once de la noche y una vaga niebla se arremolinó alrededor de nosotros. Mientras más nos adentrábamos al bosque, el viento soplaba con más fuerza y los árboles se agitaban bravos emitiendo ecos demoníacos; daban la impresión de que algo en la oscuridad nos vigilaba.

—“¡Ya vieron!” El rastro de abejas muertas se dirige a esa casa en obra negra —comentó Aiko, alerta por seguir la pista.

Para disipar mis dudas, usé mis binoculares nocturnos, logrando ver lo que aparentaba ser un laboratorio clandestino de drogas sintéticas en total abandono. En aquella área deforestada se hallaban reactores, mezcladores, bidones y una antigua camioneta de carga con las llantas ponchadas. Respiré profundo para reflexionar; en mi papel de biólogo supervisor, estaba consciente de que no deberíamos asumir riesgos innecesarios. Intenté comunicarme a través del radiocomunicador, pero la señal era muy débil. Impulsados por la curiosidad, Hiroshi y Aiko se dirigieron hacia la bodega y tuve que seguirlos. Frente a nosotros, vimos un depósito químico de sosa cáustica y cianuro; cada contenedor traía una calavera pintada que indicaba: “Peligro, material tóxico”. El olor de las toxinas era muy penetrante y mientras permanecimos ahí, los ojos nos ardían, así que optamos por pasar rápido hacia un tipo de patio, donde también encontramos tambos de acero oxidados con sustancias corrosivas y una estatuilla al interior de un altar dedicado a Malverde, el santo patrón de los narcos. Más adelante, por el corredor, notamos varias cajas de miel apiladas, donde las paredes daban una sensación de sofoco. Hiroshi y yo ingresamos en un cuarto donde se hallaban frascos con avispas muertas, paquetes de polvo blanco y drogas sintéticas sobre mesas de metal. En cambio, Aiko caminó despacio hacia otra habitación donde en la parte superior tenía la leyenda: “Área de experimentación”. Allí, halló un acto aterrador. Un grupo de narcotraficantes vestidos con trajes de protección, guantes y máscaras de gas estaban decapitados y esparcidos en un charco inmenso de sangre. En una esquina, las moscas volaban sobre dos indigentes en estado de putrefacción, amordazados y atados de manos a un polín. Temblorosa, Aiko se dio la vuelta y echó a correr llena de espanto; había hecho peritajes en cuerpos con avanzado estado de descomposición, pero tal atrocidad superaba su práctica en la crueldad humana.     

—¡Vámonos de aquí, Marco! ¡Este lugar es peligroso! —suplicó Aiko en llanto.   

Por un momento, confieso que no supe qué hacer, pero la pregunta estaba en el aire:

 ¿Quién demonios había asesinado a estos sujetos de esa manera tan brutal? Antes de partir, recogimos las micromemorias de videovigilancia. Fotografiamos la escena del crimen y recogimos algunas larvas para su análisis.

Regresamos al campamento. La tensión y el frío de la madrugada nos provocaba insomnio. Hicimos una fogata y observamos los videos en mi computadora. En ese horrendo sitio, se llevaban a cabo experimentos con humanos y avispas para asegurar la efectividad de una nueva droga. El cártel comenzaba a crear nuevas mezclas para incrementar la potencia adictiva de los opioides y hacer más resistentes a los consumidores en caso de sobredosis. Las avispas se recogían de un contenedor y les administraban xilacina, un fármaco cincuenta veces más potente que la morfina. Después, le agregaban fentanilo y hormonas del crecimiento; parecían todos unos expertos en farmacología. El experimento se descontroló al séptimo día. Al parecer, la combinación elevada de aminoácido y xilacina alteró las células y glándulas de una larva de vespa mandarinia de manera aberrante. El gusano comenzó a burbujear en una mancha gelatinosa amarillenta que se retorcía hasta hincharse en todas direcciones. Mientras aquella cosa se expandía, los edemas de su masa inmunda se abrían expulsando pus. En tan solo unos minutos, un artrópodo de tamaño descomunal apareció desplegando sus alas y extendiendo sus extremidades afiladas. El aceleramiento genético le adaptó un enorme aguijón venenoso y unos ojos de vista tridimensional, listo para asesinar. Ninguno de los narcotraficantes pudo repeler el ataque con sus insignificantes armas calibre AK-47 y R15; sus mandíbulas constrictoras y uñas tarsales de la avispa cortaban sus cabezas, dejando los cuerpos decapitados en un charco de sangre. En segundos, todo el laboratorio quedó cubierto con el resto de las víctimas y los rehenes sirvieron de alimento al succionarles las vísceras.  

Pausé el video; ver los restos de gente muerta me provocaba náusea.   

—¿Por qué lo detuviste, Marco? —exclamó Hiroshi como si la crueldad fuera una simple diversión.

—¡Imbécil! ¿No te das cuenta del peligro que corremos con ese monstruo allá afuera? —contestó Aiko con una expresión de molestia.

Entonces, unos pájaros volaron espantados desde la cumbre de los árboles, justo cuando las nubes eclipsaban el resplandor plateado de la luna llena. Aiko la miraba en silencio como si fuera un mal presagio.

Temerosa de que aquel insecto depredador nos atacara en cualquier momento. Intentamos contactar a la Guardia Forestal más próxima, pero debido a un error, Hiroshi había perdido el radiocomunicador en la escena del crimen.

—¿Has perdido la radio? —exclamó Aiko a modo de reclamo.

—¡Calma! debemos tranquilizarnos y ver la forma de protegernos. En cuanto amanezca iremos hacia el próximo pueblo para pedir ayuda —dije pretendiendo no estar asustado. Pero era evidente que ninguno quería morir.  

Apagamos la fogata a modo de pasar desapercibidos. El miedo y la angustia hicieron titiritar la boca de Hiroshi. Impasible, Aiko le hizo una señal de silencio con su dedo. Yo estaba sin habla. De pronto, oímos a lo lejos un fuerte zumbido y un aleteo estrepitoso amenazante. Contuvimos la respiración. Fue entonces cuando Hiroshi, presa del pánico, sacó una pistola de bengala de su mochila y disparó una luz rojiza hacia el firmamento. Esto alertó a la bestia. Y entre la escabrosidad del bosque, vimos la enorme forma oscura de la avispa asomando sus ojos rojos brillantes. A instinto de supervivencia, corrimos por nuestras vidas, pero la gigante avispa se abalanzó sobre nosotros a una velocidad casi imperceptible, lanzando mordiscos como tijeretazos mientras agitaba sus alas. Cuando descendía, Aiko podía ver que tenía una envergadura de casi un metro. Recuerdo que pasó por encima de mi cabeza como un relámpago. Quedé impresionado por el aspecto de sus fauces, causado por la exposición de los mutágenos. Hiroshi no tuvo la misma suerte; le había apresado por los hombros, utilizando sus garras delanteras. Las enormes alas membranosas del animal batían con fuerza a ambos lados de él; su cabeza fue arrancada de un tirón y arrojada desde el aire. Aiko tropezó con una piedra filosa y la enorme avispa acercó sus devastadoras garras. Ella luchaba golpeándola con una rama, pero la avispa le encajó su aguijón atravesándole el vientre. Al día siguiente, intenté buscarla con la esperanza de que solo estuviera herida, pero para mi desdicha, nada más hallé uno de sus tenis ensangrentados. La luz artificial arrojada por Hiroshi había sido vista por la guardia forestal. Tres camionetas con faros de niebla llegaron con un grupo de gente armada, sin tener un plan de ataque. Los disparos de las escopetas y pistolas salían a discreción acompañadas de gritos de muerte; no creo que hubieran sobrevivido.

Eso me dio la oportunidad de escapar refugiándome en este túnel, antes de que me culparan por la muerte de mis colegas, dado que toda la evidencia se perdió. Pero yo sé que esa avispa está construyendo su nido en alguna parte y pronto llegará a la ciudad para volver a asesinar.

—A este no le creo nada, jefe, yo digo que es un soplón del cártel Jalisco.  

—¡Pancho, mátalo y entiérralo donde nadie sospeche!

—¡Déjenme ir! ¡Estoy diciendo la verdad! ¡Esa cosa vendrá en cualquier momento y debemos enviar una alerta antes de que sea demasiado tarde!

…Y el zumbido de una Vespa Mandarinia volvió a escucharse por los alrededores. 

Fue publicado por primera vez en Antología Internacional de Terror Ecológico volumen 1 “Angustiante llamado de la naturaleza”.

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