Lluvia, neón y ciborgs; el futuro distópico es hoy

Imagina que vas caminando bajo la lluvia, te rodea una ciudad de enormes rascacielos corporativos y calles saturadas de fulgores halógenos y anuncios de neón; a pesar de que la lluvia arrecia, puedes ver cada gota en su lenta caída antes de que toque tu rostro. En las cercanías se aproxima un auto a toda velocidad, pero para ti es como un enorme animal de metal que se arrastra lentamente sobre el asfalto, sabes que se accidentará en la siguiente curva y no puedes hacer nada para evitarlo, porque no tienes ningún poder sobre el tiempo, sino una modificación invasiva de tecnología en tu cerebro que ha alterado las sustancias químicas para que puedas experimentarlo de manera ralentizada.

Imagina que, después de ingerir una pequeña pastilla azul, el mundo estalla en una oleada de luz y color; ahora puedes captar al mínimo detalle cada olor, cada sonido, cada tonalidad y cada imagen que te rodea; la trama de la realidad desentrañada ante tus sentidos. Pero de nuevo se trata de un efecto artificial, una fabricación, una impostura.

Esto es apenas un vistazo de lo que podemos encontrar en Santiago de Neo Extremadura, centro neurálgico del Chile distópico que I. A. Galdames imagina como escenario para los doce cuentos que conforman la antología Corceles Azules, publicada en 2024 bajo el sello Kaneda de la editorial Speedwagon Media Works.

Se suele pensar que en esta era tecnológica en que vivimos, sometida a una revolución digital que está rediseñando el mundo para convertirlo en un planeta inteligente, algunas corrientes dentro de la literatura de ciencia ficción como el ciberpunk han sido rebasadas; después de todo, esta visión sombría de una realidad posindustrial plagada de hakers, poderosas corporaciones globales e inteligencias artificiales ha dejado de ser una ficción, basta con salir a la calle hoy en día para contemplarla. Pero quizá esta es justamente la razón por la cual el ciberpunk se niega a morir.

Alimentado por las visiones distópicas que, a mediados del siglo XX, nacen del desencanto hacia las narrativas de progreso de la modernidad, así como del espíritu rebelde de los movimientos contraculturales y las revueltas juveniles durante las décadas de los sesenta y setenta, el ciberpunk se propone, entre otras premisas, cuestionar y dar la vuelta a uno de los temas fundamentales de la ciencia ficción: el uso de la tecnología como medio para superar los grandes problemas que aquejan a la humanidad.

El ciberpunk nos muestra sociedades futuristas donde el uso masificado de la tecnología no termina con la desigualdad, la marginalidad y las condiciones de explotación, sino que las profundiza; la tecnología no nos libera del yugo de la naturaleza, sino que nos convierte en seres alienados de la realidad.  

Estas son precisamente las líneas temáticas sobre las que se desenvuelven las historias que encontramos en Corceles Azules. Escritas con un ritmo ágil, a veces casi vertiginoso, estas historias nos muestran los días de decadencia de un veterano de guerra que debe afrontar su condición de “obsoleto”; a una ginoide que, como artefacto fabricado para servir, no puede sino ser mero testigo del drama de la existencia humana en toda su trágica y efímera esencia; el estado de extrema vigilancia que reina en las calles lluviosas de Santiago de Neo Extremadura, donde los golpes de tambor de un chinchinero son silenciados para siempre bajo el peso de unas botas policiales; a trabajadores extenuados que buscan consuelo en los efectos de potentes narcóticos, o venden partes de su cuerpo para sobrevivir el día a día en una sociedad que ha llevado al límite la explotación laboral y la privatización de la vida misma; a niños que se refugian en juegos virtuales para escapar a su condición marginal y a la profunda sensación de abandono que anida en todo hijo de familias rotas; o a una estudiante de química que se ve obligada a trabajar con la mafia para sustentar los enormes gastos hospitalarios de su hermana, una niña sumida en el coma que sueña con corceles azules corriendo por una pradera elísea.

En los cuentos de I.A. Galdames no encontraremos finales felices, cada personaje debe afrontar el mismo camino solitario, desesperanzador y cruel de una realidad cada vez más deshumanizada, cada vez más artificial e hiperconectada en la que nuestras identidades se diluyen en un flujo constante de estímulos y metadatos.

No todo en la ciencia ficción debe ser escenarios de anticipación, la mirada de los géneros especulativos está puesta en el presente y es tan aguda y lúcida que penetra sus grietas para explorar nuestras heridas más dolorosas.

La visión de megaciudades que se extienden como un inmenso laberinto de circuitos bajo el cielo borrascoso, de noches anegadas de neón y lluvia, de cuerpos colonizados por gadgets tecnológicos y metaversos que derriban la barrera entre lo real y lo virtual, nos sigue generando tanta inquietud como fascinación no porque nos muestre una realidad alternativa o un futuro especulativo, sino porque en pleno siglo XXI nos confronta con nuestra cotidianidad.

Los peligros contra los que nos advierte el ciberpunk están más vivos que nunca; son los peligros del reino de lo artificial imponiéndose a la naturaleza primordial del mundo, de la calculadora frialdad de la máquina conquistando el alma humana.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *