Supervisor

Buenos días. Un saludo desgastado, intermitente, susurrado, esperando la respuesta de los trabajadores, sólo dos de los cinco contestaron. Era evidente el descontento en el grupo de trabajo.
¿Qué no les dieron de desayunar?¿No les prestaron la noche a sus parejas? ¿O de plano ya no se les para? Hablen, aquí estamos para ayudarnos, recuerden que esto es un trabajo donde permanecemos más de cuarenta horas a la semana y somos una familia.
Solo recordarles nuevamente que aquí mando yo, ayer te vi a ti Reynaldo platicar con los de mantenimiento, desconozco el tema pero no me importa, ellos son latinos, bueno, nosotros también, pero nosotros ya tenemos papeles. Además son Mexicanos y ustedes como Mexicanos saben cómo son de llevados y groseros. No se metan en problemas porque si ustedes se están llevando yo no los podré ayudar y tengo un presentimiento de que alguien nos está atacando.
En silencio, desganados por el sermón sin frutos se levantaron, cada uno tomó sus herramientas y se dirigió a su lugar de trabajo.
—Reynaldo. —¿Qué pasó, Leoncio?
—¿Qué amaneció bravo tu tío o qué chingados trae ese loco?
—Esta paranoico, se molesta por qué hablo con los compañeros de mantenimiento. Eso a él ¿qué chingados le importa?
—Ya lo sé. Él es el único que esta pendejo en este trabajo y nunca se darán cuenta son los jefes.
—Les habla su tío, dice que vayamos a la oficina.
–¿Ahora qué pasó?
Caminaron entre los pasillos desgastados de la obra con un olor a químicos, polvo y ruido de taladros que arrancaban los azulejos como las ilusiones de regresar a su tierra que se iban por las largas jornadas.
—Bueno, ya estaban en sus sitios de trabajo, pero olvidé mencionar. A partir de ahora cada quien se va encargar de sus herramientas.
Todos sabían que eso era normal y forzoso, desde que uno ingresaba al área de trabajo debía cuidar de sus herramientas, y que en lo absoluto nadie era dueño de los materiales y herramientas que proporcionaba la compañía.
El supervisor retomó la palabra: —Aprovechando que estamos reunidos quisiera hacer una oración con ustedes. Para que nos proteja de los enemigos.
Todos, por temor a ser castigados, oraban.
¿Alguien que quiera hacer una petición?
¿Leoncio? ¿Manuel? ¿Reynaldo? ¿Nadie? Está bien, solo quiero agradecer por la bendición de tener este trabajo y por los que están muriendo solos en los hospitales, también por los encarcelados injustamente. Te lo pedimos señor. Que se encuentre bien la mamá de mis hijos, la señora, pues. Te lo pedimos señor. Bueno muchachos recuerden, no importa lo bien que estén ahora todo puede derrumbarse. Vean mi testimonio, di todo, ayudo a todos y vean cómo me ha pagado la vida. Dejé de hacer todo por ella, bueno por mi familia y se fue, me abandonaron. Pero ellas son así, por eso sufrimos. Infieles, abandonadoras, solo ven por su vida.
En la cabeza de Leoncio se escuchaba la pregunta: ¿Por qué usa a su mujer como excusa para su dolor de víctima, no que muy hombre? —Pinche loco este supervisor.
—Debes callarte cuando él hable, recuerda necesitas el trabajo. Hazlo por tus hijos. Pero tranquilo mejor al rato en el descanso si podemos platicamos. Nos van a sancionar.
—Está bien, pero eso es un abuso, hostigamiento, no debemos permitirlo —respondió Leoncio a Reynaldo.
—Manuel ¿qué estuviste haciendo ayer? Terminé lo que me mandaste, solo falta dar un retoque en algunas zonas para que se pueda entregar el resultado final.
—¿Cuatro días para eso? Yo lo hago en seis horas, ponte la pila Manuel, ya andan viendo cómo reducir la nómina y recuerda yo estoy arriba de ustedes. A mí me pueden pedir a quien descansemos, así que póngase la pila.
Manuel solo afirmaba con la cabeza, no había otro medio para llevar al supervisor. Él decía siempre:
—Nunca le vas a ganar porque está bien torpe y cree que está tocado por dios, es un narcisista solo quiere ser víctima y ser halagado. No debes responder jamás, es aventártelo al cuello y recuerda que la serpiente es serpiente. Ese cuento que se inventó de que su conversión a cristiano le permite dirigir las demás vidas por un toque divino y el problema fue qué Reynaldo le dio por su lado con sus experiencias en el servicio ofrecido a la iglesia.
Se acercaba el reloj a la hora del descanso mientras advertía al supervisor: —andan muy serios cuenten algo , ¿cómo era su ex mujer, Manuel? o tú Reynaldo, háblanos del cuerpo de Adriana, ¿apoco si tenía un buen trasero? Tú Leoncio, solo escuchas y nunca platicas nada, háblanos de una ex ¿cómo cuántas mujeres tuviste? ¿Haz de haber sido bien viejero verdad? Esos que estudian o van a la universidad solo van a drogarse y coger a sus compañeras, ya drogados pierden el quicio y hasta con hombres se meten, ¿tuviste experiencias así, Leo? Universitarios es igual a marihuanos, pobre de los campesinos engañados, siempre para ser explotados por esos malditos marihuanos. Y ya llegan después como ingenieros a gobernar al pueblo y se olvidan del campesino.
Un silencio incómodo entre todos los trabajadores permaneció, era una constante subida y bajada de emociones y sentimientos de ego, coraje, envidia por parte del supervisor. Un trabajo que podía hacerse muy ligero, cómodo, incluso entretenido por la destreza necesaria, era eterno. Segundos que eran como años y horas que parecían siglos.
La amenaza venía de inmediato con un tono de condición para responder lo que él deseaba y fuera aprobado por los demás: ¿Apoco no es cierto? los universitarios solo pura marihuana y abusar de los pobres campesinos. Arrogantes, engreídos, ¿para eso estudian tanto? para irse a burlar de un campesino, de una persona humilde. Por eso yo no leo nada, solo contaminan esas ideas mi mente, soy un vínculo de la palabra de Dios. El demonio entra por la lectura, por esas ideas falsas que se aprenden los universitarios. Sí, dos o tres palabras garigoleadas las repiten como loros y andan engañando a todo su prójimo. Todo lo que yo digo es desde mi corazonada sin leer un solo libro, soy un hombre auténtico, clásico, sin copiar a nada. Pero ahora hasta inteligentes artificiales hay, ya nada es como antes.
Por fin era la hora del refrigerio.
¿Qué les mandó la mujer de comida? ¿O ya no les mandan nada? Así empiezan cuando se quieren ir, se apartan de sus tareas lentamente. Reynaldo mencionó: —yo me hice mi comida, mi esposa está muy ocupada. El supervisor molesto dijo: —a mí no me gusta cocinar, si uno sale a trabajar, la pareja puede ayudar haciendo de comer. Los hornos de microondas calentaban las comidas de los trabajadores. El supervisor se acercó en la fila a Leoncio, mmm que rico, a ti si te quieren ¿te hicieron pescadito o pollito? ¿Qué es? Y aparte te echaron tortillas. ¿Las hicieron con Maseca? ¿Me regalas una? ¿Me das de tu comida, Leoncio? ¿Puedes ayudarme? nadie me ofrece nada y yo siempre ando viendo por todos. Quisiera que se pararan cinco minutos en mis zapatos para que vieran si es posible aguantar tantos ataques. Leoncio algo confuso le dijo: —en serio si no traes comida cómete un taco de lo mío. El supervisor sólo dibujó una sonrisa de burla. Y no dijo nada.
Se acercaba la salida, la ultima hora era un infierno incluso para el supervisor.
Llamaron a Manuel, eran los de mantenimiento. ¿Qué Manuel, nos casamos?, para que me den los papeles o qué? Todos sonrieron. Replicó Leoncio. ¿Manuel pasará corriente o él recibirá corriente? No importa. El que decida, ya con papales nos separamos. Sonreían por los comentarios, a lo lejos venía el supervisor con una aspiradora y una cara que parecía que oliera a mierda el ambiente de risa y algarabía.
—¡Manuel! Vienes para acá. Claro, ¿qué pasó, supervisor? ¿Qué te dije? ¡Qué no quería que te llevaras con los de otras áreas!, aquí yo doy las órdenes. ¿No escuchaste que dije que eran muy cargaditos los Mexicanos ilegales? Estoy pensando reportar este grupo con ICE de migración.
–Cálmate, Supervisor, solo estábamos riéndonos de unas cosas, no es nada que comprometa el trabajo.
–Pero la orden fue clara, no quiero verlo platicar con ellos.
Se acercaron Juan y José de Mantenimiento ante los gritos.
—¿Pasa algo supervisor? ¿Podemos ayudar en algo?
—No, todo bien con ustedes. Por cierto, Manuel, ya están listos el piso cuatro y el cinco para que empiecen a aplicar material de aislamiento.
Manuel no respondió nada, quedó paralizado, mudo. Quería hacer que no escuchó eso. El personal de mantenimiento después de reportar el avance se marchó a otro lugar.
—Ves Manuel ¿por qué te dicen a ti que está listo? ¿Por qué se dirigen a ti? El que manda, el que da las órdenes, el que es el supervisor soy yo. ¿Por qué a ti? Por eso te digo que no te quiero ver platicar con nadie, solo a tu trabajo, no seas llevado, cuida tu trabajo, a tu edad ya no vas a encontrar nada y luego ve como andas de jodido de las rodillas, aquí te cuidamos.
Manuel con gotas de sudor en la frente que no tenía fin por la escasez de cabello asustado respondió: —Pero espera, él me lo dijo a mí, pero yo jamás mencioné que me reportara a mí.
-Entonces, ¿yo estoy loco? Deben respetar los eslabones y las jerarquías. Al diablo con cuidarlos y protegerlos, yo siempre ando viendo por ustedes y ustedes nunca ven por uno.
—Pero ¿qué sucede supervisor? Cálmate.
-¿Quieres que me calme? ya son varias veces que no me dicen a mí lo que está pasando, siempre se dirigen contigo Manuel. Cómanse un cerro de mierda. Tomó una escoba y salió azotando la puerta.
Manuel intranquilo, dudó sobre sus acciones. Con miedo a perder el trabajo duplicó su esfuerzo y siguió trabajando por su meta.
Un murmullo con nombre de ICE corría como humo en el edificio, la migra estaba presente. Los de mantenimiento casualmente no aparecían. Al término del día laboral, los agentes de migración entraron al edificio buscando ilegales por la llamada anónima.
Desde arriba, a través de las ventanas, Manuel, Leoncio y Reynaldo miraban una camioneta de la patrulla fronteriza donde los mexicanos ingresaban sin sus pertenencias, sin su familia, sin su ilusión y nuevamente sin libertad.
-¿Qué hacías hablando con los vecinos? ¿Sabes que así empiezan las traiciones? Yo pensando que estás adentro de casa. Yo te ofrecí papeles pero a cambio de que estés en casa todo el día. ¿Qué necesitas para salir a platicar con los vecinos? No quiero que se repita esto, recuerda que tu permiso de trabajo depende de mí. Y tu no puedes renovarlo, solo basta que diga que estás incumpliendo las normas de convivencia y te regresan a tu país. Yo solo quiero el bien para ti. En tu país no tendrás jamás lo que tienes aquí. Así que acuérdate antes de salir de casa todo lo que puedes perder.
-Está bien Jaime. Discúlpame. No se repetirá.
Entró a la casa de Jaime, esperó a que la muchacha le quitara las botas de trabajo. A un lado ya tenía lista la cubeta con agua tibia y sal para lavarle los pies. La comida ya la tenía preparada, pescado frito con arroz, verduras y agua fresca de horchata.
Jaime se encontraba solo en su cuarto se cambiaba frente al espejo, todas sus comisuras eran producto de angustia, sufrimiento, dolor, enojo, solo algunas poco marcadas correspondían a la risa. Limpiaba sus botas, sacudía su pantalón, dobló su camiseta.
Recordó ese viaje que hizo desde Centroamérica hasta California a los trece años, donde se separó de todos sus familiares. Pero era mejor eso a morir en la guerra por conflictos agrarios patrocinada por el imperio. Una lágrima cayó por su mejilla derecha después de pensar que sólo regresó dos veces a su país natal: una, a enterrar a su madre y la otra, a los honores en el aniversario luctuoso del comandante Nateras, su padre, que fue un guardia del ejército que combatió el conflicto agrario.
Se limpió las lágrimas al levantarse de su mecedora de mimbre regalada por un amigo Chiapaneco. Miró las noticias. Otro golpe de ICE más de mil deportados en este día.
—Ven Janete, ven a ver lo que pasa, no es mentira cuando te estoy ayudando y protegiendo. Este Trompetas anda con todo, va sacar a todos de aquí, a la mierda los ilegales.

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