Siglo XXII

Te llaman porvenir porque

no vienes nunca.

Ángel González

La devastación total de la guerra nuclear terminó y los problemas climáticos continuaron gradualmente. El siglo XXI dijo adiós, la primera década del siglo XXII comenzó. Los tiempos removieron la tierra. Largas y anchas cordilleras montañosas se levantaron sobre el viejo suelo cuarteado de siempre. El nuevo suelo ya no estaba roto, las hendiduras fueron rellenadas por minerales celestes extraños, provenientes de los restos de las especies pasadas. Se generó una nueva superficie para vivir dentro del planeta, en la cual residían criaturas difíciles de describir, las únicas resistentes a la radiación, familiares de las elaboradas por un antiquísimo autor de América del norte. 

Se trató de varias especies, serían bestias a los ojos humanos extintos. Medían entre dos y cuatro metros. Algunos tenían rostro de pescado y largos tentáculos para caminar. Otros, enormes alas de murciélago, rostro de calamar. Una masa de carne andante llena de ojos. Una masa llena de bocas mudas y dientes. Una estrella amarillenta atiborrada de pelos largos ondulados, caminaba con sus puntas cambiando constantemente. Algunos más sólo eran sustancias multicolor arrastrándose; rojas, azules, amarillas, rosadas y negras.

Durante los cuatro primeros años del siglo XXII no había un régimen establecido. Todas las criaturas se alimentaban de los minerales que cuajaron las grietas de la tierra. La mayoría dormía encima de las montañas. Se trataba de un sitio relativamente tranquilo. En algunas ocasiones se suscitaban riñas entre las criaturas que deseaban aparearse, todo aquel ser viviente podía quedar preñado. Normalmente ganaban las más espigadas, aunque había excepciones. También se peleaban por las cordilleras altas, pero al final todo alcanzaba para todas, nadie se quedaba sin nada.

El año número cinco llegó, el año que quedaría nombrado por un hallazgo sorprendente. Una criatura de tres metros y noventa centímetros sació su sed sexual con todas sus acompañantes, ni una sola le faltó, ya había parido dos veces; por tal motivo inició una búsqueda implacable, intentó flanquear toda la superficie irregular que habitaba buscando placer. Después de cinco meses su paso se agotó, sus delgadas piernas negras de gallina y los tentáculos ya no le respondían igual, sus colmillos que protegían su cuerpo en lugar del pelaje habitual y su rostro de tlacuache se notaban visiblemente cansados. Al dar los últimos pasos se halló un raro círculo metálico en medio de una montaña altísima, parecía ser la tapa de una coladera del drenaje a ojos humanos, sobresalió a través de las sustancias. Pensó que se trataba de una señal, una oportunidad de hallarse frente a otros seres para procrear. Se acercó, la tomó con dos tentáculos, con uno de estos descubrió unas iniciales en una lengua desconocida para ella: LTC. El tlacuache quería observar lo que escondía detrás. Hizo que la fuerza recorriera todo su cuerpo. Puso sus seis tentáculos a trabajar, logró girarla unos centímetros y los minerales alrededor se quebraron, la temperatura estable del lugar ascendió rápidamente, el extremoso calor altero la existencia. El sol acercó su boca para esparcir su cuerpo entre el viento. La criatura asustada fue directo a dar la noticia de lo sucedido a las demás, en el camino observó que las cuarteaduras rellenadas se convirtieron en ríos que disminuían poco a poco su caudal. Se encontró con el caos, pues las especies se atacaban frente a la incertidumbre, varias murieron. La única forma que tenían para comunicarse era con el tacto, hasta que el tlacuache con tentáculos intentó calmar los ánimos, gruñó como un marsupial viéndose reflejado sobre los ojos de su depredador, todas la miraron por el ruido excepcional. Aprendieron a comunicarse de otra manera a causa de la necesidad, aunque la destreza de construir un lenguaje les era innata, una herencia de las especies de antaño. Después del rugido el desastre culminó y les trató de contar lo ocurrido.

 Dos años más tarde, con la ayuda de su nueva lengua, que serían ruidos insoportables a oídos humanos, nació un régimen. La tapa de la coladera fue para ellas como la imagen fidedigna de la aparición de un dios. Le hicieron un altar con restos de rocas minerales y los cuerpos de las acompañantes caídas en las confrontaciones. Entendieron el castigo con el que las habían reprendido. La culpa de la sed por el apareamiento incesante. El tlacuache de los tentáculos racionaba el alimento escaso en conjunto con otras dos criaturas dominantes: un guajolote de cuatro metros con pezuñas y alas de murciélago y un quetzal con plumas de culebra, las mejores en combate. El calor reinaba, algunas pocas heladas intermitentes ayudaban a cristalizar las sustancias para poder ser consumidas. Un régimen al estilo dictatorial antiguo. 

Todos los días rezaban bajo el altar, misas ofrecidas por el quetzal de las culebras. Ahí comían, ahí se apareaban. El coito también fue controlado, monopolizando el valor de los cuerpos. A ciertos grupos les prohibieron embarazarse, si lo hacían debían abortar obligatoriamente, de eso se encargaba el guajolote de las pezuñas. A partir de dichas acciones se creó una minoría que se hizo de todos los placeres existentes. La gloria y la esperanza esparcidas en los rezos fueron las creaciones que fungieron como antídotos para prevenir rebeliones posibles.

Así pasaron los años hasta la llegada de la segunda década. En algún día extremadamente caluroso del año once se encontraban rezando bajo el altar, algunos miraban arriba, otros hacia abajo. La temperatura alcanzó niveles extremos nunca percibidos, el sol se besaba con el viento haciéndose de él. Cientos de criaturas murieron rezando deshidratadas. La orden del tlacuache fue rezar hasta la muerte. La tapa de la coladera se abrió, ya que los minerales que la rodeaban se derritieron, del interior de la coladera salió agua contaminada, un brazo de niño y uno de hombre adulto. La confusión irritó a la joven sociedad. La escena volvió el régimen insostenible, las riñas sitiaban el lugar, peleaban y morían agonizando dada la ola de calor. Una cabeza decapitada de un hombre adulto salió de la cloaca poco después, todas observaron horrorizadas nuevamente. El tlacuache de los tentáculos rugió por última vez al estar gravemente herido por las riñas, habló en una antigua lengua humana: ¡nechixcayeliztli! (esperanza en náhuatl). Las criaturas no entendieron absolutamente nada, continuaron con la batalla; aunque otras decidieron rezar de nueva cuenta, de manera intermitente voltearon hacia arriba y hacia la tierra que abrió nuevas grietas que serían rellenadas por los nuevos restos. 

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