Teatro Morelos, centro de Cuernavaca, están por dar las 16:00 horas. El CRIM (UNAM), La Cartonera y el museo de la Ciudad (MUCIC) han invitado a la exhibición de la película La sal de la tierra –del americano H.J. Biberman- como parte de la conmemoración del 8 de marzo, día internacional de la mujer.
La cinta se filmó en Estados Unidos -más específicamente en Nuevo México- en el año de 1954. Aunque en 1999, fue incluida en el catálogo que preserva el National Film Registry de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y es considerada como una de las obras más importantes de la filmografía americana, sus inicios fueron bien diferentes, pues ésta y su director fueron perseguidos por el macartismo (1950-1956), igual que muchos otros artistas e intelectuales. Esta doctrina fascista –al calor de la guerra fría- censuraba y eliminaba cualquier manifestación artística considerada incendiaria por ser socialista, roja, liberal, o estar relacionada con Rusia.
El filme retrata la vida en una mina al sur de los Estados Unidos, donde las injusticias y el mal trato son cosa de todos los días. La mayoría de los trabajadores son de origen mexicano y se les paga menos que a los otros mineros, los anglos. Esto los lleva a iniciar una huelga. Las mujeres juegan un papel fundamental en ella. Los papeles principales correspondieron a Will Geere y Rosaura Revueltas, inicialmente bailarina y actriz de teatro. Si, Rosaura, hermana de Silvestre, José, Fermín, Silvestre y otros Revueltas. Casi ninguno de los participantes era actor profesional, sino mineros reales acompañados de sus esposas e hijos.
16:05 pm. La sala no está muy llena, pero se siente una gran expectativa en el público. El cineasta Oscar Menéndez, Dani Hurpin (de La Cartonera) y Gilda Revueltas (sobrina-nieta de Rosaura) dan la bienvenida y proporcionan algunos datos sobre la película que veremos. Al final del filme, habrá otras intervenciones y oportunidad de contestar algunas preguntas.
La cinta, con 95 minutos de duración, se exhibe sin contratiempos. Está en muy buen estado la versión, tanto en lo que se refiere al sonido como a la imagen. El único detalle es un leve desfase en los subtítulos en español, pero no afecta mucho. La película en blanco y negro, con fotografía de Stanley Meredith y Leonard Stark es visualmente hermosa. La edición es impecable, parece que ninguna escena está de más. La música –de Sol Kaplan- completa la imagen y el sonido, dándole profundidad y ritmo. Es un drama de supervivencia, de solidaridad y de emancipación de la mujer, muy vigente hasta nuestros días. Se me torcieron los intestinos frente a ese dolor, esa injusticia, y ese atropello. Al final de la exhibición hay aplausos, aplausos espontáneos y sentidos.
La película acaba como a las 17:35. Los organizadores se trasladan al pasillo intermedio de la sala, pero no se prenden todas las luces. Se oyen chirridos metálicos desde los micrófonos. Después, los clásicos soplidos para probar que el sonido funcione. El primero en hablar es Oscar Menéndez. Es un hombre bonachón, canoso y mesurado, siempre de sombrero. Agradece la asistencia y comenta sobre la filmación: “cuando esta película estaba terminándose, Rosaura y varios técnicos que participaban, fueron detenidos y encarcelados. A ella se le deportó a México. Meses después, por iniciativa de un cineasta americano, se filmaron algunas escenas con Rosaura, pero tuvieron que hacerse en Durango. Eso permitió finalizar el filme. Sus inicios fueron complicados, pues se exhibió solo una vez en Nueva York y fue prohibido en todos los Estados Unidos y en Latinoamérica. También relató que en México se exhibió solo una vez, en el Teatro Esperanza Iris, pero presiones de nuestro vecino del norte, evitaron su posterior exhibición, así que se envió a Europa, a Rusia y otros países socialistas donde tuvo gran aceptación. Un año, después ganó dos premios del Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary 1954: a la mejor actriz (Rosaura Revueltas) y a H. Biberman , el Globo de oro”.
Después interviene brevemente Dani Hurpin, resaltando lo afortunados que somos por tener acceso a una versión tan conservada y nos invita al conversatorio del MUCIC a las 18.30 horas, con Mercedes Pedrero, Joaquina Erviti y Adriana Mújica, también con motivo de la conmemoración del 8M.
Al final, se cede la palabra a Gilda Revueltas. Ha escrito un pequeño discurso, pero le cuesta leerlo, pues no se han prendido las luces en su totalidad: “Esta película le costó la carrera a mi tía, pues se le cerraron las puertas del cine nacional, pero ganó prestigio a nivel internacional. Recibió una estrella de cristal en París por La Academi du Cinema y un premio en un Festival en Checoslovaquia… Recuerdo como paseos idílicos, los días que íbamos a visitarla aquí en Cuernavaca. Su jardín tenía enormes árboles frondosos, una gran alberca y un comedor de amplios ventanales que te hacían sentir en medio de la selva. Ella llegaba, rodeada de un halo de misterio, por su exótica belleza y sencilla elegancia, por su porte de diosa. Los Revueltas forman parte de la genética de la época de oro del cine nacional. Son una brillante pléyade de la época más importante de la cultura mexicana del siglo XX. Muchas gracias”. Aplausos.
Me acerco a Gilda, le comento cuánto disfruté de la exhibición y de las palabras de los presentadores. Le platico que cuando cursé la secundaria, fui compañero de un hijo de María Revueltas (hermana de José, Silvestre, Fermín y Rosaura), José Benítez Revueltas. Le cuento la anécdota de que en ese tiempo fui con un grupo de compañeros a comer a la casa de su tía Rosaura para celebrar su cumpleaños. Aún recuerdo que ella apareció en algún momento por allí callada y discreta: guapa, morena, de pelo muy oscuro y vestida totalmente de blanco. Nunca olvidé esa imagen. Al final le pregunté a Gilda por José y ella me contestó, animosa: Debe seguir en Acapulco, búscalo en Facebook. Agradecí y la dejé con otras personas que ya la esperaban, sintiéndome festivo por la oportunidad de conocer más sobre los Revueltas.
Todo acaba. Salgo a la calle. Afuera se siente un calor y una luminosidad que contrastan con el frescor y la oscuridad de la sala. Bajo a pie por Rayón hacia el jardín central. Me encuentro de frente con varios grupos de muchachas, la mayoría vestidas de negro con vivos violeta. Me doy cuenta de que está terminando la manifestación por el 8M. Cuando llego a Galeana, compruebo que el contingente ya está dejando de pasar por ahí. Son más de las 18:00 horas. Solo veo el final del grupo que porta pancartas, globos, risas y esperanzas. Regreso a casa en el microbús para empezar a escribir, ahora que los datos y las emociones que me produjo ver La sal de la tierra, aún están frescos.

Luis G Torres nació en la CDMX, hoy avecindado en Cuernavaca Morelos desde hace años. Es egresado de la Escuela de Escritores Ricardo Garibay, de Morelos. Ha participado en cursos y talleres de cuento con Frida Varinia, Daniel Zetina, Miguel Lupián, Alexander Devenir, Gerardo H. Porcayo, Roberto Abad, Efraim Blanco y otros. Ha publicado en una treintena de revistas electrónicas. Otros cuentos están incluidos en antologías nacionales y latinoamericanas. En 2021 publico en INFINITA su primer libro: Pequeños Paraísos perdidos, y el año de 2022 Sin Pagar boleto, cuentos y narraciones de viajes por México. En febrero del 2023 presentó su tercer libro de cuentos INQUIETANTE, bajo el sello de Infinita. En enero de 2024 presentó su más reciente libro de cuentos, titulado OMINOSO y este 2025, completó la trilogía con el libro IneXorable (Ambos en editorial Lengua de Diablo). Colabora activamente en la revista LETRAS INSOMNES.