Dioses del aire
Ver a godzilla y recordar que me voy,
que mañana no habrá barcos ni rugidos
en el mar de mi cama o en la isla
donde somos hombres azules.
Mirarte y entender que así es el tiempo,
el apetito, los dientes en el corazón:
un estruendo de monstruo o estigma
que no entiende las distancias,
las partidas, una bomba que
sacude los edificios, las voces,
las ventanas donde el sentimiento
resiste, donde la dulzura tiembla.
Porque así pasan los días,
los incendios, los destrozos,
pero ahora somos sobrevivientes,
cuerpos de agua, dioses del aire,
y mientras la bestia sangra
y se hunde, también me miras
y entiendo que irse
es el recordatorio de olas,
de almohadas y bocados
a los que puedo volver.
Encuentro
Superman se enamoró de Batman,
así de simple.
Se encontraron en la cima de un rascacielos
después de salvar la ciudad.
Se admiraron cerca el uno del otro
y sintieron una tensión tierna
en la resistencia del aire.
Había sangre en sus rostros,
sus piernas,
sus pechos,
restos de la batalla reciente
derramada y rasgada en sus trajes.
Se sentían cansados, incomprendidos,
fatigados ante la responsabilidad blanca
de cuidar a los demás,
tensos ante el temor transparente
de que sus identidades fueran descubiertas.
Volvieron a admirarse
y la tensión tierna los comenzó a iluminar,
a juntarlos como metales que se ablandan
hasta vaciar el peso de sus minerales unidos.
Tocaron la sangre del otro
y empezaron a avanzar,
a desvanecer sus labores llenas de audacia,
a resanar las grietas invisibles del miedo.
Estaban juntos,
reunidos.
Ya no había patrullas
ni señales en el cielo.
Nadie los buscaba.
Abajo, la ciudad podía roncar tranquila,
sin asaltos.
Arriba, el cuerpo desnudo de los hombres
apenas despertaba.
Perritos
Sí, somos como el perrito de la película:
nos han dejado solos, rasgados,
nos han negado tener un nombre
y nos han tirado
junto con muchas piedras
en la sombra de un río.
No queda duda:
nos abandonaron,
hicieron de nuestros huesos
un rastro de olvidos líquidos,
de nuestro cariño
un camino ahogado
por la boca abierta del agua.
Nos tiraron,
pero sonreímos con las voces,
nos abrazamos
en el instante tibio
en que las campanas
resuenan por la noche.
Dejamos las durezas,
el anonimato,
la soledad húmeda,
el olvido.
Sin duda,
somos como el perrito de la película,
me queda claro:
nos dimos nombres
y todo lo que es nombrado
es un río de piedras
donde escurre la memoria
y donde la sonrisa del ladrido
no se puede hundir.
Mario Frausto Grande (San Luis Potosí, 1991). Escritor, tarotista y docente. Imparte clases de escritura creativa y académica y, además, es investigador independiente de masculinidades, emociones, espiritualidad y disidencia sexual. dislocación del macho (Dogma, 2024) es su poemario más reciente.