Cada cosa

En un pueblo de no más de veinticinco mil personas, donde ni siquiera se recuerda su nombre, cada pequeño evento extraordinario se convierte en un gran acontecimiento, ya sea la llegada de un circo itinerante, una feria o un famoso que se extravía en la carretera y llega accidentalmente. Aarón Brito, uno de los guardabosques del pueblo, camina por la calle cargando las compras. Ha pasado un año desde que se mudó y ya se ha acostumbrado a la vida en ese lugar. Un afiche pegado en uno de los postes de luz llama su atención.

—Obra de teatro —murmura, entrecerrando los ojos para discernir lo que dice—. “Cada Cosa”.

Aarón nunca ha asistido a una obra de teatro, pero el afiche ofrece boletos gratis. No lo piensa dos veces y toma dos, uno para él y otro para su novia. Con los boletos bien guardados en su bolsillo, regresa a casa con la emoción de intentar algo nuevo. La idea le ronda la mente mientras corta los ingredientes para la cena, imaginando cómo será la experiencia. De pronto, el golpe familiar de la puerta resuena en la casa. Levanta la mirada con una sonrisa que aparece antes de que pueda evitarlo.

—Fue un día agitado, criaturas sombra no dejaban de aparecer en el bosque —explica Evelyn mientras se quita las botas. También trabaja en el bosque, pero a diferencia de su pareja, ella es la supervisora de los guardabosques.

—Tengo boletos para una obra de teatro en el pueblo. ¿Vamos? —pregunta Aarón, terminando de cocinar y apagando la estufa.

—Claro, no he ido a una desde la universidad.

Se acerca a Aarón y lo abraza por la espalda. Evelyn es una mujer alta, de un metro setenta, apenas un poco más baja que su pareja. De pronto, lo levanta con facilidad, como si fuera un muñeco de trapo.

—Acompáñame a bañarme —dice, balanceándolo de un lado a otro con una sonrisa traviesa.

Aarón se sonroja. Nunca le ha preguntado sobre su fuerza sobrehumana; es algo que ha aceptado de ella, igual que las cosas paranormales que ocurren a diario en el pueblo. El sol se oculta y la pareja se prepara para su cita. Aarón no está acostumbrado a usar saco, pero la ocasión lo amerita. Evelyn, por su parte, lleva una blusa sin mangas y una falda, dejando a la vista sus tatuajes en brazos y piernas. La noche es agradable, sin frío ni calor, y el cielo despejado muestra la bóveda celeste en todo su esplendor. Frente al teatro, una fila de personas se extiende hasta la acera.

—No sabía que había un teatro en este lugar —comenta Aarón mientras observa el edificio.

—No lo hay. Esta calle ni siquiera existía; por algo es el único edificio —responde Evelyn, retocando su labial y cerrando su espejo de mano con un chasquido.

Aarón ríe, creyendo que es una broma de su novia. Pero mientras la risa se disipa, el nerviosismo regresa. Ya lleva un año viviendo ahí, y aunque lo sobrenatural se ha vuelto parte de su día a día, a veces todavía se le escapa. Inhala profundo, intentando calmarse. Exhalando, algo capta su atención: en el cielo, una estrella parpadea.

—”No sabía que por aquí pasaban satélites” —piensa Aarón, contemplando el punto luminoso.

Cerca de ellos, un grupo de jóvenes exploradores también se encuentran formados. Todos tienen la mirada fija en la misma dirección, con la vista fija en la estrella parpadeante. La confusión en el rostro del líder de tropa se convierte en pánico.

—¡Larguémonos de aquí! Esa estrella no deja de emitir en morse: ¡Huyan! —exclama uno de los exploradores, con los ojos bien abiertos.

Sin embargo, Aarón no lo escucha. Su mente está en otra parte, perdida en la vastedad del cosmos. La estrella parpadeante lo hipnotiza, y un recuerdo fugaz cruza por su mente: aquel visitante del bosque que no paraba de hablar sobre las Pléyades. Las puertas del teatro se abren de golpe, interrumpiendo sus pensamientos. La multitud comienza a entrar en tropel. Los boletos son de entrada general, así que Aarón y Evelyn se adelantan, moviéndose con rapidez para encontrar buenos lugares. Se sientan en la sección central, un poco hacia el lateral. La luz ámbar que baña el escenario proyecta sombras largas y alargadas, dando la sensación de que algo se mueve entre ellas. El teatro se llena con rapidez, y un aire denso, casi eléctrico, se instala en el ambiente. No es calor ni frío, pero su presencia es innegable. La sensación de algo que observa, que acecha.

—Primera llamada, primera llamada —anuncia una voz anciana desde el sistema de sonido, con un eco metálico que se prolonga más de lo necesario.

—Qué bueno que conseguimos estos boletos gratis —dice alguien en la multitud, con tono despreocupado.

—Fui afortunado de encontrar ese boleto —comenta otra voz más adelante.

Los comentarios llaman la atención Aarón, incluso en la entrada, cuando rompieron sus boletos, se percató que todos eran idénticos a los gratuitos que él llevó. Sus pensamientos se ven interrumpidos cuando la voz de un niño anuncia la segunda llamada. Evelyn notando la preocupación de su pareja, le sujeta la mano.

—Tranquilo —le dice en voz baja, inclinándose hacia él—. Yo también lo noté. Sí, todo esto es raro, pero no es más extraño que nuestro día a día en el parque nacional.

Le da un beso suave en la mejilla, y Aarón suelta una risa breve, casi una exhalación.

—Tienes razón —responde, apretando su mano y besándola con ternura.

Una voz masculina, grave y profunda, anuncia la tercera llamada. El teatro se sumerge en un silencio denso, expectante. El telón se levanta con lentitud, revelando un escenario que simula un pueblo antiguo y decadente. Las casas ruinosas, las calles desiertas y la neblina artificial que serpentea entre los edificios crean una sensación de abandono. Una música suave y escalofriante se desliza por el ambiente, como una presencia invisible que se cuela en los oídos de los espectadores. La obra comienza con una narración en off. La voz, rasposa y cavernosa, habla de un reino oculto en las sombras y de un monarca cuya mera presencia inspira terror y locura. La historia atrapa a la audiencia, pero Aarón no puede apartar su atención del narrador. ¿Cómo alguien puede hacer eso con la voz?”, piensa, fascinado por cada inflexión y matiz.

A medida que la obra avanza, la atmósfera se vuelve más opresiva. Los personajes en escena no solo actúan; parecen poseídos. Sus movimientos son erráticos, casi convulsivos, y sus palabras tienen una cadencia malsana, como si cada frase fuera un hechizo. Las luces oscilan, lanzando sombras que se estiran y deforman. Aarón siente un escalofrío recorrerle la espalda. No sabe si es el frío o la incomodidad que le provoca ver los gestos de los actores. La línea entre la ficción y la realidad se desdibuja. “Es solo una obra, solo teatro”, se repite, pero la sensación de peligro es real. Sus ojos no se apartan de la figura que domina el escenario: un hombre con un manto amarillo, alto, delgado, con un rostro que parece no tener contornos definidos.

A su lado, Evelyn observa la obra con ojos brillantes. Está fascinada, completamente atrapada por el espectáculo. La forma en que sus labios se entreabren muestra una mezcla de temor y deleite. Para ella, la rareza no es nada nuevo; su vida en el parque nacional la ha curtido. De pronto, Aarón se sobresalta. Un sonido húmedo, como si alguien masticara fruta madura, se escucha cerca de su oído. Gira la cabeza lentamente y siente que el corazón se le hunde en el pecho. Las personas a su alrededor están mordiendo sus propias lenguas. La sangre les chorrea por la boca, empapando sus camisas y blusas. Sus ojos permanecen en blanco, sus cuerpos se sacuden con espasmos hasta que, uno por uno, caen como marionetas con los hilos cortados.

El pánico lo invade. Su respiración se acelera, su pecho sube y baja a un ritmo descontrolado. Quiere gritar, pero no puede. Su cuerpo no le responde. Su visión se vuelve borrosa, sus piernas pierden fuerza y, antes de darse cuenta, se desploma en la butaca. La oscuridad lo envuelve. Pero la obra no se detiene. Incluso en la inconsciencia, las imágenes de la obra se proyectan en su mente. Ve al monarca de amarillo avanzando entre las ruinas, con sus brazos extendidos, como si recibiera a un séquito invisible. Aarón abre los ojos de golpe. El teatro sigue lleno. Los aplausos se escuchan lejanos, como si provinieran de otra realidad. Su corazón aún late con fuerza. El escenario está a oscuras, el primer acto ha terminado.

—¿Te quedaste dormido? —pregunta Evelyn, mirándolo con curiosidad.

—No, me desmayé de la impresión —responde con la voz temblorosa—. Lo extraño es que la obra siguió reproduciéndose en mi mente, como si estuviera viéndola desde otro lugar.

Evelyn frunce el ceño y levanta una ceja. Aarón siempre ha amado que haga eso. A diferencia de él, que solo puede mover ambas cejas al mismo tiempo, ella puede controlarlas forma individual.

—¿Qué viste? Cuéntamelo todo.

Aarón se frota el rostro, todavía aturdido. Sus palabras salen lentas, como si estuviera intentando armar un rompecabezas. Relata cada detalle: el monarca con manto amarillo, los pasos invisibles, la voz susurrante. Lo describe todo con precisión, sin dejar nada fuera. Cuando termina, Evelyn lo mira con una expresión que él no sabe interpretar del todo.

—Sip. Eso fue exactamente lo que pasó en la obra —le dice ella con una calma perturbadora.

—¿Qué? — Le pregunta Aarón, incrédulo.

—Tal cual lo contaste. Fue eso lo que ocurrió en la obra —responde Evelyn, con una tranquilidad que resulta incómoda.

El mundo alrededor de Aarón se siente menos real. Las luces, los murmullos del público, los aplausos… todo suena amortiguado, como si estuviera bajo el agua.

—Vámonos —indica Evelyn, poniéndose de pie.

Aarón tarda un par de segundos en reaccionar, pero cuando lo hace, se levanta también. Su cuerpo se siente pesado, como si hubiera estado cargando un peso invisible durante horas. Antes de salir de la sala, se atreve a mirar hacia atrás, al escenario vacío. Pero no está vacío. Una figura, alta, delgada, vestida con un manto amarillo, está ahí, de pie, inmóvil. Y lo está mirando directamente a él.

—¿Es un teatro fantasma? —le pregunta Aarón a Evelyn. Ella lleva toda su vida viviendo en ese pueblo, supone que ella debe tener una idea de lo que pasa.

—No, esos son increíbles, los actores llevan decenas o cientos de años ensayando la misma obra, así que su actuación es magistral. Aquí, no sé qué sea, pero lo mejor será irnos.

Ambos avanzan hacia la salida, pero a medida que se acercan, una sensación de desorientación los envuelve. Parece que la sala se expande infinitamente, y cada vez que intentan alcanzar la puerta de salida, ésta se aleja un poco más, como si estuviera burlándose de ellos. Una voz anuncia la reanudación de la obra.

—Aarón, escúchame, pon tu mente en blanco, no pienses en nada, ponte a disociar, que las palabras entren por una oreja y salgan por la otra—le explica Evelyn.

La obra reanuda con violencia, y un maremoto de emociones negativas llenan la mente del guardabosques. Le hace caso a Evelyn e intenta poner su mente en blanco, lográndolo por momentos, pero cuando algo de la obra consigue colarse en su mente, presencia escenas de horror más allá de lo que creía posible. A medida que la historia llega a su clímax, Aarón y Evelyn se encuentran al borde del abismo, enfrentándose a fuerzas más allá de su comprensión. En ese momento, una oscuridad abismal los envuelve, y el mundo a su alrededor se desvanece en la nada. Cuando por fin la luz vuelve a iluminar el teatro, Aarón y Evelyn se encuentran ante una escena dantesca, con decenas de personas sin ojos, sin lengua y sin vida. Aarón siente cómo el nudo en su estómago se aprieta aún más, y con un impulso violento, vomita.

—¿Qué fue eso? — balbucea Aarón, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.

—No tengo ni idea— responde Evelyn ayudando a caminar a su pareja—. Pero tendré que notificarle al ayuntamiento que emita un boletín de emergencia, sobre esta obra de teatro.

Con la obra concluida, a paso tambaleante, los dos por fin consiguen salir del teatro, tratando de procesar lo que acaban de presenciar. El aire fresco de la noche les golpea el rostro, dándoles el alivio de estar regreso en su pueblo, pero no logrando disipar la sensación de inquietud que los envuelve.

—Lamento que la noche se haya tornado así —se disculpa Aarón, con un tono apenado.

—Oh, no fue lo que esperaba, pero fue entretenida —responde Evelyn, agarrando la mano de Aarón y recostando su cabeza en su hombro—. Aunque espero que la próxima noche de cita no incluya muertos.

Aarón suelta una leve risa nerviosa. —Yo también.

Se miran el uno al otro con complicidad antes de darse un beso. Entrelazan sus manos y caminan de regreso a casa, dejando atrás el teatro y todas las emociones turbias que despertó en ellos.

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