Al final siempre estamos solos

El pasado primero de diciembre de 2024 en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el escritor Rodrigo Ramírez del Ángel presentó su libro Tesis de la soledad en compañía de Marxitania Ortega y Bladimir Ramírez. La presentación fue una amena conversación sobre el cuento como género literario y su posible relación con la novela, de igual forma, el ganador del premio nacional de cuento corto Eraclio Zepeda, Rodrigo Ramírez del Ángel, pudo exponer sus ideas sobre la construcción de personajes y el armado de un libro de cuentos. En medio de risas y preguntas detonadoras, el autor compartió sus puntos de vista sobre algunos aspectos de la escritura.

Para contribuir a las reflexiones del autor, escribí un texto para la presentación, en esas líneas se encuentran mis primeras impresiones del libro. Transcribo el texto tal cual fue leído, hoy quisiera decir un par de cosas que no pude decir aquel día.

“Al igual que muchos lectores de México, supe de la existencia de Rodrigo Ramírez del Ángel con su novela Dinero para cruzar el pueblo. De la novela recuerdo una prosa ágil y precisa, personajes memorables, complejizados gracias a su sentido del humor y la transparencia en la que viven su vida de ficción. La novela ha encontrado a sus lectores al ritmo de la risa y el llanto.

Me sorprendió que Rodrigo se pasara de la novela al cuento breve, especialmente al ser un autor latinoamericano, pues nuestra tradición está llena de maestros de la narración breve, Campobello, Monterroso, Abelardo Castillo y Virgilio Piñera son solo algunos de los narradores de lo inmediato que hicieron con pocas palabras grandes historias. El cuento breve tiene varias trampas, trabajar con poca materia verbal demanda contundencia, buen ritmo y claridad argumental, rubros que, en Tesis de la soledad, se cubren de manera satisfactoria.

El título de este volumen es un poco engañoso, pues Rodrigo no dicta las reglas de la soledad, tampoco describe el transcurso del tiempo a solas, más bien parece doblegarse ante sus misterios y llevarnos a un viaje dolorosamente familiar, pues en este catálogo de heridas es fácil relacionarse con más de un personaje. Esto garantiza que el libro sea claro en sus historias y exploratorio en sus temas. Pareciera que el autor cuida a sus personajes con un manto de pudor que a poco se desvanece a medida que el cuento se consume.

Me veo en la obligación de advertir algunos de los mecanismos narrativos que hacen que los cuentos puedan estar a la altura de la reputación de Rodrigo e incluso, ampliarla un poco. Hay dos tipos de inicios en este libro, el primero: la acción inmediata que arranca el cuento. El segundo: la frase atmosférica, capaz de encapsular a los personajes y al lector en este pedazo de realidad llamada cuenta. Sin importar cuál sea el inicio, lo que sigue son transiciones rápidas, parecidas a la mordida de un tiburón.

 En el libro encontramos narradores reflexivos, crueles y adoloridos, sumergidos en una realidad de la que no buscan salir, pues parecen derrotados, vencidos a tal grado que se permiten invitarnos una rebanada del amargo e irónico pastel de la tristeza”.

Hoy, doce días después de esa presentación y refugiado en la tranquilidad y el aburrimiento de mi casa en Zapotlán el Grande, pienso que la forma de hacer cuentos de Rodrigo Ramírez del Ángel tiene varias virtudes, siendo la estructura (es decir, la forma del relato) una de las más recurrentes y bien logradas. Además, su ya conocida sensibilidad para la construcción de conflictos internos de sus personajes inadaptados. Con este volumen de cuentos Rodrigo deja claro que puede contar una novela y un cuento valiéndose de recursos muy similares, lo cual habla muy bien de su estilo literario y su punto de vista respecto a la narrativa.

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