Infierno en la Franja

Tus manos y las de los otros niños se entierran en los desechos.

El hambre no perdona a nadie. Se delata en las manchas rugosas y deslavadas que comienzan en su rostro y se extienden por el cuerpo, asomo de desnutrición. Las costillas se trasparentan sin piedad y los ojos se mantienen opacos y perezosos. Levantas un montón de comida podrida, no percibes ningún olor. Llevas tantos meses haciéndolo que no te das cuenta del líquido putrefacto que cae a tus pies, te salpica y deja el hedor. Te has acostumbrado al olor fétido que sale de la inmundicia. Un amigo encuentra una bolsa negra, todos corren hacia él, con seguridad son vegetales y frutas rancias que dará a sus estómagos calma. Pasan varias horas, el sol quema, matiza de rojo sus mejillas. Estar en cuclillas es cansado, sobre todo cuando sus pequeños cuerpos han perdido masa muscular. No hay más comida. Siempre se despiden, nunca se sabe. Caminas erguido, llevas pan duro en las bolsas del short. Se dibuja una línea horizontal en tus labios y en tus ojos esperanza, al menos por hoy tus hermanitos comerán algo.

 Alrededor, la destrucción que han dejado los bombardeos israelíes es una imagen que duele. Gaza está devastada. Llegas a lo que en algún tiempo fue tu casa. No es más que un promontorio de rocas y muros derruidos en la franja que parece el infierno. Los pies se te mojan en riachuelos que llevan heces fecales y sangre, no sientes. Subes una montaña de escombros. Tu pierna izquierda se mete en un hoyo, gritas. Dicen que debajo están los muertos que no se encontraron, palestinos que vagan a la espera de que alguien pueda ser jalado hacía abajo, al lugar en el que yacen. La sacas rápido y escalas resuelto para pasar al otro lado. Por ningún motivo te gustaría estar entre todos esos zombis descuartizados, sin brazos, sin media cara, que se arrastran por las noches. No tienen piernas, las dejaron embarradas en algún muro cuando les estalló la bomba. Aceleras el paso y llegas al refugio, tres paredes fracturadas que no cayeron, en donde colocaron un techo de plástico para cubrirse del sol y la humedad. Eres recibido por dos hermanitos y una tía. Tu madre duerme. Le falta media pierna, lleva unas vendas que hace tiempo no ha podido cambiar. Lo único que hace es moverla a veces para rascarse, se queja mucho, su piel se está tornando negra, la carne está muriendo, un líquido acuoso y amarillo se desliza pegajoso.

Llega la noche. No hay luz, no hay sonidos, los perros dejaron hace tiempo de ladrar. Lo único que se escucha es el miedo. Lo envuelve todo con una fuerza atronadora. Tus hermanitos duermen abrazados a ti, se pegan a tu cuerpo como rémoras; es difícil moverte y dormir; lo intentas, pero no puedes. Cada día al perecer el sol, tienes temor a los ataques aéreos. La guerra te ha dado responsabilidades que no has pedido. Buscar comida, cuidar a tu madre y hermanos, calmarlos, ver por ellos. Hay días que a tus doce años, te sientes más viejo que la mezquita. Ya no has orado, no entiendes cómo puede un dios hacer esto, tu familia no apoya al grupo Hamas. Ni estuvieron de acuerdo cuando se celebró el daño a Israel, sabían que habría terribles represalias.

Por un momento tus ojos se cierran, pero no es que duermas, es que los recuerdos agitan la mente. Las imágenes de la gente corriendo, los estallidos que dejan los oídos zumbando y de los que a veces no te recuperas. Tu padre voló en mil pedazos, nunca lo olvidarás. Su mirada gritando de amor. Por suerte, minutos antes del bombardeo, él empujó a tu madre y hermanos dentro de un camión aparcado que era utilizado para eso, tenía piedras y bloques de muros a su alrededor, que crearon una cueva para el resguardo. Tu madre salió de su escondite para llevarte con ella y lo único que recibió fue el impacto de un fierro en su pierna. Lo viste todo desde el otro lado de la acera. Imágenes que cargarás toda la vida.

Jamás podrás sacar de tu nariz la pólvora y la tierra. Caminar por Gaza es caminar en una tormenta que no da tregua. El viento levanta nubes de desolación y hastío. Es difícil ver todo

en ruinas, saber que la familia está muerta, enterrada. Te sientes muy cansado, tu pie duele. El hoyo en el que caíste tenía unos fierros oxidados y retorcidos que te hicieron una herida profunda, sangra. Tal vez tienes dentro a la muerte, porque no sientes nada.

Llevas varios días en que actúas como un muerto viviente. Ya no hay vida en ti. Estás solo.

1 comentario

  1. Tremendo relato. Tan desolador como la realidad…

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