Cenizas era todo lo que quedaba, aquel incendio había arrasado con sus creencias, seguridades, anhelos. Bastaría un soplido para que toda ella volara y se perdiera entre la gente, las cosas, las nubes, las aves. Tal vez ser viento era mejor que la continua lluvia que parecía acompañarla a donde iba. Si trataba de escribir, el líquido salino diluía la negra tinta desfigurándolo todo, ella misma era una arrugada y mojada hoja de papel, inservible para siempre. Si caminaba, los charcos a su paso inundaban sus zapatos, la helada sensación subía por sus pies erizando cada vello mientras sus dientes chocaban uno contra otro; si quería dormir, al poco tiempo el acuoso entorno se lo impedía.
No había forma de secar tanta tristeza; hay fuegos que se avivan con el agua, y sus recuerdos volvían a revivir para después ahogarse, morir nuevamente, una y otra vez. Habitaba un pueblo fantasma en donde ya nada parecía real; todo lo vivo se iba desintegrando a su paso. La gente la saludaba, pero ella ya no contestaba. Ausente, perdida en un lugar que conocía de toda la vida, caminó hasta el pie de la montaña que desde la ventana parecía llamarla. Le tomó un día entero recorrerla, o tal vez dos, tres; es difícil contar el tiempo después de una despiadada eternidad.
Llegó a la cima. Por primera vez parecía no estar sola. Aventó los zapatos, el suéter, el miedo y la pena. Se tiró en la hierba. Cerró los ojos. Se dedicó a sentir. Hacía eco el palpitar de su corazón en las arenosas entrañas del verde monumento. Por primera vez en muchos días no había dolor, la tierra absorbía sus lágrimas como si tuviera sed, como si le hicieran falta para dar vida. Movía sus manos lentamente, apenas rozando la superficie, al encontrar alguna piedrecilla la jugaba entre sus dedos, hacía crujir a las pequeñas hojas secas. El viento cantaba con una melodía que por primera vez entendía. Entraba por los poros de sus mejillas que tímidas se sonrojaban ante la ternura, la paciencia de aquello que no podía tocar, pero sí sentir. Quiso bailar.
Se puso de pie. Dio algunos pasos de un lado a otro, de puntitas, como si flotara, abrió los brazos. Giró, primero muy despacio. Se dio cuenta cómo las gotas saladas que aún se asomaban, se fugaban rápidamente, como si nunca hubieran existido. Maravillada, rio con carcajadas que rebotaban acá y allá. Giró cada vez más rápido, tanto, que se volvió remolino; tanto, que se olvidó de sus caseros tormentos; tanto que descubrió la libertad, y el poder, pues hacía bailar a las flores, a las hojas de los árboles, a las aves distraídas, a su alma.
Descendió hasta aquel pueblo más viva que nunca, con tanta alegría que las cosas se elevaban a su paso para unirse a la danza. Los amantes se unían con fuerza y los desconocidos se abrazaban; los niños, que aún no entendían todas las cosas de la vida, corrían debajo de sus camas.
Fue tanta la euforia que hasta el fuego se unió a la inesperada fiesta. La invitación comenzó en las cocinas de leña y siguió por muebles y cortinas. Los techos de las casas se iluminaron. Ya no se escuchaban risas, ni cantos, ni fiestas. El pueblo entero era una gran fogata que crujía cada vez más fuerte al veloz paso del remolino. Entonces dejó de dar vueltas. Volteó a su alrededor, horrorizada de lo que había provocado. Regresó el incontrolable llanto, tanto que atrajo a la lluvia. Y diluvió. Entre truenos y relámpagos el fuego se convirtió en humo, y así, entre la asfixiante bruma juró no volver a reír, ni a llorar, juró no girar, ni bailar, ni pensar.
Se tiró al piso aún hirviente, y así, inmóvil, comenzó a fundirse. Sus extremidades perdían la figura, y lo que alguna vez fue una mujer, ya era sólo persistencia de la memoria. Hasta que quedó completamente fundida con la tierra a la que pertenecía. Dejó de soplar el viento, paró la tormenta; no había rastro del fuego, del agua o de ella. Cenizas era todo lo que quedaba.
Organizadora de palabras que quieren contar cosas, y a veces lo logran. Comunicóloga, periodista, locutora, correctora… Egresada de la Escuela de Escritores Ricardo Garibay. Mención honorífica en el I Certamen Internacional de Relato Breve “Soy protagonista de mi historia”, de La Red de narrativa Latinoamericana. Colaboradora de la revista Hispanic Culture Review de la Universidad George Mason (edición 2020). Participante en las antologías Mundos Inventados y Los lunáticos no pusieron resistencia, del Fondo Editorial del Estado de Morelos, así como de las antologías Así vas a morir y Navidades paralelas, de editorial Lengua de Diablo.
Lindo texto Ayael. Muchas felicidades!!!
¡Ay, qué buen texto! Me gustó mucho. Felicidades, Ayael.
Excelente!!