Era estúpido concebir la vida en términos de blanco o negro:
todos éramos víctimas en un momento y verdugos en otro.
Enrique Serna.
Domingo de cielo rojizo. Te acaba de tronar tu vieja y caminas distraído entre la gente que se amontona con los celulares en mano para grabar un ejecutado. Hubieras podido tropezar con el muertito, mancharte los tenis de sangre, poco te podría importar. Vas concentrado, analizas los eventos del día buscando pistas que expliquen el proceder de tu chava, señales de cuando todo se empezó a complicar. Necesitas saber por qué decidió mandarte a la chingada, pero ahora no es el momento. Aquí en la calle, a la vista de todos, se te saldrían las lágrimas. No quieres humillarte. Aceleras el paso sin estar seguro de qué rumbo seguir.
Las rutas pasan atiborradas de gente que viene de los parques o los balnearios. Cada vez que diriges la vista hacia las ventanillas de los camiones te encuentras con los rostros sonrientes de las parejitas que vienen de sus paseos, besuqueándose, metiéndose mano y embadurnados de ese amor pegajoso que tú también creías poseer. Así que les mientas la madre.
El camino a casa no es muy largo. En poco tiempo comienzas a ver a los típicos perros sin dueño que viven en cada barrio, a los señores tripones que se chingan su caguama sentados en la banqueta disfrutando de los últimos momentos de tranquilidad antes de regresar a la joda de todos los días. Piensas, al verlos, en tomarte unas Modelos Especiales bien heladas en un intento para disminuir la depresión. Antes te ha funcionado, ahora ¿por qué no?
La tienda está a unos pasos, introduces las manos en los bolsillos sudados buscando tus dos billetes de cien varos, pero sólo encuentras el ticket del cine que te dio el cajero del Cinépolis hace rato que fuiste a la matiné. “Chingada madre! Hasta mi dinero se llevó la pendeja”, dices esta vez en voz alta cuando recuerdas que le habías dado a guardar el vuelto de uno de quinientos. Levantas el rostro. Ya estás frente a tu chante. Abres el portón. El Bobby no corre a recibirte, sólo abre los ojos, mueve la cola desde donde está. Eso le parece suficiente, pero baja la mirada cuando te ve pasar encabronado.
Entras a la casa y sufres con el vaho insoportable que surge de ella. Ves a tu jefe sentado en calzones frente a la televisión, mira sin ver una retransmisión de Canal Once y a Cristina Pacheco platicar con Chamín Correa, el de los requintos mágicos. Caminas hacia tu cuarto. El sonido de los boleros de la época dorada es el soundtrack que te acompaña hasta que encuentras a tu madre en un pasillo, cargando un montón de ropa sucia. Ella te inspecciona con la mirada mientras le dices “ya vine” y esta vez sí encuentras respuesta. El sablazo de su voz no se hace del rogar. Con un sarcasmo perfeccionado en todos estos años de vida compartida contigo suelta un “qué bonito, qué bueno, ya era hora”. Desde ayer te había estado marcando para que la acompañaras a la casa de tu abuelita y la ayudaras a bañarla, pero “el señor ni una pinche llamada puede regresar, ya ni se diga un WhatsApp y todo por estar con esa muchachita buena para nada”. Y sí, no discrepas. Ya no sirve para nada.
Antes de salir hacia la zotehuela la oyes gritar tan fuerte que sientes el aroma de su chicle de menta rozarte el cuero cabelludo “Y te pones a limpiar tu recámara o a lavar los platos, porque yo no soy su esclava y aquí no es ningún motel”. La miras con coraje cuando te da la espalda, volteas a la cocina y contemplas la montaña de trastes sucios a punto de la avalancha. Hueles mole. Te da asco. No tienes hambre y aunque así fuera, no comerías ahí. Arreglar tu cuarto podría resultar terapéutico y paliar así, con la actividad, estas fases del duelo que nunca esperaste sufrir y menos en el peor día de la semana.
Te encierras en la recámara, miras la pared tapizada con posters de bandas de metal, güeyes en poses malditas viviendo el mito de la fama. Rostros serios, enigmáticos e inescrutables. Otros se ríen con burla, en un gesto de condescendencia, quizá de ti, del fracaso de tu relación amorosa y de tu vida entera. “Chinguen a su madre todos”, les sueltas en un susurro lloroso. Peter Steel, Euronymous y Manson, ni se inmutan. Cuando pasa el acceso de rabia, buscas tu celular para ponerte unas rolas en Spotifiy o el último episodio de un podcast que se llama El Día de los Bestias; unos güeyes que dicen pura mamada, pero que acaban de subir un programa dedicado a Jacobo Grinberg que podría estar interesante.
Ves la barra de batería del celular a un siete por ciento y recuerdas que el cargador se lo prestaste a tu ex. No tienes dinero para salir a comprar otro, ni tiempo, mucho menos energía. El display oscurece, las tinieblas tienen tal profundidad que descubres al rostro de la decepción hacerte una mueca desde su reflejo. Tu móvil muere sin avisar.
Quieres llorar. No sabes si es por la ruptura sentimental, por no tener dinero para las chelas o para comprar un nuevo cargador. Ojeas el panorama en tu habitación y encuentras el flashback de ella recargada en la parada de la ruta, sumamente tranquila y enviándote derechito a la quinta verga. Reconoces la tristeza y te doblegas. Nada se puede hacer cuando el apego es ansioso y los traumas profundos. Vas al teléfono, quieres llamarla, pero no llegas ni a la mitad del camino cuando te arrepientes, regresas a tu cuarto y avientas la puerta. “Órale, cabrón, no son tus puertas” grita tu jefe. También a él le mientas la madre, cómo chingados no.
Acostado en la cama, volteas a la ventana personificando a un gusano que convulsiona preso del anzuelo que representan los pensamientos obsesivos: unas caguama, ya de perdida, un cargador, una nueva relación, pero sin dinero y para colmo domingo y la música de los Panchos rebota en todas las paredes y se filtra hacia tus oídos llenándote de vacío. “¡Que chinguen a su madre los tríos, los requintos y toda la música regional mexicana!”.
El sol ya se está poniendo y el güey de los camotes pasa con su carrito haciendo ese peculiar sonido que basta para sacarte de tus pensamientos. El aroma del mole inunda la casa. Tu mamá le calienta la comida a tu hermano, el consentido. Y piensas: también él que chingue a su madre. Quieres quedarte dormido. El sol púrpura se refleja en la cabecera de tu cama provocando que la siesta no pase de la vigilia.
Puto domingo. Pinches relaciones tóxicas. Puto dinero. Ideas que se repiten en tu cabeza. Sentado en la orilla de la cama tomas el control remoto de la televisión y la enciendes. Lo primero que ves es la cara gorda y en blanco y negro de Joaquín Pardavé en una de esas películas viejas que suenan a acetato entre los cambios de escena. Cambias de canal para escuchar un buen rato las promociones de Canal Cinco. Puras mamadas, para variar. Una lucecita de esperanza se cuela entre tus intestinos cuando recuerdas el partido de tu equipo. Como de rayo le cambias a Azteca Siete emocionado por el consuelo del fut, pero en lugar del juego hay un programa de concursos con un cabrón que se parece al Coque Muñiz y un montón de gente rubia y pendeja.
El partido lo pasan por Sky. Te acuestas otra vez desconsolado. Esta vez la víctima de la mentada de madre es Tv Azteca, por no haber pasado el juego. Que chinguen a su madre los pinches monopolios, y de paso el América, Jorge Muñiz y el pendejo de los camotes.
Suena el teléfono en la sala, tu corazón late fuerte. “Si es ella, la voy a mandar a la verga” te regodeas con el poder del rechazo, pero la llamada no es para ti, es la vieja de tu hermano. Así que cierras la puerta de tu recámara y le vuelves a mentar la madre al mandilón de tu carnal.
Poco a poco el sol termina de esconderse, este domingo horrendo se está acabando. Arreglar tu cuarto es la única opción que te queda.
Horas después de haber empezado encuentras un billete de cien varos en la bolsa de un pantalón sucio y sonríes porque no será para un cargador ni para caguamas. Ya son las diez de la noche y mañana hay que trabajar.
(Xalapa, Veracruz. 1981.) Reside en Cuernavaca, Morelos. Es abogado, rocker y maestro de música de nivel preescolar. Coordinador del proyecto “El informe bestia”, cohost e investigador del podcast El día de los bestias. [adepto de Stephen King e Irvine Welsh, lector constante, apasionado de los temas paranormales y seguidor de autores independientes que practican la escritura de los géneros fantásticos y del terror. Actualmente en proceso de escritura de su primer volumen de cuentos.
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Excelente relato. Buen manejo de la segunda persona. ¡¡Felicidades!!
Muchísimas gracias. 😀
“Chingue su medre todo…” Jajajaja me encantó.