Muerta en vida

Está mañana ha sido un tormento levantarme, el nervio ciático no me abandona. Escucho las conversaciones de las aves que van in crescendo, cada ave tiene un cántico diferente, el sonido del pájaro carpintero es inconfundible, su pico golpetea los árboles creando un ritmo monótono. Lucho contra la soledad y el nido vacío. Mi hija menor se fue hace unos meses. Me he buscado miles de actividades para aplacar las soledades. Hoy, por ejemplo, he hecho un collage de fotografías antiguas. Todas son mujeres en blanco y negro y sepia, la mayoría sonríe. En dos de esas postales aparece un hombre, en las otras letras dirigidas a uno. Me he colocado en el centro para llenar ese vacío. Miro el cuadro y me parezco mucho a esas mujeres antiguas con un gesto lúgubre.

He puesto el cuadro al alcance de mi vista: lo miro todos los días. Siento una enorme dicha estar rodeada por mujeres que sonríen, aunque estén muertas. Ojalá así me recibieran en mi trabajo. No recuerdo nunca una sonrisa, todas las mujeres me odian.
Como buena científica no debo hacer conjeturas, seguramente se debe a mi ansiedad. El otro día vi con detenimiento una maceta húmeda, la que contiene la planta de la Siempre viva. Es tan extraño que llore agua esa planta. Me estaré volviendo loca, tengo casi sesenta años y nunca he sido sonámbula. Se repiten hechos aislados como los cajones abiertos. Botellas de Proseco abiertas, copas a medio beber. Evidentemente no digo nada. Me tacharían de demente. Mi vecina ha venido a tocar, no he abierto la puerta, no quiero ver a nadie. Intento comer, pero no puedo engullir el alimento. Hasta los huevos duros se me atoran en la garganta. Leer lo tolero, he desistido de la escritura: tengo miles de ideas aquí en mi cerebro, he visto otra vez ese cuervo negro que viene a mi ventana: emite unos cánticos fúnebres, se rasca las plumas, se encorva como un gato erizándose, levanta su pico al cielo y se esfuma.

El olor de mi cuarto ha cambiado. Tengo en la nariz el olor de petricor, esas bacterias que producen el olor a tierra mojada. Mi gato maúlla en las noches y se pone junto a mi corazón y se anida en mi cabeza. Estos acontecimientos me están matando. Conduzco todas las mañanas hacía mi trabajo y nunca me había dado cuenta del cementerio color naranja en la bifurcación de Chablekal. Me concentró en las extracciones de ADN que
debo hacer. He sacado un murciélago muerto. El olor fétido lo ha inundado todo. He notado como se alejan mis colegas. Se tapan la nariz. Nadie platica conmigo. Toqué a la puerta de mi jefa y me he metido a su oficina. Lo primero que ha hecho es abrir las ventanas de par en par. Ah, qué mal hueles, Osiris, dice. ¿Por qué no me mira? Me ha ignorado como los demás en los últimos meses. Hoy he escuchado un rumor. Ellos creen que estoy muerta.


Foto de Martin Lopez
Foto de Pedro Figueras

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