Peregrinos
Se ha encontrado un registro de lo ocurrido en la solicitud de las nueve posadas en aquel año cero. En la primera casa le negaron la entrada a la pareja porque no se identificó con su credencial para votar. En la segunda, nadie abrió porque sus habitantes habían huido a causa de la delincuencia. La tercera casa tenía una fiesta con música a todo volumen y nadie escuchó que tocaran la puerta. La cuarta puerta era custodiada por un chihuahua y la pareja huyó antes de pisar al pobre animal. En la quinta casa un niño salió a decir que decía su mamá que no había nadie. La sexta casa era grande, pero oscura y tenebrosa, un anciano arrastraba cadenas acompañado de tres espíritus; ahí ni siquiera tocaron ya. La antepenúltima casa de la privada tenía un letrero de Prohibido peregrinos, músicos o cantantes. En el penúltimo hogar no los admitieron porque no llevaban cubrebocas ni mantenían sana distancia. Al fin en la novena casa, hasta que María y José cantaron la letanía pudieron entrar. Bueno, no entraron, los mandaron al pesebre porque la cena era de traje y ellos llegaron con las manos vacías.
Mundos encontrados
Esa noche en el pesebre fue distinta a lo que se cuenta siempre. El burro se fue a buscar un ogro al pantano porque estaba aburrido. El buey prefirió acurrucarse con su ganado antes de ser sacrificado para los tamales del 2 de febrero. Los pastores se fueron a ensayar la pastorela para su estreno el siguiente día. No faltaron los ladrones que aprovecharon la siesta de la Virgen y se robaron el oro. Cuando José trajo la leña encendió la fogata, hizo un saumerio con el copal y así alejó a los malos espíritus que pretendieran hacerle ojo al niño recién nacido. Ah, y la estrella de Belén solo fue un dron que buscaba a tres delincuentes que asaltaron a un hombre gordo de rojo.
Música navideña
Mi abuela me contó una vez que de niña vio como de las cajas con los adornos navideños salían unos pequeñísimos duendes. Estos se encargaban de esparcir polvo mágico por todo el lugar. Cada que sonaba una canción navideña, el polvo mágico hacía su labor. Iba creando una sensación de olvido y pérdida de la realidad. Los adultos parecían olvidar sus preocupaciones. Lo que imperaba era una bella ilusión en el ambiente. Nadie reparaba en que había contraído deudas para pagar la comida y bebida de la cena, que el gas había subido, que el recibo de luz llegaría caro en enero, que la cena había reducido la ropa de tamaño ni que estaban inconformes por su regalo en el intercambio. La cuestión fue que la magia solo tenía vigencia en diciembre. El 1 de enero ya recordaban todo y la cuesta era peor que ir a bailar a Chalma por un milagrito.
Un nacimiento
La familia se reunió alrededor del árbol para arrullar al Niño Dios. Todos entonaban los villancicos, se miraban y sonreían entusiasmados, sus ojos brillaban de felicidad (o de alcoholizados). En su boca ya sentían el aromático sabor del pavo relleno, el picor de los romeritos y la calidez del ponche. Contaron anécdotas, rieron con los chistes del tío cómico, bailaron con la prima que trae la música en las venas y brindaron por la felicidad de los regalos obtenidos (aunque la mayoría puso casa de fuchi con lo que le tocó). Cuando parecía que la alegría estaba en el cenit del hogar una frase la interrumpió. “Yo solo vine para ver quién se quedará con los terrenos”. La voz suave y tranquila del nieto más joven inició una pelea campal. Los niños corrieron a esconderse bajo el árbol en lo que abrían los demás regalos, hermanos y esposas lanzaron gritos y botellas, la cena fue la principal munición. Esa noche lo que verdaderamente nació fue la enemistad familiar que durará eones. Lo curioso es que los terrenos están embargados y será el banco quien se quede con ellos.
El hombre de rojo
En punto de las 12 mientras muchos se abrazan e intercambian regalos, otros salen a festejar al ritmo de la música y los cohetes. Los fuegos artificiales destellan e iluminan la alegre noche que retumba con el estruendo, pero no son cohetes. Son balazos de quienes se deciden celebrar con una pistola echando tiros al aire. Los niños duermen esperando al hombre gordo de rojo. En la mañana siguiente todos despiertan con el alcohol en sus venas, con el empacho por la cena, con la alegría de abrir regalos y empezar con el recalentado. La noticia llega casi al tiempo que los chinelos empezarán su danza por las principales calles. Un hombre de rojo sí anduvo en la ciudad, pero no era Papá Noel. Era el hombre al que le cayó una bala en el pecho, logró caminar varias cuadras pidiendo ayuda, tiempo suficiente para cubrir de rojo su uniforme de enfermero recién salido de su labor.
Licenciada en Historia por la UAEM. Docente por amor a no morir de hambre. Repostera por antojo. Padawan de la Literatura. Fan del cine y las series.
Es coautora del libro Laberintos. Seis escritoras mexicanas de minificción, además de participar en la antología de cuentos Mundos inventados publicada por la Escuela de Escritores Ricardo Garibay.
Su cuento Trinidad obtuvo un premio en la convocatoria Morelos 21: memoria y encuentro, mismo que fue publicado en una antología con el mismo nombre por parte del Gobierno del Estado.
Padrísimos todos, Liz, me encanta la soltura con que narras eventos a la mexicana, tal cual sucede tras el inquietante espíritu navideño. Tiempos de decadencia cuya mezcla con la tradición y las costumbres delata el absurdo de estás fiestas, y tus letras irónicas y divertidas nos retratan. Todos somos Santa…