La carta imposible

Tap, tap, tap. Inmerso en el sonido de las teclas y el retumbar de la barra espaciadora. Siempre escoge la misma mesa, la del rincón. Solitaria, fresca. Le gusta porque, al atardecer, la luz del sol ilumina sólo esa. La taza aún hierve, el vapor de café se mezcla con la nube gris del cigarrillo recién encendido. Tap, tap. La vida sigue su curso y él pasa desapercibido. Personas entran y salen, rostros que nunca más volverán a cruzarse por su camino. Sorbe un poco. Sus dedos no dejan de teclear, tap, tap, tap, tap, como un metrónomo.
La hoja lleva días en blanco; no se cansa de borrar todo. El título es perfecto y aburrido. Dos noches antes perdió la inspiración. Se siente frustrado. Frota sus sienes, intenta pensar. La camarera se acerca a preguntar si está todo bien, contesta que sí. Tap, tap, tap. De nada sirve, tres palabras y puntos suspensivos. Borrar.
Coge una servilleta. Revisa sus notas: frases incompletas, sin sentido, carentes de sutileza. Tachaduras, rayones en tinta azul y negra; la roja dejó de servir.
Más y más personas ingresan, toman asiento. Ruido de voces, charlas sin sentido, quejas y chistes burdos. Deberían callarse. Su sangre hierve, la taza de café no se enfría. Otro cigarrillo. Tap, tap, tap, tap.
Los truena, aunque sabe que no es culpa de sus dedos no poder escribir. Muerde la uña del meñique, tira de sus cabellos y bebe más café. Los nervios se reflejan en los poros de su cuello, la desesperación comienza a sacarlo de quicio. La música suena y resuena en cada esquina del lugar. Se desconcentra. ¿Será que no quiere escribir? ¿Cuál es el pretexto ahora? Golpea la mesa con los nudillos y se balancea sobre la silla. Es viernes, uno de tantos de marzo. ¿De dónde sale tanta gente?, se pregunta hastiado. No sé ni por dónde empezar, se dice, quizá nunca he sido bueno para escribir, ¿a quién engaño? En un movimiento involuntario, sus reflejos lo traicionan. Los dedos sudorosos intentan tomar la taza, resbala y cae; despedaza la servilleta, deshace la tinta. No… ¡No!
Miradas curiosas, mordaces, atosigan al hombre solitario de la esquina envuelto en la nube de nicotina. La pierna no deja de temblarle y su corazón se precipita, quiere abandonar su torso. ¡Qué carajos quieren! Grita: ¿nunca han visto a un hombre con el espíritu roto? Estas jodidas lágrimas son reales, no puedo apresarlas. Aporrea su pecho, escarba en él y lo hace con fuerza, como si quisiera arrancarse el alma. El reloj no avanza desde hace horas, el segundero entumecido. Su respiración se inquieta, se sofoca. El bochorno ahí dentro lo hace desvariar, marchita sus pulmones. Tose y tose sin dejar de fumar. Una nueva taza de café llega hasta su mesa, la casa invita. Tap, tap, tap, tap, tap. Las ideas surgen, llegan de a poco: Hoy te escribo desde mi dolor…
Borrar. Sorbe indiferente al ardor de su lengua.
El sol expulsa sus últimos rayos, es una bofetada directa al rostro. Sus ojos apagados, los labios secos; el cerebro dividido en dos y su corazón en mil pedazos…
Hoy mi cuerpo pierde su pasión. Sé que no habrá más abrazos ni besos de buenos días. La cama solitaria extrañará tu figura. El hueco que dejaste en la almohada desaparece con premura.
Ese aroma exquisito de tu ser se extingue dentro de mi habitación. Mis pies descalzos, sobre el frío suelo, avanzan sin rumbo. Mis manos temblorosas buscan encender la luz, esa luz de mi alma abatida.
No veré más tu sonrisa, es un adiós evidente a tu mirada. Nos conocimos tanto que terminamos siendo dos extraños. Mi corazón chorrea, late; es buena señal, estoy vivo.
El tormento castiga a cada uno de mis órganos; quema, me siento dentro del cráter de un volcán que no erupciona, no quiere hacerlo y abrasa mi carne.
Adiós a los cigarrillos compartidos, nos desbordamos como la ceniza del cenicero. Es la despedida a nuestras platicas nocturnas y las risas simples. No habrá más desayunos frente a frente, ni helado de postre.
Quisiera arrancarme los ojos para dejar de oírte. Controlar mi lengua para que no vuelva a pronunciar tu nombre. Mis labios quedarán sedientos de ti y tendrán prohibido beber de tus lágrimas. Y mi piel, pobre de mi piel, no podrá revolverse con la tuya. Y mi alma, mi desamparada alma… Tap, tap, tap, tap…TAPTAPTAP, TAP, taptap…
Borrar.
La luna se asoma, es hora de partir. Pide la cuenta, hay que pagar.
Ocho tazas de café no bastan para infundirle el valor de olvidarla o darle el adiós que nunca quiso.

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