Era de nogal Era de nogal
Era de nogal el Santo
Era un gran campeón Era un gran campeón
Por eso luchaba tanto
Botellita de Jerez
Juan había sentido golpes así antes: cinturonazo en la espalda del segundo esposo de su mamá, una cachetada del “tío” Alberto, una patada en las costillas cuando el Güero le quitó su Hot Wheels favorito; pero cuando aquel nuevo novio de su madre le lanzó la botella vacía de cerveza, Juan no pudo esquivarla, y el vidrio se le estrelló en la frente dejándole en medio de un charco de sangre, un tremendo dolor de cabeza y una cicatriz como la de Harry Potter. En ese momento Juan sólo pudo pensar en que ojalá tuviera la fuerza de alguno de sus luchadores favoritos. Había visto al menos 5 o 6 películas del Santo, así que sabía perfectamente con cuál movimiento responder aquel ataque.
El Santo se habría lanzado de cabeza contra el bravucón.
El tope atómico hubiera dado con toda su fuerza en la panza del sujeto y le habría sacado el aire. Con ese tiempo, el Santo se habría puesto en pie y en los siguientes cinco segundos habría sometido al villano (probablemente un científico loco con la idea de dominar a todo el planeta para apoderarse de sus recursos naturales) con la de a caballo. Pero Juan no era el Santo. Así que mientras el enmascarado de plata batallaba en su cabeza, él se llevó las manos a la cara y chilló como el chamaco de diez años que era. Su madre gemía en un rincón, adolorida por los golpes que el novio en turno le había dado antes de que Juan se quisiera interponer entre ellos. No era la primera vez. Diez días antes Juan perdió un diente cuando don Amante le pegó con el puño cerrado por interrumpirle su programa favorito. Aquella vez, Juan cerró los ojos, adolorido, mientras en su cabeza se formaban imágenes del Santo, que entraba en el sótano de una casona antigua para buscar al vampiro más sanguinario visto alguna vez en México.
El héroe avanzaba con cautela.
Al final de las escaleras, debajo de una sórdida luz, estaba el ataúd del vampiro. Juan pudo ver el rostro de su infame padrastro cuando el luchador abrió el féretro. La bestia estaba dormida, así que el Santo alzó con fuerza la estaca para luego clavarla de un sólo golpe en el pecho del demonio, que chilló por un instante y abrió los ojos, para luego convertirse en polvo. En la vida real Juan buscó su diente, pero no lo pudo encontrar.
Para el lunes siguiente Juan volvió a la escuela. Extrañaba a sus amigos y a su maestra favorita. La señorita Paty miraba con cariño al pequeño, que era el más flaco del salón, el más desaliñado y el que sospechaba, también, el más desnutrido. Algo en aquel chaval hacía que la profesora se muriera de ternura, y algo le decía que la vida del niño no era del todo feliz. Ese mismo día a Juan le dieron una tremenda patada mientras corría con el balón. Se había imaginado que metía un gol al estilo Maradona en el mundial del 86, y con grandes zancadas burlaba a Pedro, a Matías y a Roberto, mientras le hacía charrito al bueno de Carlos, para luego disparar hacia la meta y dejar que el Perro Bermúdez se quedara sin aliento gritando goooooooooooooooool. En realidad, Juan corría con todas sus fuerzas cuando Adalberto le metió el patadón en la espinilla, y se quedó tirado junto a la cancha sobándose de arriba abajo el popote que tenía por pierna derecha. La profesora Paty fue la única en acercarse y tratar de ayudarlo. Le subió el pantalón y puso un poco de pomada en el trancazo, para darse cuenta de que además del nuevo moretón, por toda la pierna se escondían golpes más viejos, heridas, cicatrices que migraban hacia los brazos, el pecho y la espalda.
El reporte, con las inquietudes de la maestra, llegó a manos de la mamá de Juan.
Antes de terminar de leerlo, la mujer estaba encima del niño. Primero lo tomó del pelo y le dijo que era un estúpido y un burro y un hijo de puta chismoso. Juan cerró los ojos cuando sintió el primer jalón y los golpes que aquella mano abierta desataba sobre su cara. En su imaginación, el Santo casi era derrotado en esos mismos instantes por el tremendo Blue Demon. Inmóvil, Santo hizo una maniobra increíble para escapar y el de azul quedó tendido en la lona. Juan corría por las calles del barrio mientras su madre le gritaba algo desde la puerta de su casa. Adolorido y derrotado, caminó dando vueltas para perderse en las imágenes de su cabeza y olvidarse un rato de la tristeza y el dolor que le esperaba en casa. Pensó en que quizá sería buena idea ir a la policía, o buscar a la maestra Paty para contarle todo, pero se imaginó que la represalia sería tremenda y, a pesar de todo, no había de otra más que volver a casa o le iría peor con su mamá.
La noche anunciaba el final de algo.
Un foco de 60 watts aluzaba el pasillo de la vecindad, y Juan lo recorrió como si fuera el paso hacia el ring para la gran pelea por el campeonato mundial a dos de tres caídas (sin límite de tiempo). Con paso firme cruzó el umbral y vio a su progenitora sentada en el sillón, con el rímel de los ojos escurrido hasta el suelo. Detrás de Juan la puerta se cerró y allí estaba aquel hombre convertido en la gran momia Satán, estirando las manos hacia el cuello del Santo para tratar de matarlo. El chiquillo se escurrió con un movimiento de película y su padrastro fue tras de él. Casi logró encerrarse en su cuarto cuando la mano larga de la bestia lo arrastró hacia afuera. Sus botas plateadas brillaron contra el firmamento y de una patada logró lanzar al suelo al enorme muerto viviente disfrazado de luchador. Satán se puso en pie y su cabeza deforme casi alcanzó el techo. Juan supo que esta vez no sería igual que las otras, mientras de reojo vio a su madre salir corriendo por la puerta pidiéndole ayuda al mundo.
El enmascarado de plata jadeaba, y por un momento se supo perdido.
Juan vio el cuchillo que brillaba cerca de él, y le pareció a la vez una pistola láser como la que el Santo usó para derrotar al mal. La tomó en sus manos y se postró ante su atacante. Nunca más, hijo de tu chingada madre, gritó. El novio de mamá, alcoholizado y violento, se dispuso a atacar. La momia también embistió. La capa plateada y roja del luchador se sacudió con el viento. El Santo se lanzó desde la tercera cuerda seguro de derribar al monstruo. Un centelleo, acaso de un cuchillo o una pistola láser, brilló y reverberó en la sala de cine. Juan apretó con fuerza el arma y esperó.
El público contuvo el aliento.
Egresado del Diplomado en Creación Literaria de la Escuela de Escritores “Ricardo Garibay” del estado de Morelos. Fundador y director de la editorial independiente Lengua de Diablo, de Abismo, Festival de Literatura Fantástica y de Naves y Monstruos, Encuentro de Extraña Imaginación. Ha obtenido el Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola en 2012, mención de Honor en el Premio Bellas Artes de Cuento Hispanoamericano Nellie Campobello en 2018, ganador del Premio Bellas Artes de cuento infantil y juvenil “Juan de la Cabada” en 2019 y del Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción en 2020.